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Sentir para entender

Córdoba - Reus (1-0) en El Arcángel | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Anudada al cuello tiene una bufanda. Un escudo se adivina. Unos colores se intuyen. Hace calor, pero no le importa. Camina rumbo al estadio. Resopla al descubrir que de nuevo unas vallas le molestan. Ya está aquí la Feria. Ya está aquí el quebradero de cabeza para cruzar El Arenal. Tiene que dar un rodeo. La ansiedad le crece. No va con la hora justa y sin embargo así lo siente. Otros andan delante de él. El paso es lento. El agobio es mayor a cada zancada. Al fin tiene vía libre para llegar al acceso del Fondo Norte. Respira aliviado. Tan rápido como puede se acomoda en su asiento. Saca el móvil y lee Twitter. “¡No hay billetes!”, escribe el Córdoba en su perfil. Levanta la mirada y ve el estadio aún con alejado del lleno. Revisa todas las gradas hasta tres por tres ocasiones. “No se llena”, se dice angustiado. Son las seis y veinticinco. Quizá no lo sepa, pero lo mejor está por venir.

La asistencia parece mayor cuando sólo resta un suspiro para el comienzo. Cuando la tensión va en escalada el murmullo se convierte en aplauso. Las palmas resuenan acá y allí. Un amplio tifo cubre buena parte del Fondo Sur. “Para bien o para mal”, reza la pancarta de Brigadas Blanquiverdes. Cinco palabras bastan para decirlo todo. El Arcángel vive su primer momento de vibración. La alineación es vitoreada de principio a fin. Excepto cuando por megafonía nombran al técnico. El chaval mira al suelo y después al horizonte. Busca una luz. Cree estar perdido en un oscuro túnel. De repente, otra ovación hace tambalear los cimientos del alma del muchacho. También de cualquier otro que anduviera ya en su asiento. Pisan con firmeza su sector los miembros de Incondicionales. Conocen de la trascendencia del encuentro. Quizá más que quienes en su día sintieran una intolerable molestia con su bombo.

El tiempo de silencio termina. El otro grupo de animación está dispuesto a dar voz a los miles de corazones que se reúnen en El Arcángel. La luz parece diferente en esta ocasión. Probablemente sea la misma de siempre, siempre y cuando la fecha sea ésta. Y ésta es la fecha en la que cada segundo importa. La grada arranca con fuerza un encuentro que poco a poco apaga a la afición. Nada nuevo bajo el sol, pensarán en los fondos, en Preferencia y en Tribuna. Da igual. No queda otra que dar el todo por el todo. La afonía es deseada, el dolor en las palmas de las manos es anhelado. Sirve el descanso para tomar un respiro, para cobrar impulso. Es lo que seguramente creerán todos después del choque. El Reus mantiene el cerrojo en la portería. Transcurren los minutos. Aparecen las caras de nerviosismo. Pero los sectores cuyas gargantas están dispuestas a romperse no cesan.

De manera casi imperceptible, el ambiente es distinto. De un segundo para otro. No es necesario más que una intervención de Kieszek, un cambio de juego de Javi Lara o un apuro de la defensa rival. “Vamos dale Córdoba, vamos campeón”, el estadio parece que pudiera caer en derrumbe. La protesta del minuto 54 es un signo de madurez. De responsabilidad es el ejercicio que realiza toda la hinchada. La asidua y la esporádica. Hoy todos son uno. También de la mano con el equipo. La tensión es creciente. Un señor a su lado resopla una y otra vez. Una chica al otro lado tuerce el gesto en una contra rival, que por fortuna acaba en nada. El chaval, con la bufanda todavía anudada en el cuello, se lleva la mano al pecho. Siente un pellizco. No se va. Sigue ahí. Es cada vez más intenso.

En un instante todo cambia y a la vez sigue igual. ¡Gol! Rodri conecta con la cabeza un balón servido por Javi Lara. Estalla la euforia. El muchacho levanta las manos. El Arcángel sufre los efectos de un seísmo. Casi en el suspiro final una mano salvadora saca del ay a los seguidores. La respiración contenida se escapa como un torbellino. ¡Final! Y el júbilo va más allá de la celebración última, porque después continúa. El chico se deja caer en el asiento. Le tiemblan las piernas. Sonríe y lo tiene claro. Quien no vibra, no llora, no grita, no ríe, no salta, no padece… Quien piensa que cuando el desánimo reina en la grada no toman las riendas... Quien no sabe que el cordobesismo está más para mal que para bien... Quien no cree sufrir asfixia, jamás puede conocer lo que significa. Sentir para entender.

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