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SOFÁ, SANDÍA Y MUNDIAL: 7. Pepa Flores

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Antonio Agredano

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“¡Cuidao!”, grita Camacho cuando la pelota se acerca a nuestra portería. Y es casi lo más sensato que vamos a escucharle. A mí me gusta Camacho de narrador porque va de cara. Lo que sabe de fútbol lo aprendió en meyba y con botas. Prefiero sus pueriles aspavientos y su desprecio a lo que no conoce que a todos esos sesudos analistas enganchados a la anécdota geopolítica como a una liana. Hay tiempo para todo. Para leer grandes reportajes sobre el fútbol yugoslavo, para escuchar interesantísimos podcasts acerca de los orígenes del 1-3-5-2, y también para gritarle al televisor con la boca llena de Doritos y una lata de San Miguel en la mano. Cierto es que si Camacho explicara lo de los cuartos y las campanadas nos comeríamos las uvas en marzo, pero escuchar a cualquier jovenzuelo proto-alopécico glosar la transición defensiva de Rusia un martes a las cuatro de la tarde también es echarle valor al verano.

Todas las transiciones son defensivas, dicho sea de paso. La nuestra lo fue. Un acuerdo de mínimos y una Constitución con remiendos, intencionados vacíos y una nutrida desiderata. Aún así, siempre hay reticencias a la hora de cambiarla en profundidad. No vale con parches ligeros y malintencionados. Yo le daría un buen meneo de principio a fin, esa es la verdad. Autonomías, Derechos y, ya de paso, sacar la goma Milan y darle un repaso a la Corona. En el número 389 de Interviú, el de la primera semana de noviembre de 1983, publicaron una entrevista con Pepa Flores. El titular era: “Por el comunismo es por lo único que vale la pena luchar y morir”. Y una foto de Pepa, sin rastro ya de Marisol, con el puño derecho alzado. Era una democracia entretenida la de los ochenta, la lentísima caída del franquismo, el maquillaje ideológico del centro y ese entusiasmo socialista que ahora quiere reencarnar Pedro Sánchez, que es como uno de esos cañones de confeti que venden en los chinos.

Nos jugamos los octavos contra Rusia. Espero que Pepa Flores, pese a todo, vaya con España. Ellos tuvieron a Lenin, pero nosotros tuvimos a Carrillo. Y ahora tenemos a Pedro García. La hoz, el martillo y la bufanda del Córdoba. Ni tan mal. El comunismo no se destruye, sólo se transforma. “Es mejor ser la viuda de un héroe que la mujer de un cobarde”, dijo La Pasionaria. Ojalá Edurne esté leyendo este blog. Vi ´Un rayo de luz´ cuando tenía seis años y me enamoré de Marisol. Me enamoré de aquella niña rubia y clara de los sesenta, de sus movidas, de sus canciones, de su mirada sensata y adulta. En 1986, Marisol tenía 38 años y se acababa de divorciar del bailarín Antonio Gades. Nuestro corazón va por un lado y la vida va por otro.

En México´86, la URSS estuvo cerca de cruzarse con España en cuartos, pero Bélgica los eliminó en la prórroga. El español Sánchez Arminio fue asistente en ese encuentro. Rinat Dassaev era el portero titular soviético. De Dassaev ya se ha contado muchas veces una anécdota de su paso por Sevilla, pero ahí voy de nuevo: el portero había salido a tomar algo, a refrescarse, beber alcohol quizá. Eran las cinco de la mañana, conducía un Citröen BX, cogió mal una curva y se estampó contra una valla que terminó cediendo, dejando caer el coche desde una altura de cinco metros al foso que rodea el Rectorado de la Universidad de Sevilla, la antigua sede de la Real Fábrica de Tabacos. El guardameta se fracturó la mano derecha. “Me podía haber matado”, dijo Dassaev recordando el accidente. Rinat era de Astracán. Lo de la astracanada le venía casi de cuna.

Tras el partido ante Marruecos de anoche yo haría como Camacho. Dejarnos de discursos y coger el toro por los cuernos. Si yo fuera Hierro, dejaría el traje en el vestuario. Me pondría un viejo chándal Adidas de algodón, una gorra calada hasta las orejas y me calzaría unas Paredes. Me colocaría en mitad del círculo de futbolistas y diría: “No hemos venido a quedar bien, sino a ganar”. Es una frase de Clemente. Tiene otra, que le dejo aquí a De Gea: “Como un portero no llegue al vestuario lleno de barro, no es portero”. Y una última para encarar los octavos: “No pierdo tiempo en jugar bonito, lo bonito es la victoria”.

España es un desastre, pero es mi desastre. Si ganamos el Mundial lo vamos a ganar de rebote o robando. Por fin una Selección a la altura de su pueblo. Cuando juega España sufro una regresión, una idiotización, un esmerado primitivismo. Ojalá Joachim Low e Iñaki Sáez peleándose en una piscina de barro. Encarnan dos mundos antagónicos, dos maneras de entender el fútbol. Ojalá Manolo el del Bombo recitando a Góngora, dándole un mazazo al pellejo al final de cada estrofa. “... sombras suele vestir de bulto bello”. ¡PIMBA!

A veces pienso en Lopetegui en el salón de casa explicándole a su familia lo que falla en esta Selección improvisada y frágil. Extendiendo las palmas hacia el televisor. Buscando la mirada cómplice de su esposa. Recibiendo un whatsapp de Florentino: “Son un desastre”. “Lo de Hierro no hay por donde cogerlo”, responde Julen. Florentino eligiendo un emoticono apropiado. Quizá la carita amarilla bufando. “Busquets está solo”, concluye Lopetegui. Y con esa idea se va a la cama. Con la soledad de un futbolista, perdido en una isla, hablándole a un coco como Hamlet a la calavera. Busquets recitando con silabeo parsimonioso: “¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?”.

Hoy se juega la vida Argentina contra Nigeria. Reconozco que ya me he cansado de los insultos argentinos, que me hacían gracia hace sólo una semana. Internet tiene la culpa de que todo sea fugaz. Hasta el amor, por culpa del Tinder. Ya nadie se acuerda de la llama del Ola Ke Ase. Ni del planking, ni del Harlem Shake. Ya nadie baila el Gangnam style en las verbenas. Todo va muy rápido. Ojalá haber tenido un VAR en la vida. Detener la tragedia. Reconsiderarla. Observarla desde diferentes perspectivas. Ganar lo que parecía perdido. O empatar, al menos. Los tacos llenos de hierba, los músculos agarrotados, las lágrimas trepando al ojo. Y terminando sobre los insultos, una última de Clemente: “Yo no he insultado a Maradona, sólo le llamé imbécil”.

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