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Paco Jémez: Gloria al príncipe de los arrabales

Paco Merino

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“O se estrella o es una estrella. No le veo término medio”. Me lo comentaba un directivo del Córdoba aquellos días en los que Paco Jémez, con un historial como entrenador de lo más escueto bajo el brazo (solo unos cuantos meses en el Alcalá madrileño, en Tercera), se presentó en El Arcángel para suplir en el cargo a Pepe Escalante, una presencia legendaria y controvertida, después de la enésima salida del club del pozo de la Segunda División B. No hace tanto de aquello. Fue en la Liga 2007-08, un desafío de primer orden para la entidad después de haber pasado un bienio en el fango como pago por los desmanes del año del cincuentenario, que se festejó del modo más dramático que uno pueda imaginar: descendiendo y con la tesorería en la ruina.

¿Y para eso traen a un entrenador sin experiencia? Muchos se lo preguntaban y quienes no lo hacían eran incitados a hacerlo con un aliño perverso. A Paco no se lo pusieron fácil. Era un reo condenado antes de tener ni siquiera un juicio justo. Fue su primera gran experiencia como entrenador. Padeció un calvario inmerecido en su casa, al calor de su gente, los mismos que le vieron marcharse tres lustros antes siendo un chaval melenudo que quería ganarse la vida como futbolista y que ahora veían a un hombre maduro, con una estética de gladiador -apenas llevaba un año retirado; lo hizo en el Lugo- y un carácter volcánico. Entró al trapo de las críticas y sufrió la peor racha de partidos perdidos en los últimos minutos -así se le escaparon a los blanquiverdes más de quince puntos- que se haya visto en la historia del fútbol español. La directiva de Campanero decidió que había que echarle en la jornada 31. ¿El motivo? Temían que el equipo descendiera de categoría, pese a que en ninguna de las jornadas anteriores había siquiera rozado los puestos fatídicos.

Entre el pánico y la presión se escribió la carta de despido de Paco Jémez, que ya podía decir que había sufrido en carne propia una experiencia inherente a su nueva profesión. Su sustituto fue José González, con el que se tocaron, y de qué modo, los lugares más tenebrosos de la clasificación. El Córdoba terminó salvándose en el tiempo de descuento de la Liga, gracias a que Abraham Paz falló un penalti en campo del Hércules que condenó al Cádiz. Y Paco siguió a lo suyo.

Bajó a Segunda B para agarrar al Cartagena, que con Fabri a los mandos no seducía a la afición y amagaba con verse fuera de los puestos altos. Con Paco ascendió, pero el cordobés no siguió al frente de la formación por desavenencias con el presidente. Todo un carácter. Luego le llamaron de la UD Las Palmas, que se iba a pique con el croata Kresic, y PJ logró esquivar el infierno con los amarillos. Allí, en Las Palmas, nació un 18 de abril de 1970 porque su padre, el cantaor Lucas de Écija, tenía bolos. Con el equipo canario tiene una peculiar relación.

En la temporada siguiente, después de llamar la atención con un fútbol de ataque total, le echaron después de encadenar derrotas sorprendentes. Era el reverso de su arriesgada forma de plantear los partidos, un estilo que mantenía como un sello irrenunciable pese a que le costaba incomprensiones y disgustos. Él seguía puliendo su ideario, insistiendo en los puntos fuertes y limando los defectos. Pero el caso es que no había logrado cumplir una temporada completa en ninguno de los clubes en los que había prestado sus servicios. Algunos le etiquetaban como un romántico con planteamientos suicidas, un técnico con buenas intenciones y malas decisiones, un ex futbolista con más virtudes con las arengas que con la pizarra... Y el Córdoba le volvió a llamar.

Era el blanquiverde un equipo destrozado, sin un euro en las arcas, recién vendido a un nuevo presidente -Carlos González, quien fue miembro de una candidatura a la presidencia del Real Madrid-, sometido a un proceso concursal, con un ERE en marcha... Un regalito. Le ofrecían un sueldo modesto y la oportunidad de relanzar su carrera. Le llamó Juan Luna Eslava, que había sido su ayudante en Las Palmas y que desempeñaba las funciones de secretario técnico con la nueva dirección del club. Y Paco dijo que sí, que de acuerdo. Tenía una deuda pendiente con el Córdoba. La saldó con creces. A sus órdenes, el equipo blanquiverde consiguió disputar el play off de ascenso a Primera División y logró el sexto puesto, su mejor marca en cuatro decenios.

