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Duele, luego motiva

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José Carlos León

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Cuando alguien me pregunta a qué me dedico suelo ventilarlo diciendo que “formador”, que en realidad es lo que soy. Trato de esconder la palabra “coach” porque el anglicismo puede parecer algo pedante, porque la profesión empieza a estar algo denostada, porque sigue siendo una gran desconocida y, sobre todo, porque me da una pereza infinita tener que explicar lo que es y lo que no es, lo que hago y lo que dejo de hacer. Cuando no tengo más remedio que mencionarla, mucha gente me dice: “¡ah, coach! ¿Entonces tú que eres de los que motiva?”. En ese momento esbozo una sonrisa boba y trato de quitarme de en medio antes de soltar una bordería, porque yo no estoy para motivar a nadie. El coaching flowerpower de los abrazos, los saltitos, los juegos con globos, los gritos histéricos y demás gilipolleces ha hecho mucho para echarse mierda encima y ganarse esa imagen facilona y pueril de que lo único que hacemos es motivar a los demás, dando palmas y ánimos, jaleando a alguien mientras le decimos chorradas como “¡tú eres capaz de todo!” o “¡todo el poder del universo está dentro de ti!”. Yo ya estoy muy mayor para eso y además me da mucha pereza.

La motivación humana es algo mucho más importante, el gran misterio de qué hace que las personas movamos el culo en busca de un objetivo o que por el contrario nos quedemos cruzados de brazos sin hacer nada por eso que decimos que tanto nos estimula. Factor determinante en la psicología, no es de extrañar que la gran obra en la que Abraham Maslow describió las necesidades básicas se llame Una teoría acerca de la motivación humana. Como suele pasar en esta profesión, la mayoría de los contenidos tienen mucha ciencia detrás, pero para quien es incapaz de acercarse a la ciencia siempre es más fácil tirar de charlatanería, clichés facilones y frases de sobre de azúcar.

¿Cuáles son los motivos que nos llevan a la acción? La pregunta es clave, fundamental para entender nuestro comportamiento. ¿Qué nos estimula y qué no? ¿Qué hay que a veces nos empuja indefectiblemente a perseguir nuestros objetivos? ¿Por qué a veces no somos capaces de mover un dedo y nos quedamos paralizados? Quizás todo tenga que ver con una palabra que acabo de mencionar: objetivo. Sólo si ese motivo es suficientemente estimulante para el individuo éste será capaz de salir de la inacción y poner todos sus recursos en marcha. O como suelo decir en mis formaciones, “si el objetivo no te motiva es que el objetivo es una mierda para ti o tú eres una mierda para ese objetivo”.

En coaching se suele decir que para que ese objetivo sea suficientemente estimulante debe tener unas ciertas características, como ser enunciado en positivo y cumplir los requisitos SMART, es decir, que sea específico, medible, alcanzable, razonable y que tenga plazos temporales. Aparentemente tiene mucho sentido, porque baja mucho al suelo objetivos aparentemente abstractos como “ser feliz”, “una casa más grande”, “ganar más dinero”, “perder peso” o “hacer un viaje”. ¿A dónde? ¿Cuándo? ¿Cuánto necesitas? ¿En qué plazos? Son preguntas que deberían servir para trazar una ruta y hacer que cualquier persona se planteara la caza de sus objetivos, de sus metas, de sus sueños más motivantes… Pero desafortunadamente, eso no suele funcionar. ¿Por qué?

Deja que te diga algo que probablemente sabías pero que quizás nadie se había atrevido a decirte. La mayoría de personas no sabemos lo que queremos, o al menos no somos suficientemente explícitos y claros a la hora de plantearlos. Somos incapaces de visualizar una meta concreta, y al no generar esa experiencia emosensorial en nuestro cerebro, no hay nada que nos motive a la acción. Dicho de otra forma, el placer de conseguir un objetivo no suele ser suficiente para que salgamos del letargo, para impedir que sigamos hablando de lo que nos gustaría conseguir, pero sin mover un dedo para ello. Y esto tiene un sentido.

En el siglo XVIII, el filósofo británico Jeremy Bentham ya dijo que la búsqueda de la felicidad era una continua persecución del placer, pero también una huida del dolor, introduciendo los dos grandes factores de la motivación humana. Perseguir objetivos es muy estimulante, pero no perdamos nunca de vista el enorme poder motriz que tiene escapar de una situación dolorosa. Ya en el siglo XX, Robert Plutchik incidió en su clasificación que hay emociones de acercamiento y otras de alejamiento, todas igual de válidas cuando el objetivo es mantenerse con vida. Dicho de otra forma, puede que la mayoría de personas no tengamos ni idea de lo que queremos ni seamos capaces de definirlo con todo detalle, pero sí que sabemos con total claridad lo que no queremos, aquello de lo que deseamos huir a toda costa. No mola tanto, pero es enormemente efectivo. Alguien que está desempleado quizás no sabe definir su trabajo ideal, pero sí sabe perfectamente que quiere salir de la lista del paro. Ese es el dolor, la situación de peligro para nuestra vida que se convierte en nuestro mayor estímulo. El gran motivador, al fin y al cabo.

Imagina que vas por la sabana y de repente te persigue una manada de leones hambrientos. ¿Eres capaz de definir un objetivo en positivo, con sus características SMART? ¡No!, y quizás mientras tratas de plantearlo ya has sido devorado por esa maldita parálisis por análisis tras la que escondemos nuestro miedo a la acción. En ese momento no hay ningún motivo que te genere placer, pero sí hay uno que te hace escapar del dolor. ¡Pues corre!, muévete y empieza a poner tu cuerpo y tu cerebro en marcha, porque mientras huyes de una situación tremendamente dolorosa puede que te surjan opciones, posibilidades, personas que te ayuden, soluciones alternativas que nunca pasaron por tu mente y nuevos objetivos que jamás se te hubieran planteado.

Quizás no es tan glamurosa como la persecución de un sueño, pero el dolor es una enorme fuente de motivación, quizás la gran fuente. Su problema es que tiene mala prensa, mala fama, y no mola tanto, pero es enormemente efectiva. Piensa en las grandes decisiones que has tomado en tu vida y verás cómo detrás suele haber un dolor, una situación desagradable de la que deseabas huir a toda costa y que hizo que sacaras todos tus recursos y dieras lo mejor de ti. El resultado final puede ser placentero, pero piensa en cuál fue la fuente de ignición, el interruptor que puso toda la máquina en funcionamiento. Si te sirvió, felicidades. Quizás no te haya gustado descubrirlo, pero ya sabes que cuando algo duele, motiva.

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