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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Tauromaquia

Juan José Fernández Palomo

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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Yo, como soy un impostor, he escrito sobre tauromaquia varias veces. Aunque ya no me gusten las fiestas de toros, las corridas de toros y esas cosas, voy otra vez a escribir sobre “Los Toros”.

Intenté que me gustaran las corridas de toros. Lo hice, tal vez por algunos amigos, por leer el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, por ver grabados de Goya, por los de la Suite Vollard, de Picasso, por las crónicas que escribía Joaquín Vidal en El País. Por el Minotauro, por los frisos de Creta… Por cosas.

Pero me aburrí. Las corridas de toros son aburridas y crueles; y mientras más aburridas, más crueles. Aquí, en Córdoba, lo hemos tenido más cerca que nunca con eso que se llamaba “Becerrada en homenaje a la Mujer Cordobesa”, que manda mi coño empoderado, un espectáculo patético donde niños (a veces niñas) jugaban con cachorros a torear vaquitas, asetear animales de apenas un año de edad para que acabase matándolas un adulto “profesional” mientras en los tendidos vociferaban las madres y las titas de los chavalitos que jugaban a oler la sangre como si ya fueran mayores.