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Lo que pasa (y lo que puede pasar)

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Paco Merino

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Seamos claros. Si mañana se realiza un referéndum entre los cordobesistas sobre la continuidad de Luis Carrión en el banquillo, el resultado apuntaría a una abrumadora mayoría de “no”. Si la corriente de animadversión hacia el catalán ya se dejó sentir en El Arcángel en medio de la mejor racha casera en décadas, no hace falta que les cuente cómo están las cosas ahora. El Córdoba ha despachado su peor arranque desde el año del cincuentenariazo y las pitadas son épicas para el entrenador.

El personal, mayoritariamente, le echa la culpa de (casi) todo. El fútbol moderno no se desprende de viejos rituales. Si no se gana, el entrenador se cambia. Todos lo aceptan así -empezando por la víctima- aunque muchas veces sea mentira. La cuestión es que, como decía el legendario Luis Aragonés, “la bicha ya está suelta” y esto es difícil de frenar. Se ha instalado la sensación de ultimátum con los resortes habituales: mutismo en el club -aunque conversaciones en voz baja detrás de las esquinas- y quinielas de posibles sustitutos en los medios. Que si Sergi Barjuán, que si Sandoval... Saldrá también Abel Resino, un nombre de mención frecuente en los acalorados ambientes cordobesistas en una adaptación, con aire socarrón, del clásico “suena Míchel”. Y algún día será verdad. Como no lleguen rápido un par de victorias -algunos dicen que ni siquiera eso evitaría el despido-, habrá más gasolina al fuego.

¿Qué se arregla si sale Carrión? Quién sabe. La plantilla tiene agujeros, pero parece evidente que hay capacidad para competir a un nivel más alto que el actual. Lo realmente preocupante es que el técnico haya aludido, en varias ocasiones, a aspectos como la indolencia, la apatía y la desconcentración. “Nos meten gol y parece que todo da igual”, ha explicado públicamente. Solo a la recién ascendida Cultural Leonesa le marcan más que a los blanquiverdes, por lo que se revive la pesadilla habitual de las últimas temporadas. Pasan los años, pasan los jugadores... y la retaguardia es una verbena. Tal y como están las cosas, el Córdoba necesita correr tanto o más que sus adversarios para mantenerse a flote en Segunda. El salto hacia adelante depende de los “fichajes diferenciales” que el club anunció desde que concluyó el aciago curso anterior. Si alguno de los que llegó encaja dentro de esa etiqueta, hagan el favor de explicármelo. De momento, no. Así que para salir del atolladero solo queda el cierre de filas, los dientes apretados, la solidaridad para defender y la invocación a aquella frase de Paco Jémez: “Puedes marcar gol por tener calidad o por ser un pesado”. Pues eso. Que esto va de pico y pala.

Con cuatro derrotas en seis partidos, eliminado de la Copa y con un cambio de sistema en marcha, Carrión aborda días cruciales. En Valladolid habrá examen y allí aguarda Deivid, al que este verano abrieron la puerta por “no encajar en el proyecto deportivo”, según expresó el club. El futbolista ha hablado fenomenal de “Carri” en las vísperas del duelo de Pucela, en un alarde de sinceridad que no se sabe bien cómo le vendrá al entrenador del Córdoba, que según el central canario le quería a su lado. Pero aquí el equipo lo construyen otros que no están en el escaparate. Un aficionado, peñista y socio del Córdoba desde hace más de treinta años me expresaba su indignación por la marcha del equipo y no tenía ni la más remota idea de quién es el director deportivo del club. Ni tampoco el asesor deportivo de cabecera de la entidad. Para el grueso de la afición, el Córdoba hoy es González (el padre), Carrión (el entrenador desbordado) y el equipo (goleado y desganado). Vamos a ver por dónde sale todo esto.

Seguramente pasará lo de siempre. Aquí ya está todo inventado y el Córdoba, por más que se vista de moderno, es un amante de las tradiciones más añejas del negocio.

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