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Marroquíes, 6: la más auténtica esencia

Responsables del patio Marroquíes, 6 | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Cuando llega mayo se desinhibe por completo. Siempre discreta, o al menos de esto tiene fama, Córdoba pierde su timidez en el que es su mes. Es entonces, año tras año por estas fechas, cuando la ciudad se muestra sin reservas. Así sea a propios como a extraños, que descubren una realidad diferente. Más vida parece tener gracias al color y a la luz, que es tan distinta como cada sonido en este período. Más alegre aparece a la mirada del viandante, de aquí y de allá, de la mano de las flores. Las mismas gozan de un rol principal, a veces casi único. Pero lo cierto es que la Córdoba de mayo tiene como protagonistas a sus gentes, que son quienes mantienen con firmeza a pesar del desgaste del tiempo, dos tradiciones. Una es la de la convivencia en torno a un recinto y la otra, el cuidado de secretos jardines. Son las personas que habitan las casas-patio quienes guardan en el tarro de sus muros la más auténtica esencia, como ocurre en la calle Marroquíes.

Es en el número 6 de este inmueble del barrio de Santa Marina donde aparece eterno uno de los patios más significativos del Festival cordobés, participante en la modalidad de arquitectura antigua y que este año se alza con un primer premio. Se trata de un pequeño pueblo dentro de la ciudad, un rincón donde viven nueve familias -como inquilinos- y se reúnen seis talleres de artesanía. La vida es como antaño, compartida en un mismo espacio y entre flores. “Lo que tiene de especial es que hay mucha más interacción. Cuando la temperatura es buena, las puertas y las ventanas siempre están abiertas. Vivimos de cara al patio. Hay mucha más interacción porque, lo quieras o no hay más comunicación”, explica Mari Ángeles Arquero, una de las inquilinas de Marroquíes, 6. “La estructura permite que haya más relación entre los vecinos. A esto se suma el contacto con las plantas. Estoy muy contenta de que la crianza de mis tres hijos haya sido de esta manera”, añade.

Mari Ángeles vive con su familia en esta casa-patio desde el año 2000, cuando llegó junto a su pareja “un poco por casualidad”. “Aunque de alguna manera este sitio ya me gustaba. En el 85 lo conocí cuando vine de patios y ya dije: aquí me vengo a vivir. Fue un deseo que se hizo realidad sin que yo corriera tras él, y hasta el momento no me arrepiento”, expone al tiempo que afirma tener gusto siempre por el cuidado de las plantas. Años después el matrimonio tuvo ocasión de hacerse con otra habitación para ampliar el hogar de los suyos y en 2009, Mari Ángeles alquiló la estancia que hoy es sede de su taller. “Me sirvió para compartir lo que estaba desarrollando fruto de la interacción con las flores”, apunta en este sentido. Además de al propio patio ella dedica sus días a la actividad que más le satisface: realiza jabones florales, aguas o perfumes, así como una cosmética natural y remedios con aceites esenciales como el romero o la lavanda, con aloe vera…

Su taller es uno de los seis que se encuentran entre las calles con que cuenta esta peculiar casa-patio, una de las más reconocidas y premiadas de Córdoba. Otro es el de Carmen Álvarez, que se ubica al otro extremo de este pequeño pueblo integrado en la ciudad. Ella es asturiana, pero vive por estos lares desde hace más de dos décadas. “Llegué por una cuestión de trabajo de mi marido. Yo hice cerámica en la Escuela de Artes y un compañero vivía aquí en el patio. Me dijo que quedaba una casa libre y monté aquí mi tallercito”, cuenta mientras su hija despacha en su establecimiento de ceramista. Al mismo tiempo, decenas de personas recorren con asombro la calle del gran inmueble colectivo en que se halla esta parte de la vivienda.

Para Carmen, al igual que para Mari Ángeles, la principal diferencia de una casa-patio con cualquier otra es “la cercanía, el contacto más cercano con los vecinos”. “Tú a tu vecino como no lo encuentres en el portal no lo ves en todo el día si vives en un bloque. Aquí no, si hace bueno la gente sale a tomar el fresco y tal. Siempre hay gente en el patio”, indica esta asturiana enamorada de Córdoba, ciudad de la que ya es a fuerza de vivir en ella. Y más en un hogar tan tradicional, con tanto sello propio, como lo es el número 6 de la calle Marroquíes. “Intentamos mantener la convivencia. El estilo de vida es prácticamente como en cualquier otro sitio, la gente está en su casa, pero lo único es que tú tienes más contacto con tus vecinos”, reitera Carmen Álvarez acerca del día a día en una vivienda de este formato, donde especialmente “se vive en el patio”. Sobre todo porque siempre es necesario estar pendiente de las plantas, ya sean florales o de verde.

El patio que “se mantiene como en su origen”, según indica Carmen, “da mucho trabajo”. “Esta casa es de principios del siglo pasado y los materiales con los que se construyó eran muy penosos. Las paredes son de arena y piedra, y los desconchones no se pueden imaginar. Ya de las macetas qué voy a contar. Aquí no sabemos cuántas tenemos, nunca las hemos contado y creo no las vamos a contar por no llevarnos un susto”, relata con alguna que otra broma. Importante, cualquier ingreso por la apertura del patio en el Festival va destinado precisamente a su cuidado.

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