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Está linda la mar

Juan José Fernández Palomo

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Toda revolución tiene algo de fracaso. Parece algo innato y que merece una explicación. Por eso hay gente que habla de la revolución permanente y luego la realidad nos da un tortazo de praxis frente a lo que pensamos que es análisis.

Estamos en ello.

El inminente Premio Cervantes es Sergio Ramírez, un nicaragüense que intentó cambiar su hermoso país de Centroamérica. Se implicó en que llamaron una revolución, no le gustó por dónde iban los derroteros y se bajó de ese carro.

El que fuera ministro de cultura sandinista ha escrito muchas novelas y poemas. También ésa era su manera de entender la revolución.

Yo he tenido la suerte de tomarme unas cervezas heladas de la marca nacional Toña en la terraza del Bar el Sesteo, en León, Nicaragua, junto a la catedral donde reposan los restos de Rubén Darío, el que escribió sobre mirtos y jacarandas y el leve aleteo de las mariposas.

Yo estuve allí después de leer Margarita, está linda la mar, en los escenarios de la novela de Ramírez, respirando el mismo aire y viendo a los mismos adolescentes en bicicleta parándose a tomar un jugo o un fresco de naranja en la plaza.

Sergio Ramírez se merece un Cervantes como tantos se merecen un mundo mejor.

Ramírez escribe en un español cristalino, ultramarino, que cruza las orillas y que nos devuelve a la idea de que es posible que la lengua es la patria y no unas lindes inventadas ni telas de colores en el balcón.

Hablando en tu lengua, la Revolución es aún posible.

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