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Valentín, el chico de las jugadas imposibles

Paco Merino

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Cuando agarraba la pelota, el murmullo en el estadio era inmediato. Cualquier cosa podía suceder. Todos los ojos se clavaban en la menuda figura de Valentín, el chico maravilla de la cantera, el héroe de barrio que representaba un papel fundamental en la deprimente película del Córdoba a mediados de los años 80. Hacía cosas que otros ni siquiera intentaban, ya fuera por miedo o por falta de consciencia de la propia habilidad. A Valentín le daba lo mismo quién estuviera delante. Sólo con su poderosa arrancada ya dejaba detrás a su marcador. Su gama de regates se ampliaba con nuevos arabescos, en un estilo pinturero que llevaba la alegría a la grada y la desesperación a los rivales.

Burlar con un caño a un lateral derecho de Tercera es garantía de “hachazo” en la siguiente acción. Ésas eran -y en cierto modo siguen siéndolo- las leyes del fútbol en estas divisiones en las que un chico joven, descarado y con ganas de liarla es objeto de las entradas más tremendas, una pieza de caza mayor para zagueros bregados. Pero Valentín lo seguía haciendo. Y el cordobesismo disfrutaba. Los seguidores se miraban entre sí y se decían que sí, que éste era el enviado del destino, un mesías del fútbol que iba a sacar al Córdoba de categorías infames para llevarlo a ser un grande de Segunda B. A eso se aspiraba en aquellos tiempos durísimos, de sueldos cortos cobrados tarde o nunca, de canteranos que se dejaban el pellejo y veteranos que regresaban a casa con la idea de saldar viejas deudas. Como Pepín o Mansilla, futbolistas con muchas horas de vuelo que dejaron ofertas mejores para volver al Córdoba y sacarlo de Tercera. Ahí, al lado de presencias de peso como Perico Campos, Luna Toledano, López Murga, Luna Eslava, Coco, Revuelta, Luna Eslava o Rafa Vinuesa estuvo él. Jugaba como un niño en un equipo en el que todos tenían que comportarse como hombres. Aquella temporada 84-85, que empezó en Rute y terminó con una fiesta en Valdepeñas, fue inolvidable para Valentín, el chico de las jugadas imposibles.

Antonio Valentín Casanova (Córdoba, 1965) llegó a Primera División, como se podía prever por el potencial que mostraba en sus inicios. Pero no fue de blanquiverde, sino de verdiblanco. El chaval había coleccionado actuaciones descollantes en el Córdoba juvenil y después en el amateur. Mientras él escalaba hacia arriba, el Córdoba se desplomaba sin remisión como club. Cuando le llegó el momento de pasar a la primera plantilla, el conjunto blanquiverde se disponía a afrontar un curso al filo del abismo en Tercera División. Valentín llegó en el peor momento deportivo de las últimas décadas. El equipo logró salir adelante en una promoción final con el Mestalla y el Valdepeñas. Al equipo castellano-manchego le vencieron por 0-1 en el duelo decisivo. Él marcó el gol. Tras el ascenso se marchó a realizar el servicio militar a León y se enroló en el Palencia, donde tuvo como técnico a un cordobés, el carismático Crispi. Allí se curtió. Y cuando Campanero le llamó para retornar al Córdoba, sabía que estaba ante su oportunidad.

Duró poco más de una temporada. Su fútbol empezó a llamar la atención de equipos de superior categoría. Y se lo llevó el Betis. ¿Por qué? Porque fue el más rápido y, principalmente, el que puso el dinero sobre la mesa a un Córdoba que necesitaba liquidez. La operación se fue hasta los casi 30 millones de pesetas -180.000 euros-, una fortuna para un Córdoba que llevaba veinte años sin ingresos por traspasos. El Sevilla se interesó antes por él, pero las conversaciones se eternizaban y nadie daba el paso adelante. Martínez Retamero, presidente del Betis, quiso dar el golpe y lo logró. Al año siguiente, el eterno rival le respondió fichando a dos talentos de la cantera de Heliópolis, Conte y Carvajal, y llevándose al internacional Diego, que terminó contrato y cruzó de acera. Valentín, mientras tanto, siguió a lo suyo. De Segunda B a Primera. Un salto brutal.

