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Suena el silencio, habla el alma

Rafael Ávalos

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La inestabilidad meteorológica rompe el Lunes Santo, en el que sólo realiza su estación el Vía Crucis, que es la primera cofradía en completar su trayecto | Las escenas de tristeza se repiten en los demás templos después de que las hermandades suspendieran sus salidas

La edad no importa si de sentimientos se trata. Quizá los años endurecen el corazón, pero no lo acorazan. Quien la flor cuida, de la flor disfruta. Y de ella hace gala. Un niño muestra compungido su rostro. Mantiene las formas, más incluso que el más veterano. Otro, unos metros más allá, llora. El llanto no se esconde. Nunca debe hacerse, pues reflejo de humanidad es. Una joven, aún con túnica y capa, sujeta una estampa. Está sentada en un banco del templo. Uno en concreto y al mismo tiempo cualquier otro. Mira, de manera un tanto perdida pero siempre emocionada, a quienes espera una ciudad y no saldrán. La lluvia lo impide. La lluvia, las lágrimas del alma en Semana Santa. Es el alma el que habla y el silencio lo que suena.

Amaneció en claroscuro. Más que el Domingo de Ramos, que abrió sus puertas con un vivo sol y un cielo azul de postal. El Lunes Santo comenzó tan cargado, o más, de incertidumbre como la primera de las jornadas de cuantas esperaban de tiempo atrás -un año, ni más ni menos- los cofrades cordobeses. Todos volvían a elevar su mirada. Cuello erguido y cara de duda. Inestabilidad meteorológica. Nubes traviesas y también caprichosas. Tiempo cambiante. Cerca de las cuatro de la tarde, en el Zumbacón eran numerosas las personas que aguardaban. Paraguas en mano, paraguas abierto unos minutos después. Treinta para ser concretos. Llovía. Otra vez. Pero la primera y última en esta ocasión. La hermandad de la Merced anunciaba la decisión que nadie quería conocer: suspendía su estación de penitencia.

El Lunes Santo comenzó mal. Del cocherón anejo a San Antonio de Padua no saldrían Jesús Humilde en la Coronación de Espinas, ni la Virgen de la Merced. El Zumbacón y Córdoba encogían el pecho. Incertidumbre. O temor más bien. Temor a que de nuevo las calles quedaran huérfanas de incienso, de emociones y de devoción. Llanto, ese llanto. Entereza rota. A cualquier edad. Como sucedió en San Fernando a las cinco de la tarde. El día continuaba con un proceso ya conocido de media hora de tensa espera e ilusiones mantenidas. La Estrella también decidió suspender su estación penitencial. Las dos primeras hermandades del día lo eran en su plenitud, ya que incluso los sones son propios. De ahí las lógicas imágenes de tristeza. Siempre compartida, siempre con consuelo.

Porque no existía, ni existirá, mayor consuelo para un momento tan complicado como es cerrar la puerta a Córdoba y a sus corazones que el latido de todos ellos cuando más necesario resulta. Fue tarde y noche de oración interior. Al igual que el Domingo de Ramos. De abrazos. Como los que hubo también en el Campo de la Verdad, en la parroquia de San José y Espíritu Santo. La Vera Cruz -otra hermandad de barrio-, instantes después de que lo hiciera la Estrella, suspendió su trayecto a la Mezquita-Catedral. Y descubrió alguien que desearía describir con palabras lo que otros hacen a la perfección con fotografías. Son las emociones. Padre e hijo, o abuelo y nieto, o vecino y vecino… Dos hombres miraban al Señor de los Reyes y la Virgen del Dulce Nombre. Uno con su brazo sobre el hombro del otro. Cuatro ojos brillantes.

El alma habló, al igual que el Domingo de Ramos, este Lunes Santo. La lluvia, a golpe de caprichoso chaparrón y en presencia de niño que juega al escondite -quizá aparece y quizá no-, deslucía también la segunda jornada de la Semana Santa. Lo terminó de hacer hasta las nueve de la noche. Porque si bien las previsiones mejoraban, la realidad se vestía de incertidumbre. Lo sabían en San Nicolás y en San Lorenzo. En el segundo de los templos, la hermandad de Ánimas no aguardó siquiera su media hora de prórroga y decidió no realizar su estación de penitencia. Silencio sobrecogedor en la fernandina iglesia. Unos instantes después, la Sentencia cerraba un círculo que, sin embargo, seguiría abierto. A la céntrica parroquia acudió, entre otros centenares, y probablemente millares -como al resto-, el Obispo de Bangassou, Juan José Aguirre.

El alma habló en cada templo, en cada calle. Rostros, gestos, miradas. Emociones. E ilusiones que seguían presentes. Como abierto el círculo. La incertidumbre era menor caída la noche. La luna lucía rica en el cielo. Pero éste parecía aún travieso. Color anaranjado. La plaza de la Trinidad era un hervidero. ¿Cómo podría tener lugar? Pues como lo tuvo. Más respeto que deseo. Se abrió el camino a las nueve y cinco cuando las puertas de San Juan y Todos los Santos lo hicieron. La hermandad del Vía Crucis inició su recorrido por Córdoba. Y el alma, como el corazón, se pronunció de nuevo. La ciudad tenía vida al tiempo que asistía a la serena Muerte -que traerá la Resurrección-. Numerosos cofrades acompañaron en su recorrido por Córdoba al Santo Cristo de la Salud, que a pesar de salir cincuenta minutos después de lo previsto llegó a su sede a la hora señalada inicialmente. Silencio. Sonó el silencio al tiempo que habló el alma.

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