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Equidistancia

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José Carlos León

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Llevaba un par de años dando tumbos por casa, pidiendo a gritos que la leyera, pero quizás las 650 páginas o la certeza de que me enfrentaba a un reto monumental hicieron que la fuera procrastinando sine die. Con Patria me pasaba como durante años me sucedió con El Padrino, que le tenía tanto respeto que pensaba que todavía no estaba preparado para degustarla y empaparme de ella como merecía. Quizás necesitaba su momento, y por fin llegó este verano, cuando pude sacar el tiempo para saborear la novela de Fernando Aramburu, de la que no voy a decir más porque está todo dicho.

A finales de mes se estrenará al fin la adaptación para televisión, culminando una cuenta atrás que se extendió más de la cuenta por culpa de la pandemia. La espera se ha ido calentando con los trailers y los avances de una serie que empieza con un asesinato, el del Txato, una de tantas víctimas absurdas e inocentes de ETA. Y como toda campaña publicitaria no es tal si no tiene polémica, esta semana se ha prendido la mecha de el cartel. Y ya se ha armado.

Seguro que lo has visto. En un lado, una mujer sujeta el cadáver de su marido; en otro, un joven desnudo tumbado en el suelo de una sala de interrogatorios donde ha sido torturado. Ambas imágenes desgarran, bajo el dramatismo y una estética de pietá que ponen los dos sufrimientos al mismo nivel, el de la víctima y la del asesino, y en medio del eterno debate surgió la palabra maldita: la equidistancia.

El propio Aramburu no dudó en calificar la elección del cartel como “un desacierto”, y la polémica ha forzado a la productora a editar un nuevo trailer para rectificar y remarcar los “52 años de dolor”. El autor siempre dijo que bajo ningún concepto aceptaría que las víctimas pudieran sentirse dolidas por la obra, y aunque presenta un retrato coral y poliédrico, nunca deja a la duda de qué lado está, dejando claro quiénes ponían las balas y quiénes los muertos. Sea como sea, el cartel ya ha cumplido su función. Ladran, luego cabalgamos amigo Sancho.

Durante 50 años, mientras unos pegaban tiros y otros enterraban a sus hijos, la equidistancia fue un mantra que acompañó la lucha contra ETA. En la gran política fue el leit motiv del PNV o de buena parte de la izquierda española (¡ay Anguita, qué claro eras…!), la que entonces blanqueaba el terrorismo al amparo de la lucha contra el régimen y que hoy sigue haciéndose fotos con Otegi y dando charlas en herriko tabernas confundiendo la falsa progresía con la estupidez y la ignorancia. De esa izquierda progre y subvencionada salió también mucho del cine que durante años se vio subyugado por un movimiento revestido de romanticismo y de lucha por la libertad de un pueblo oprimido tras el que sólo había muerte y negocio. Eran los años en los que se hablaba de “el conflicto”, “la lucha” o “el dolor en ambos bandos”, disfrazando de guerra un terrorismo cruel y canalla que 852 víctimas después no sirvió para nada, para absolutamente nada.

Pero donde la equidistancia se hizo más palpable fue en las propias calles del País Vasco, donde todo el mundo se conocía y sabía de qué palo iba sólo con ver a qué bar entraba o qué periódico compraba. Durante décadas la técnica de ver, oír y callar fue una estrategia de supervivencia, una adaptación a la vida cotidiana del laissez faire, laissez passer mientras que la cosa no vaya conmigo ni con los míos. En Patria ese perfil está perfectamente dibujado en el personaje de Joxian, un hombre alienado y absorbido por sus circunstancias que termina perdiendo la amistad, la familia, la alegría y hasta las ganas de vivir por algo a lo que nunca se sintió cercano. “He sido un cobarde”, reconoce en los pasajes finales del libro ante Bittori, asumiendo la cobardía del silencio, la cobardía de la equidistancia.

“Igualdad de distancia entre dos o más puntos o cosas”, define la RAE, tan escueta y clara como siempre. “En el terrorismo no cabe la equidistancia”, dijo hace unos días el ministro Marlaska, quien también tuvo que dar su opinión sobre el dichoso cartel, una afirmación que podría hacerse extensible a muchos ámbitos de la vida.

Vivimos en el universo de lo políticamente correcto, del pensamiento único y del mensaje comedido. La norma es no llamar la atención, como en la mili, ser uno más en la cadena, un elemento más en la sociedad del sandwich mixto. Elegimos no elegir para no sentirnos señalados, no hablar para no ofender, no pronunciarnos para evitar el yugo del qué dirán, escapar de la crítica social. Existimos bajo la tentación de movernos en el grueso de la campana de Gauss, de pasar desapercibidos y formar parte de la media, de esa masa que echa el día sin más aspiración que llegar al siguiente. El problema es que eso crea un hábito, y de media viene mediocridad.

Puede que ahora más que nunca haya llegado el momento de huir de la equidistancia, de decantarse por un bando y defender la posición, de estar con una de las imágenes del cartel y asumir la responsabilidad y las consecuencias de esa decisión. Quizás debamos mojarnos más, pringarnos, bajar al barro y tomar partido por aquello en lo que creemos, aun a costa de no gustarle a todo el mundo. En la sociedad en la que la fama se mide a golpe de like, la tentación de no ofender es el pan nuestro de cada día, pero puede que la equidistancia sólo sea el escondite de los mediocres, el refugio de los cobardes.

Entre la víctima y el verdugo, yo tengo claro de qué lado estoy. ¿Y tú?

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