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Julio Llamazares: “En los momentos de crisis, el vecino se convierte en alguien sospechoso”

El escritor Julio Llamazares | CECILIA ORUETA

Juan Velasco

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El escritor Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) se refugió de la primera ola de la pandemia del coronavirus en un pueblo en la sierra de Extremadura. Y aquel pequeño viaje en coche desde Madrid hasta una casa en medio de la montaña extremeña, que no tenía horizonte de retorno, le ha servido para experimentar con la poesía y la literatura.

Primavera Extremeña (Alfaguara, 2020) es un relato de un viaje en prosa poética que es, a su vez, un diario en poesía prosaica de aquel primer confinamiento -el más riguroso- que este novelista y escritor vivió desde un lugar privilegiado y completamente absorto en la belleza de un paraje que se mostraba ajeno a la distopía cotidiana de las colmenas de asfalto.

Fue Extremadura, como pudo ser Córdoba, una provincia que el autor conoce a la perfección y en la que ha concedido esta entrevista con motivo de la publicación de su último libro.

PREGUNTA. Este nuevo libro es la historia de un viaje y, al mismo tiempo, de un encierro.

RESPUESTA. Yo no sabría como calificar este libro, porque sí tiene algo de viaje, aunque más interior que exterior. Hay un viaje que hago de Madrid a Extremadura huyendo de Madrid precisamente y de la pandemia que llegaba. Y, a la vez, es el diario de un confinamiento privilegiado. Porque, en medio del campo, yo he podido seguir dando paseos. Y también tiene algo de cuaderno de campo, de descripción de la evolución de la primavera en Extremadura. Bueno, digamos que es un libro híbrido y de distintos géneros que, a la vez, se acompaña de las acuarelas de Konrad, este alemán que vive muy cerca del lugar en el que estuve confinado, pues es un libro que aúna varios registros e incluso dos artes distintas.

P. Esto de hibridar los géneros no es nada nuevo en tu obra. Al fin y al cabo, siempre has dicho que te has considerado un poeta aunque hagas libros de viaje o narrativa.

R. Bueno, es que la poesía, más allá de un género literario tradicional, es ese misterio que hace que las palabras signifiquen más de lo que significan coloquialmente. Y yo creo que lo que distingue la simple escritura de la literatura es la presencia o no de un halo o un poso poético. Así que la poesía es mucho más que un género. Es la magia, la música que está presente en cualquier género para que las palabras se conviertan en literatura.

P. Además te permite dibujar, pintar. Es algo que entronca muy bien con la pintura, que tú además has incluido en el libro.

R. Bueno, pero porque esas acuarelas cuentan en pintura lo que yo cuento en palabras. Y, a la vez, son la chispa que provocó el surgir del libro. Este libro es fruto del azar. Si no hubiera existido la pandemia nunca hubiera existido este libro. Perro es que además, el motor o la chispa inicial de este libro la produjo una de las acuarelas que aparecen en él. Porque el día de mi cumpleaños, que fue justo el día después de llegar a Extremadura, mi familia me hizo el mejor regalo que me podía hacer, que fue regalarme una acuarela de Konrad -concretamente, Paisaje de la sierra de Santa Cruz con lavanda-. Y, cuando yo vi esa acuarela, sentí una revelación: “Esto lo tengo yo que hacer pero con palabras”. Porque llevaba un tiempo bloqueado. No podía continuar con la novela con la que estaba porque sentía que mi espíritu estaba muy lejos de la novela aquella y necesitaba escribir otra cosa y contar lo que estaba sintiendo en aquel momento.

Lo que distingue la simple escritura de la literatura es la presencia o no de un halo o un poso poético

P. Es curioso porque de la lectura del libro yo confirmo un sentimiento que tuve durante el estado de alarma. Yo a aquellos días los llamé “los mejores peores días de nuestra vida”.

R. Sí. Era una mezcla de sueño y de pesadilla. En mi caso se acentuó porque la pesadilla que todos vivimos -y continuamos viviendo, no nos engañemos- a la vez estaba contrasta por la maravilla y la exhuberancia de la primavera de Extremadura, que vivida además en medio del campo, donde la naturaleza es mucho más omnipresente, pues se convertía en una paradoja. Es decir, el mundo se contraía y se crispaba por una crisis sanitaria como nunca habíamos conocido y a la vez la naturaleza seguía a lo suyo. Seguía como todos los años explotando, floreciendo, llenando de pájaros el paisaje y de animales, que estaban como sorprendidos y envalentonados por la ausencia de personas y se acercaban a lugares donde antes no se hubieran atrevido. Con lo cual, era un contraste brutal entre la exhuberancia de la naturaleza y la zozobra que estábamos viviendo la especie humana.

P. En el libro hay una especie de sentimiento distópico pero cotidiano. Ese sentimiento que daban las noticias o las visitas al pueblo en las que te encontrabas un control de la Guardia Civil.

R. Claro. Bueno, en el libro bromeo con lo de que nadie me había apuntado con un rifle. Es verdad que la Guardia Civil estaba controlando los caminos y las carreteras. Y también que había una desconfianza entre la gente de los alrededores y los forasteros. El forastero siempre es un elemento distorsionante en cualquier lugar, salvo que se disfrace de turista, que entonces se convierte en un elemento al que ordeñar económicamente. El forastero es un personaje incómodo siempre en la literatura. Y en un momento de crisis sanitaria, en la que el forastero puede ser portador de una enfermedad, provocaba que te recibieran con más recelo. Es verdad que al principio no sabíamos cómo íbamos a ser recibidos. Pero lo cierto es que fueron encantadores y, al final, no es solo que nos trataran bien, es que nos trataban como si fuéramos uno más del pueblo. En cualquier caso, en los momentos de crisis, el vecino se convierte en alguien sospechoso. Y si es forastero mucho más.

