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¿Qué habéis hecho con Deivid?

Deivid, tendido en el césped de El Arcángel | ÁLVARO CARMONA

Paco Merino

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Tienes, por fin, a un futbolista de referencia. Alguien querido y respetado por los aficionados. Por la razón que sea. Algunos dicen ahora que no era precisamente Beckenbauer. Pero el caso es que jugó 80 partidos con la blanquiverde, que todos los entrenadores que pasaron por aquí en los dos últimos cursos le tuvieron como una pieza imprescindible, que se lesionó y que regresó a los seis meses para contribuir a una mutación fundamental en las últimas diez jornadas que resucitó a un equipo que iba muerto. Los seguidores lloraron su ausencia y festejaron su presencia. Le rindieron honores cada vez que hubo oportunidad. Era el capitán, el jefe, el apagafuegos con los sectores más críticos de la hinchada y el tipo al que le hacen caso en el vestuario. Tenía hilo directo con los propietarios y con los peñistas más humildes. David Omar Rodriguez, Deivid, era el futbolista más icónico de un Córdoba despersonalizado. Tenía un año más de contrato y era un jugador cotizado en la categoría. Y el Córdoba lo acaba de regalar al Real Valladolid, un competidor directo por el ascenso -quiera la Providencia que así sea-, argumentando razones deportivas. “Lamento que mi perfil no encaje en el nuevo proyecto deportivo”, dejó dicho el futbolista en un mensaje que publicó en sus redes sociales el mismo día que firmó por el club pucelano y realizó su primer entrenamiento. En Córdoba no terminan de creérselo.

Si Deivid se ha ido sin quererlo es que el Córdoba le ha echado. Mal. Si Deivid se ha ido porque no quería estar en el Córdoba, la cuestión cobra una dimensión inquietante. ¿Qué puede pensar un aficionado cuando ve que su capitán está loco por irse de aquí? ¿Qué impresión puede llevarse el que venga de fuera? Quizá sean episodios como éste los que hacen que jugadores con buen cartel en Segunda no se vean seducidos por las proposiciones del Córdoba cuando llega el mercado. El club se ha movido con presteza este verano y ha reclutado a Josema y a Joao Afonso, un portugués del que hablan lindezas hasta el punto de haberse detectado en distintos foros síntomas de incredulidad: ¿Qué hace un futbolista de ese nivel en un equipo de Segunda como el Córdoba? Ya veremos. Quizá salga bien o quizá no. Esto es fútbol y lo que uno hace en un sitio y en unas circunstancias no es siempre trasplantable a otro lugar. Pero parece evidente que el sacar a Deivid del Córdoba sin ganar ni un euro de traspaso, reforzando a un adversario y con unas formas algo turbias no resulta precisamente un mensaje ilusionante.

Fue el primer fichaje del club después de ascender a Primera División tras 42 años de ausencia. Deivid se ganó un sitio en el cordobesismo. Dicen que quería una ampliación de contrato y algunas mejoras. Este pasado fin de semana contrajo matrimonio en Las Palmas, su tierra. Terminaba contrato en verano del año que viene. Seguro que algo dijo. Y nadie puede culparle por eso. Llevaba en la entidad el tiempo suficiente como para saber qué te puede pasar cuando llega la hora de las cláusulas por número de partidos, el momento de negociar con tal o cual agente allegado al club o el cruce de pareceres con alguien que tenga mano en la directiva. Demasiadas trampas como para pensar en que no podía caer en alguna de ellas.

Ha visto lo que pasó a compañeros y sabe de qué van las cosas en este peculiar Córdoba de los González. Dijo en su momento, hace apenas unas semanas, que quería seguir mucho tiempo en El Arcángel para lograr el ascenso. Los futbolistas dicen esas cosas y hay que tomárselo como lo que son. Pero en el caso de Deivid sonaban bien a los oídos de miles de cordobesistas, que se sentían identificados. Por lo que fuera. No es sencillo eso. Y en los equipos que no ganan títulos -la mayoría- son importantes presencias de este calibre. Lo mismo servía para prender la llama de la pasión cuando las pifias del equipo hundían a la hinchada que para rebajar tensión en el vestuario cuando los chavales -y los no tan chavales- se venían abajo al ver cómo se torcían los planes. Deivid ya no está. Volverá a El Arcángel de blanquivioleta y seguro que le recibirán como a un héroe, en una de esas performances típicas del cordobesismo con las que cumplen el doble mensaje: aplaudir al que se fue y zaherir a quien le abrió la puerta. El 15 ya no está.

Puede que al Córdoba le vaya deportivamente mejor sin él. Quién sabe. Y habrá quien salga diciendo que la decisión de ponerle en la calle estuvo bien tomada. Es probable que en las próximas semanas se aireen asuntos internos y se intente dejar a Deivid como un pesetero o un desagradecido, que es lo que se suele hacer en estos casos. Así funciona este negocio. Pero ni siquiera todo eso podrá paliar la desagradable sensación de estar viviendo, en directo, la transformación definitiva del Córdoba CF en un ente extraño, regido entre códigos comerciales y pálpitos testiculares, en permanente reinvención y con un discurso infantiloide.

El miércoles que viene jugamos contra Kenia en Antequera y ya se verán los primeros aficionados con las nuevas camisetas rosas. Muy divertido todo.

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