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¿Estamos muertos o qué?

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Paco Merino

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Digámoslo claro. Las cosas, como son. El Córdoba CF está en un momento crítico de su historia. Quizá el que más, por muchas razones. Entre lo que se busca y lo que se encuentra, la entidad deportiva más emblemática de la ciudad -una de sus señas de identidad y, en cierto modo, una metáfora suya- aborda un desafío brutal: tiene que forjar un milagro en seis meses. Los más viejos dirán que eso ya sucedió otras veces. Que puede volver a pasar. El Córdoba tiene el pellejo duro. Lo aguanta todo, a veces sin rechistar y otras, las más, abonándose al lamento sistemático y un peculiar sentido crítico que se basa en mucha sabiduría y poco conocimiento. O al revés, quién sabe.

El caso es que siempre sale a flote gracias a una característica poco común: convierte en fiesta sus dramas y se maneja en escenarios caóticos. Sus vitrinas están vacías, pero el imaginario del cordobesismo está repleto de hazañas como la salvación en el descuento de la Liga porque un tal Abraham Paz falló un penalti en Alicante con el Cádiz, o aquellas tardes delirantes con una victoria en Leganés o un empate en Getafe para mantener la plaza en la última jornada. A veces ni siquiera le hace falta ganar: los veteranos recuerdan una tarde en Elche, con doce mil cordobesistas desplazados, en la que se celebró un ascenso a Segunda que aún no estaba en la mano y se perdió cuando el filial del Depor goleó en El Arcángel siete días después. Pero la fiesta no se la quita nadie del cuerpo. Luego llega la hora de llorar y eso lo hacemos muy bien.

Así somos. Gente fiel y tozuda, que disfruta con exceso de sus (escasas) alegrías y se reconoce en las penas, cuando su equipo hace el ridículo o se siente estafada por los que mandan en el club. Porque ya debemos saber todos, porque somos mayorcitos, que el fútbol es un sentimiento cuando todo va bien -y especialmente en las campañas de abonos- y una empresa -o un asunto de ciudad- cuando hay operaciones económicas de grueso calado de por medio. Quizá mientras usted sueña con un par de centrales -como los que acaba de fichar el Lorca, por ejemplo- para que el Córdoba deje de ser un coladero, otros estén buscando la manera de sacar tajada de todo este embrollo de la compraventa. Así va esto. El Córdoba somos nosotros y nosotros decidimos cómo encarar este desafío que va más allá de lo futbolístico. El infierno no da miedo porque ya estamos en él.

Los partidos de locos, los maletines, las carambolas, el cincuentapuntismo, el fichaje apañado para el curso siguiente, los favores debidos, los hermanamientos, los petardazos y los empates pactados. Así ha ido armando su vida el cordobesista, que transmite su pasión a la generación siguiente barnizando los recuerdos para que parezcan mejores y elevando a los altares a iconos por motivos que la razón no alcanza a comprender ni falta que hace. Esto es fútbol y está ahí para hacernos felices (un ratito, aunque sea). Que no es lo mismo que ganar y dar espectáculo, como bien saben los devotos blanquiverdes. Se dice que hay dos perfiles para perseguir la felicidad: están los que lo hacen buscando el placer y los que avanzan huyendo del dolor. Ya saben dónde encajar al Córdoba.

Y a lo que vamos. Carlos González sigue siendo el dueño de la sociedad, después de frenar en seco un proceso de compraventa a la sociedad Aglomerados Córdoba, del montoreño Jesús León y de Luis Oliver Júnior. Estos insisten en cumplir el contrato pactado, pero González no está por la labor y ha denunciado que son precisamente los compradores los que quisieron pegarle un regate a última hora. Apunta a un desenlace en los tribunales. Todo el mundo había fantaseado con la marcha de González -cuyos niveles de popularidad entre el cordobesismo andan por el subsuelo- y la llegada de León -y de Oliver, un empresario del fútbol de conocida trayectoria por clubes y juzgados- para encontrar un revulsivo anímico amarrado a un puñado de fichajes de invierno. Pero eso no va a suceder. Un garbeo por las redes sociales deja claro el estado del cordobesismo: hundido y sin esperanza alguna. “Estamos muertos”, dicen. Igual es verdad. Y si es así, hay formas y estilos para decir adiós. Aún hay tiempo de decir una última palabra, aunque sea para despedirse de la Segunda División.

La cuestión es que los mismos jugadores que han logrado 16 puntos en la primera vuelta están obligados a sumar el doble para luchar hasta la última jornada por una opción de permanencia. No vendrá nadie. No se irá nadie. Ni siquiera los que quieren coger las maletas porque sus representantes les han buscado una salida o los que hace tiempo dimitieron mentalmente de esta singular lucha del Córdoba, que no es uno más de Segunda. Pasará a la historia si consigue lo nunca visto: una mutación inmensa -de colista a campeón- con los mismos jugadores para asegurar la permanencia en Segunda. Con González, sin fichajes, últimos, goleados y con colección de citas en juzgados. Sí, para qué engañarnos: es normal que todos piensen que el Córdoba está muerto, que ya ha descendido, que no tiene nada que hacer y que su único papel es desgranar jornadas siendo el hazmerreír del fútbol español. No se puede culpar a quien lo vea así. Pero aún hay algo que hacer antes de rendirse y eso corresponde a los cordobesistas. Los muchos o pocos. Los desencantados, los hartos y hasta los románticos que dicen que “todo pasa por algo”. Los que saben que lo peor no es un descenso, sino lo que viene después.

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