Valentín llegó a Betis lesionado y debutó tarde, en marzo del 87, en el Ramón de Carranza gaditano. Al Betis le cayó un 4-1. Seis días después fue al Nou Camp. Jugó sólo un minuto, el último, sustituyendo a Poli Rincón. Los verdiblancos vencieron por 0-1 a los azulgranas. En apenas unas semana, Valentín entendió que iba a formar parte de la increíble vida de una entidad futbolística inexplicable, capaz de pasar de lo sublime a lo infame. En las cuatro temporadas que Valentín jugó en el Benito Villamarín experimentó una salvación en la última jornada, un descenso a Segunda y un ascenso a Primera. El cordobés jugó un total de 92 partidos entre Liga y Copa en los que marcó once goles. Puso muchos más a Pepe Mel, delantero centro del Betis en aquella época.

En verano de 1991 el Betis y Valentín decidieron que la historia se había terminado. Se marchó a Castellón, donde hizo dos buenos años en Segunda hasta que recibió una llamada especial. Desde Córdoba, su tierra, donde se estaba produciendo un verdadero terremoto futbolístico. Con 27 años, y después de seis temporadas como profesional en Primera y Segunda, Valentín retornó a casa para jugar en Segunda B. “Pensar en jugar la Copa de la UEFA es una idea, no una fanfarronada”. “Construiremos el mejor equipo que jamás haya habido. No vamos a parar hasta llegar a Primera División”. Mensajes como esos, firmados y expuestos a los cuatro vientos por Rafael Gómez Sánchez, el nuevo presidente, sedujeron a Valentín. También a más de diez mil cordobeses, que se hicieron socios. Dos años después, el equipo no había logrado el objetivo. Y Valentín se volvió a marchar.

Antes tuvo tiempo para paladear uno de sus mejores recuerdos como futbolista. En noviembre de 1993 se inauguró el Estadio El Arcángel, el nuevo. Valentín ya había goleado en el viejo estadio, cuyos restos reposan debajo del centro comercial El Arcángel. Ahora, en el nuevo recinto de El Arenal, se abría una etapa que olía a novedad. Suyo fue el primer tanto oficial en el Arcángel. Remató un centro de Julio Algar y abrió una rotunda goleada (4-0) frente al Recreativo de Huelva. Todo el mundo salió aquel día del estadio soñando con el inicio de una remontada histórica. Por una vez, el eslógan que circulaba por toda la ciudad -“Con el Córdoba a Primera”- no sonaba como mal chiste.

Los sueños de Valentín se desmoronaron como los de todo el cordobesismo al final de la temporada 94-95. El equipo terminó campeón del grupo IV de Segunda B, pero el caos volvió en plena fase de ascenso. Gómez echó a Crispi, que era el técnico, y colocó a Verdugo. Una derrota en el campo del Mensajero (1-0) dejó a los blanquiverdes sin opciones. Luego, en El Arcángel, se coreó un “presi, quédate” y Gómez, tras un amago de dejar la poltrona, se decidió a intentarlo de nuevo con su peculiar estilo. Quien no se quedó fue Valentín, que hizo las maletas con 30 años para jugársela en un último destino: Almendralejo. Y allí, en un pueblecito de Extremadura, con un equipo de esforzados canteranos y contratos de obrero, consiguió lo que en Córdoba era imposible: subir a Primera División. Su entrenador era un tal Iosu Ortuondo, el mismo que le dio alas para demostrar su talento muchos años antes, en el viejo Arcángel, en un equipo moribundo que jugaba en Tercera División.

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