En verano rescindió su contrato para fichar por el Rayo Vallecano, otro sitio en el que había dejado alguna cosa que decir cuando salió envuelto en polémica después del descenso a Segunda B que supuso el fin de su trayectoria como futbolista profesional. Allí le recibieron con recelo. Suplía a Sandoval, un técnico apreciado en la casa, y se encontraba con un grupo compuesto por veteranos y meritorios, también bajo vigilancia judicial en lo económico y salpicado por constantes escándalos. Otro ambiente bélico. Una excelente motivación para un Paco Jémez definitivamente desatado.

Acaba de llevar a los de Vallecas al mejor puesto de sus noventa años de historia, octavos en Primera División, a las puertas de las competiciones europeas. Es el año de su debut en los banquillos de élite. “O se estrella o es una estrella”, dijeron de él un día. Se puede llegar a lo más alto después de haber caído muchas veces. Suele suceder, pero hay que tener arrestos para perseverar. El cordobés es fuen fajador. De momento, los medios nacionales comienzan a catalogarle como uno de los mejores entrenadores de la actualidad. PJ sonríe ahora. Bien sabe lo que mucho cuesta.

Paco no ha vivido de su nombre. Se lo ha construido, igual que hizo cuando era jugador y se le tenía por un central tosco, bueno por arriba y discreto con el balón en los pies, más disciplinado que talentoso y con un presumible recorrido por equipos de segunda fila. Y acabó siendo el jugador cordobés con mayor número de comparecencias (21) en la selección española absoluta. Jugó su último partido con La Roja precisamente en Córdoba, en un amistoso ante Japón en 2001, con Camacho de seleccionador y con Pep Guardiola y Raúl en el césped. Quien le pone un reto a Paco Jémez puede tener por seguro que lo conseguirá, tarde o temprano, de una forma u otra. O se quedará en el intento. “El equipo es como un coche en plena carrera. Está golpeado, se le pinchan las ruedas, se le cae una puerta, el motor echa humo... Pero tienes que seguir adelante, pisando el acelerador, hasta que no se pueda más. Hasta llegar al destino o reventar”, explicaba un día en una tertulia radiofónica a propósito del Córdoba, por entonces sorprendente candidato a subir a Primera con una plantilla compuesta por retales revalorizados por un rendimiento excepcional.

Paco empezó a salir en los cromos en el 92, cuando el Rayo Vallecano le llamó para jugar en Primera después de una brillante campaña en Segunda con el Murcia, en el que con 21 años disputó más partidos que nadie recién llegado del Córdoba, con el que había peleado por los campos de Segunda B. Antes estuvo en Tercera, con el Santaella, bajo la tutela de Rafael Sedano. Paco siempre tuvo que pasar más obstáculos que nadie. Las dificultades le dan la vida. En su primera etapa en Vallecas, José Antonio Camacho -su primer técnico en Primera, su ídolo y amigo desde entonces- le alineó como un fijo.

De buen central pasó a ser un jugador prácticamente inexpugnable, un valor cotizado en un campeonato al que comenzaban a llegar figuras de todo el mundo. Y le reclutó el emergente Superdepor, donde fue protagonista directo de aquella Liga perdida por el Depor tras fallar Djukic un penalti en el último minuto. Con los gallegos ganó una Copa del Rey, sumando después otras dos con el Zaragoza, que lo fichó a golpe de talonario en su apogeo como jugador y ya como internacional asiduo -fue titular en la Eurocopa del 2000- para que liderara un proyecto con aires europeos.

Tras el descenso de los maños, Paco Jémez fue señalado como uno de los culpables junto a los compañeros más afamados y mejor remunerados del plantel. Lo dejó y regresó al Rayo, un polvorín con la familia Ruiz Mateos al frente, antes de consumir sus últimos episodios sobre el verde con la camiseta del Lugo, con el que jugaba por placer una vez que retornó a Galicia por motivos familiares. Como jugador ya lo había hecho todo. Y se le metió en la cabeza lo de los banquillos, seguramente influido por Guardiola, con el que hizo amistad jugando al golf durante las concentraciones con la selección. No tenía ni idea de este deporte. En 2009 debutó como profesional del golf. Y lo de los banquillos ya lo han visto. Si a Paco Jémez se le mete algo entre ceja y ceja...

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