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Faltan 356 días

El canónigo Cruz Conde, en la Mezquita Catedral | TONI BLANCO

Ángel Ramírez

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Leo mientras concluyo este artículo que la chica que fue fotografiada y mil veces publicada besándose con otra chica durante la procesión del Descendimiento y por ello expulsada de la Cofradía ha pedido disculpas. Ahora dudo de si lo que he escrito tiene mucho sentido, puede que todo sea más elemental. Como no lo sé y es tarde, aquí van unas reflexiones sobre el devenir de la Semana Santa en Córdoba, ahora que quedan 356 días para la próxima y las Hermandades están cambiando los barriles para las cruces. Fundido en negro.

La marca

La principal novedad ha sido el cambio de la carrera oficial, del centro comercial a la Judería, con la Mezquita como destino de los desfiles. La Mezquita-Catedral y su entorno son espacios inmejorables para casi todo, también para desfiles procesionales, y es lógica la pretensión cofrade de convertir ambos en los espacios centrales de su celebración. La nueva carrera oficial abre multitud de posibilidades estéticas novedosas y originales, lo que da muchas opciones de creación de imágenes con las que contribuir a posicionar mejor la Semana Santa de Córdoba. Desde este plató será más fácil crear una imagen singular, dado el atractivo contraste de la estética barroca con la arquería califal del monumento. Esta celebración tenía hasta ahora dificultades para ofrecer una imagen diferenciada, alguna peculiaridad frente a las más conocidas de Málaga y Sevilla, por centrarnos en las andaluzas, y aquí ha encontrado un filón. Así que desde el punto de vista de la marca y de la Semana Santa como producto turístico, se abren nuevas posibilidades. Cosa distinta es cómo se aprovechen y las derivaciones de las estrategias que se desarrollen.

El “alma” de Córdoba

Todo lo que pasa en la Mezquita Catedral es muy importante para la ciudad, por motivos históricos, simbólicos, identitarios y económicos. A nadie se oculta que el Cabildo y su entorno y amplios sectores de la población tienen desde tiempo una disputa abierta por la interpretación de la Mezquita, disputa que lo es sobre la identidad de la ciudad, y por tanto de su futuro. No se trata de ningún debate historicista, se trata de proyectar determinadas formas de ver y de ser de la ciudad, dos visiones contrapuestas sobre “el alma de Córdoba”. El campo de batalla fundamental de este enfrentamiento es el de la inmatriculación del inmueble por parte de la Iglesia, en definitiva su titularidad, pero también están en debate las intervenciones (la apertura de la puerta de Rafael de La Hoz), la gestión, la interpretación del monumento, el descontrol fiscal de los ingresos o el discurso de la visita nocturna. En este amplio frente de batalla es claro que el Cabildo se ha anotado un tanto. Tras el uso intensivo turístico del monumento de las últimas décadas y la conversión del patio de los naranjos de espacio público en antesala del mismo, la relación directa de los ciudadanos con el templo ha disminuido radicalmente, para varias generaciones la Mezquita no es más que un monumento para el turismo y esta nueva Semana Santa se erige en instrumento de relación, muchos cordobeses accederán a la Mezquita-Catedral a través de las imágenes procesionales, una lectura que pesará en el devenir de esta vieja cuita.

La religiosidad popular

La Semana Santa vive en eterna tensión entre la religiosidad popular y su condición de instrumento de evangelización de la Iglesia Católica, entre la “espontaneidad” popular y la institucionalización. No han sido pocas las épocas de alejamiento entre cofradías y jerarquía, pero no es la pauta de los últimos años. Pareciera que tras tiempos de desdén, la Iglesia ha preferido hacer suyo el entramado social que bulle en las hermandades. Quizás sean, tras la tupida red que conforman las asociaciones de padres y madres de los colegios concertados controlados por la Iglesia, su principal infantería. Pero todo esto ocurre con sus costes, la cada vez mayor distancia de las cofradías de su entorno social, su forzada significación política más allá de la diversidad de sus componentes, su participación en guerras culturales/políticas ajenas a la propia Semana Santa, la homogeneización en unas formas de hacer frente a las diversidades de otro tiempo. Las tribunas de pago en torno a la Mezquita, y la exclusión de las filas de penitentes del desfile por el interior del templo son los ejemplos más claros de ese alejamiento de las formas más populares y espontáneas.

La ciudad

La ciudad no está en su mejor momento, particularmente su clase política, y en el nuevo mandato el equipo municipal no ha conseguido restaurar unas formas de relación con el entorno social que revitalicen las políticas y nos hagan sentir que vivimos en una ciudad compartida. La gestión de espaldas a la ciudad de la Semana Santa viene ya de largo, y vemos un año tras otro una organización absolutamente insuficiente para la dimensión que ha tomado la Semana Santa y el incremento del turismo. Hace ya tiempo que nuestros políticos no representan adecuadamente los intereses de la mayoría, actuando como mera correa de transmisión de las propuestas, cada vez más escoradas, de la Agrupación de Cofradías. La mala gestión,  la insuficiente atención sobre todo a los problemas de movilidad de los ciudadanos en estos días, y la conversión del espacio cofrade en una barricada más de las luchas culturales en curso, han terminado generando división en la ciudadanía. La Semana Santa se está convirtiendo en un problema, un espacio de confrontación, y no son extraños los roces en esquinas abarrotadas y manzanas bloqueadas, con actitudes intolerantes hasta ahora sin consecuencias graves. Los consejos de la Agrupación de Cofradías publicados en estos días con sus permanentes solicitudes de quietud, silencio y respeto (pareciera que la Semana Santa consistiera en que los cordobeses abandonamos la ciudad para de repente abarrotar sus templos, y no lo contrario como efectivamente ocurre) muestran una actitud defensiva muy representativa. Los guardias jurados pidiendo DNIs para permitir acceder a sus casas a los vecinos, y el cierre para autoridades y personas con cierta capacidad económica del entorno de la Mezquita-Catedral, nos han traído imágenes que creíamos de otro tiempo, y han terminado de agravar la situación.

Todo va bien

Así , que sí, 95% de ocupación hotelera, buenas ventas en la zona turísticas, luminosos y soleados días primaverales, imágenes hermosas de pasos cruzando a través de los arcos califales (poca catedral hemos visto). Todo eso ocurre, pero también una descomposición de la experiencia compartida de ciudad, el trato privilegiado a lobbies e intereses organizados, la pérdida de un estilo participativo de gestión, la prioridad conservadora frente a formas más plurales y progresistas de entender la vida en común. Faltan 356 días.

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