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El debate público hoy

Virginia Ruiz Navarro y Carlos Martínez Callejo / Blogópolis Opinión

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Habitualmente y cargados de buena voluntad, los ciudadanos asistimos a un monótono y aburrido debate público sobre los asuntos que ocupan a los principales partidos políticos: corrupción y amnistía. Los casos de corrupción son un problema recurrente que se airea en función de intereses partidistas pero que no se somete al control necesario para erradicarlos. Por su parte, el tema de la amnistía viene protagonizando el debate político meses -por no hablar de lo que nos queda- cuando, con independencia de supuestos jurídicos y de simbolismos, los portavoces del PSOE calculan que podría afectar a unos 400 ciudadanos y los propios independentistas no suben la cifra de afectados más allá de los 1.000.

No se trata de menospreciar estos temas; pero ¿qué sucede con los problemas cotidianos de los 47 millones y pico de españoles? En un ambiente cada vez más sucio, provocado principalmente por los portavoces de la derecha y la extrema derecha (de quienes no se recuerda otra propuesta que la bajada de impuestos, sin concretar cómo y dónde se aplicarán los correspondientes recortes), no se habla de cómo minimizar el desempleo, de cómo acabar con la precariedad de sueldos de algunos y de los sueldos millonarios de otros, de la falta de estabilidad y expectativas de los jóvenes ni de cómo mejorar las condiciones de muchos trabajadores inmigrantes rayanas en la esclavitud. Envueltos en este lodazal que invade el debate público en la actualidad, no se profundiza en el papel del Estado en aspectos críticos para el bienestar de la ciudadanía, como lo son la sanidad, la educación o la dependencia, ni de dónde saldrán los recursos necesarios para su financiación.

Constituyendo estas y otras cuestiones de política económica aspectos relevantes para el bienestar, mucho más significativas son sus consecuencias cívicas, que suelen estar más alejadas aún del debate público, como sostiene el filósofo estadounidense Michael Sandel en El descontento democrático. Rara vez se reflexiona sobre cuestiones como ¿a qué tipo de sociedad aspiramos? ¿a qué tipo de ciudadanía y con qué vínculos sociales? ¿cuánta desigualdad sería considerada aceptable? ¿hacia dónde nos conducen las actuales políticas económicas?. Ya en el siglo IV a. C., Platón mencionaba en la República el tipo de individuo que genera cada régimen político y, en particular, destacaba cómo la oligarquía, asentada en el ansia de bienes materiales, conlleva un tipo humano “acumulador de tesoros”. Los oligarcas gobiernan a favor de los intereses de su clase social: la acumulación de riqueza en sus manos y el empobrecimiento de los demás, no sólo provoca profundos desequilibrios y conflictos sociales sino que además en dicho régimen político se extenderá un modelo de ciudadano convencido de que, para mantener la posición social, el honor es menos efectivo que el dinero, que descuidará la educación y los servicios públicos. Y esto es lo que nos sucede en la actualidad, en pleno siglo XXI.