P. Sí, esa broma la hemos hecho todos. Quizá más en las ciudades, donde sí que ha habido una parte más teatral de la pandemia, con muchos más controles policiales.

R. La verdad es que nosotros no veíamos prácticamente a nadie. Es una zona bastante poco poblada, con gente que va a atender el ganado o hacer labores del campo. Y en los meses de confinamiento más estricto es que ni siquiera esos andaban por allí. Así que pasábamos días enteros sin ver a nadie prácticamente, con lo cual vivíamos en una especie de burbuja de paisaje, pero que a través de los medios de comunicación, de la prensa digital, la televisión y el teléfono, pues vivíamos en sordina y la lejanía lo que estaba ocurriendo en España y en el mundo entero.

P. No sé si has notado que, con todo lo que hemos vivido, se está revalorizando la idea, sobre todo la idea, de vivir en el mundo rural. Pero es una idea que a mí me parece que tiene poco fondo, que es una moda pasajera, porque estas zonas realmente carecen de servicios para acoger un aumento de población.

R. Yo más que de servicios, sí estoy de acuerdo con eso que tú dices de que es una idea instintiva pero no hay fondo. Evidentemente una crisis de este tipo, como una crisis económica o una crisis bélica, produce unos efectos colaterales. Y uno de ellos es que la gente de repente se ha dado cuenta de que la mayoría vivimos entre cuatro paredes, en celdas como las abejas. Y, de repente, la gente empieza a añorar la libertad y la seguridad que aportan los espacios abiertos. Pero, tal y como está montada la película de la humanidad, creo que esto es más una reacción freudiana e instintiva de buscar el amparo de los lugares más tranquilos, que un verdadero sentimiento. En cuanto las aguas vuelvan a su cauce, la vida va a seguir discurriendo en el mismo sentido. Habrá gente que esta experiencia le haya servido para cambiar de vida, pero son los menos, porque al fin y al cabo, la inercia de la historia va en una dirección y la dirección que lleva la humanidad es la que todos conocemos. Habrá correcciones, más o menos mayores, pero seguiremos hacinándonos en entornos urbanos. Eso no creo que cambie por una pandemia.

P. Quizá el rayo de esperanza que sintieron muchas personas en el primer confinamiento, al final ha acabado convertido en un sentimiento hobbesiano de que no tenemos remedio. Incluso la esperanza es transitoria.

R. En los momentos de crisis es cuando realmente se manifiesta cómo son las personas y las sociedades. Y en esta crisis se ha visto clarísimo. Y lo que yo he visto no me ha gustado nada. La sociedad española no es que sea mejor ni peor, pero yo sí he tenido envidia, por ejemplo de la reacción de los partidos políticos en países como Portugal, donde se han unido, han usado el pegamento y la solidaridad ante unas circunstancias graves. Mientras, en España se ha producido una división todavía mayor y un enfrentamiento mayor, como culpándonos unos a otros de lo que sucedía. Y nadie tiene la culpa. Es una crisis sanitaria. Puede haber una responsabilidad mayor o menor para la gestión de la crisis, para la que nadie estaba preparado. Pero, en lugar de unirnos cuando la tempestad azota el barco, lo que ha pasado en España es que hemos empezado a enfrentarnos unos con otros al grito de sálvese el que pueda. Y es lo que hay. A mí no me gusta, pero es lo que hemos visto.

El forastero siempre es un elemento distorsionante en cualquier lugar, salvo que se disfrace de turista

P. Es posible que la sociedad no salga reforzada, pero la clase política sale directamente señalada de esta pandemia.

R. Es que además ha habido unas contradicciones enormes y continuas. Porque al principio la oposición acusaba al Gobierno de acaparar las competencias de las autonomías, y ahora le acusa de dejar la responsabilidad a las autonomías. En fin... El Gobierno habrá hecho muchas cosas mal, pero la oposición también. Todos hemos hecho muchas cosas mal, pero esa reacción, casi adolescente e infantil, de culpar al otro de lo que nos está pasando, hay momentos que ha sido ridícula y absurda. Nadie se esperaba esto y nadie sabe aún como combatirlo. Y la prueba es que seguimos en medio de las turbulencias de la tempestad.

P. De hecho, aprovecho para que, si hay un segundo confinamiento, te pienses bajarte a hacer el invierno cordobés. Por los Pedroches o la Subbética.

R. (Se ríe) Bueno, no estaría mal. Además Los Pedroches están muy cerca de Extremadura y compartirán las mismas primaveras. Bueno, Córdoba es un sitio que conozco por suerte. Gracias a que tengo muchos amigos, lo conozco bastante y he ido muchas veces. Y lo que más siento es que este tiempo no me permita presentar el libro presencialmente en la ciudad de Córdoba que, como decía García Márquez, es la ciudad más hermosa del mundo. Yo no me atrevería a decir tanto, pero sí es una de las más bellas del mundo y de España. Y también su provincia de la que, por otro lado, he esscrito bastante.

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