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Así nos jode Peter

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José Carlos León

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No, el Peter al que me refiero en el titular no es Pedro Sánchez (aunque la verdad es que sí podría serlo. Lo dejo a tu imaginación) y he escogido la foto para molestar y para llamar tu atención. Si entre una cosa y otra he hecho que este artículo te interese lo más mínimo, ya he conseguido un objetivo. Ya puestos, te invito a seguir leyéndolo, a ver qué te parece.

Si algo ha quedado claro durante la pandemia, además de que atravesamos la mayor catástrofe sanitaria, económica y social que hemos vivido un par de generaciones (y lo que nos queda por delante), es que tenemos una clase política muy floja, y que probablemente tenemos el peor gobierno de la democracia en el peor momento posible. Salvo honradas excepciones, echar un vistazo a los currículums de nuestros representantes nos invita a pensar que la mayoría no pasarían el primer filtro en muchos procesos de selección, y eso por no hablar de sus competencias en materia de comunicación, oratoria o relaciones humanas.

¿Cómo ha podido llegar esa gente ahí? Es una pregunta que muchos nos hacemos y que probablemente en la política tiene una explicación mucho más sencilla. En todos los partidos hay casos de gente sin estudios ni oficio conocido más allá de años de militancia activa desde la adolescencia. Su único mérito es vivir con el carnet permanentemente en la boca, haciendo la pelota y dorando la píldora al mandamás de turno, que generalmente tampoco es una lumbrera. Como el jefe tampoco quiere gente muy lista a su alrededor, vaya a ser que salgan espabilados y le hagan sombra, nada mejor que rodearse de mediocres que hagan palmas, le rían las gracias y por supuesto sepan en todo momento que si no llega a ser por un oportuno dedazo estarían de por vida en la cola del paro. Quizás el ejemplo más palmario en la actualidad sea la inefable Adriana Lastra, la portavoz socialista en el Congreso, esa choni astur cuyo historial no existe más allá del partido. Así fue medrando hasta convertirse en el maleducado pitbull de Sánchez, porque agradecidos los quiere el Señor.

Algo parecido sucede en todos los sectores, también en el privado, donde muy a menudo nos encontramos a gente que ha llegado inexplicablemente a cargos y sueldazos que les vienen muy largos. ¿Por qué? Puede que Peter tenga la explicación. En la década de los 60, el profesor canadiense Lawrence J. Peter analizó cómo en numerosas empresas los cargos directivos mostraban un nivel tan bajo para la gerencia o la organización de sus equipos. Es decir, los que ocupaban cargos más altos no eran los mejores, los que tenían que tomar las decisiones estratégicas. Eso quería decir que o su elección era errónea o su capacitación no era la adecuada para el cargo. Eso le llevó a enunciar el Principio de Peter, que viene a decir que “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”.

¿Eso qué quiere decir? Peter explica que “con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”. El origen de este problema está en que en la mayoría de empresas y organizaciones, las retribuciones (la pasta) no están en función de los méritos y capacidades, sino de los cargos. Los salarios se establecen en rangos jerárquicos por categorías, así que la única forma que tienen las empresas de premiar a sus mejores trabajadores para que puedan cobrar más es ascenderlos en la jerarquía organizacional a puestos que les garantizarán un sueldo mayor, aunque con unas atribuciones y responsabilidades que se alejan de sus competencias.

Te voy a poner un par de ejemplos que seguro que vas a entender. He vivido (y sufrido) personalmente algo que pasa muy a menudo en los medios de comunicación, donde la forma de premiar a los mejores redactores es convertirlos en jefes de sección, redactores jefe, o incluso en directores. Eso es un drama para la organización, porque excelentes periodistas que disfrutan en la calle buscando noticias, escrutando fuentes y contando historias a cambio de un sueldo de mierda obtienen el premio a su labor con un ascenso que resulta nefasto para la compañía, que pierde a un gran activo en lo suyo para ganar un pésimo gestor. Lo mismo pasa en los equipos comerciales, donde en muchas ocasiones el mejor vendedor es “ascendido” a jefe de ventas, con lo que la empresa pierde a un fantástico comercial a cambio de un nefasto organizador. Todo el mundo lo sabe, pero ese ascenso era la única forma de que la empresa reconociera económicamente su valía aunque el resultado sea una cagada mayúscula (y predecible).

Peter diría que “los mejores trabajadores no son siempre los mejores jefes”, porque la mayoría de nosotros somos altamente competentes en nuestra labor hasta un punto en el que tocamos techo. Si somos ascendidos a un puesto de mayor responsabilidad podemos quedar en evidencia porque excede nuestras competencias, y ahí es donde se haría realidad eso de que habríamos alcanzado nuestro “máximo nivel de incompetencia”. Y eso por no hablar de las organizaciones donde el único mérito es el tiempo acumulado. Esto es aún más sangrante, porque a la incapacidad manifiesta se le suman los trienios, los quinquenios y la madre que los parió, de forma que dinosaurios inútiles ocupan los puestos más altos de la organización y, por tanto, los sueldos más altos simplemente por el mérito de los años amontonados y de su supuesta experiencia, que no competencia. Mientras, jóvenes con mucha mayor capacitación malviven en los escalafones más bajos de una estructura construida sobre los cimientos del Principio de Peter.

El caso es que hay mucha gente que en base a sus competencias es enormemente válida en determinados puestos, pero están colocados en el sitio equivocado. Siempre me viene a la mente el doctor Fernando Simón, la cara visible de la crisis del Coronavirus. Es una eminencia médica, pero su capacidad de comunicación es pésima. El problema no es suyo, sino de quien lo ha puesto ahí para dar la cara todos los días, para quemarse delante de la opinión pública y, en última instancia, para que abandone su faceta científica hasta convertirse en portavoz y cara de las mentiras y medias verdades de un ejecutivo sobre el que Peter podría hacer una nueva edición de su libro.

El Principio de Peter tendría su complemento en la Teoría del Sándwich mixto, que viene a explicar que vivimos en una sociedad mediocre en la que prosperan los mediocres por encima de los talentosos. “De calidad media. De poco mérito”, define la RAE, pero basta con echar un vistazo a la mayoría de las empresas, organizaciones o instituciones (si con públicas es aún más palmario) para darnos cuenta de que no estamos en manos de los mejores, sino de los elegidos por unos criterios que en muchos casos se alejan de la meritocracia. Ahí está el problema, en que estamos gobernados por Peter. Y así andamos, jodidos.

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