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Tú me acostumbraste

Euforia por la permanencia en El Arcángel | ÁLEX GALLEGOS

Paco Merino

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Esta temporada hemos aprendido muchas cosas, pero seguramente no nos acordaremos de nada dentro de poco. Esto es el fútbol. Nuevos personajes ocupan el lugar de los anteriores y todos parecen mejores. Queremos pensar que lo son y nos lo creemos. El que duda ahora es un apestado, un proscrito, un malaje y un profeta del apocalipsis -labor con prestigio social en el entorno cuando se detectan indicios de que algo puede salir torcido, que es casi siempre-. Todo puede ser mejor. Nos lo merecemos. El Córdoba se ha salvado en el último partido y somos tremendamente felices.

Alguien importante -ya no- en el club dijo no hace mucho que celebrar las permanencias es de mediocres. Pero la cuestión es que El Arcángel vibró entre olas y olés porque su equipo logró asomar la mano. No estaba muerto, sino mal enterrado. El cordobesismo se entusiasma con placeres sencillos: unos directivos que no les tomen el pelo -o lo disimulen bien-, un equipo que practique un fútbol decente -con delantero sudamericano que mida menos de 1'90, dos o tres canteranos y un central con galones en el césped, la caseta y donde sea menester- y entradas baratas, aunque no tanto que provoquen el mosqueo de los abonados, que ya pagaron lo suyo en verano.

En medio de los calores, todo lo veremos como lo queramos ver. Qué les vamos a contar de hace un año: le hacíamos reverencias a Jona y mirábamos con recelo a Guardiola; nadie había reparado en un chaval cazado con cierta polémica del Jaén del Segunda B que atiende por Aguado; el personal se frotaba las manos viendo cómo se había compuesto una defensa de ensueño: volvía por fin el canterano Fernández, se recuperó al lateral zurdo del ascenso a Primera -Pinillos- y en el centro aterrizaban un afamado portugués, Joao Afonso, y el joven Josema, al que querían los grandes del país pero acabó viniendo al Córdoba. Qué bien lo íbamos a pasar. Fue la mejor pretemporada de toda la historia: todos los amistosos ganados. Hasta al Betis.

Y qué bien lo pasamos al final. Aquí no se levantan títulos, pero se vive intensamente: igual te vas de El Arcángel maldiciendo el día en que alguien te metió el veneno blanquiverde que te encuentras abrazado al de la lado, llorando y cantando porque al final hay unos cuantos equipos más malos que bajan a Segunda B. Dicen los románticos que se puede cambiar de división sin perder la categoría. Suena bien, pero que le pase a otros es mejor. En unos meses se crearon nuevos ídolos. Sandoval, Reyes, Guardiola... El cordobesista más optisma firmaría ahora mismo que al menos uno de ellos siguiera la próxima temporada.

El Córdoba ha vivido cien vidas en una. Un cambio de propiedad, dos presidentes, dos directores deportivos, cuatro entrenadores, treinta y tantos jugadores... Más de siete meses metido en puestos de descenso y un buen puñado de semanas como colista. El estigma de ser el equipo más goleado de la competición durante casi todo el curso. Una sucesión de gags tragicómicos - la mayoría concentrados en el delirante proceso de compraventa, con esos piques y esas ruedas de prensa impagables de unos y otros- y, finalmente, una revolución en el mercado de invierno para traer futbolistas de efecto inmediato que dieran empaque y eficacia a un grupo que empezó a parecer un equipo solo al final. Cuando más falta hacía. Cuando no había más remedio.

Todo terminó de manera formidable: salvando la plaza en Segunda para poder volver a decir que queremos subir a Primera. Y que, encima, suene convincente. Ahora queremos que nos regalen los oídos, que nos digan que somos maravillosos y merecemos volver a ser lo que fuimos sin que sepamos muy bien qué nos quieren decir con eso. No sabemos lo que va a pasar. Ni queremos. Solo tenemos la certeza de lo que hemos vivido. Las patochadas de los González, los goles decisivos de Guardiola, la defensa coladero del káiser Joao, el dedo pulgar alzado de Jesús León en el palco, el test de Rohrschach, el fichaje estelar de Jona, la patada en el trasero a Deivid, los paseos del yerno, la caravana de valientes, el césped podrido de la Ciudad Deportiva, las pañoladas, el tifo, las entradas a un euro, las lecciones de Reyes, Oliver con la capa, las lágrimas de Sandoval y los más de veinte mil espectadores en El Arcángel el último día. Como en los tiempos de Primera, pero para salvarse de bajar a Segunda B. El Córdoba nos ha acostumbrado a esto. Y, en el fondo, nos gusta así.

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