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Cónclave de periodistas

Eusebio Borrajo

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Miro la foto y veo siete chavales compartiendo piso de estudiantes hace ya 20 años. Miro la foto y me transporta a noches de vino y rosas, de tertulias hasta el amanecer, de locuras divertidas e insensateces sonrojantes. Miro la foto y contemplo siete proyectos de periodistas jugando a ser corresponsales de guerra, narradores de goles históricos o columnistas de sociedad. Miro la foto y veo un ‘rat pack’, crápulas de andar por casa que se conocieron en un bar como alternativa a ir a clase.

Miro la foto y me da el punto nostálgico. Y el ‘flash back’ me recuerda que una vez tuvimos vocación, sueños y ambiciones en torno a una profesión entonces admirada y ahora lapidada. Teníamos ídolos de radio nocturna, compartíamos recortes de periódico y nos sentábamos en el salón a ver el informativo de Carrascal.

El periodismo nos hizo amigos sin darnos cuenta y nosotros nos dejamos llevar por su irrealidad imantada. Aquello era cuando creíamos que el periodista nacía y luego se hacía, en la cafetería de la facultad, en el bus con destino a un examen o en el garito más cutre a fuerza de Jumilla y Ducados.

Los años y eso que llaman experiencia hacen cambiar de opinión. Ahora que en las redacciones ya no hay tipómetro sino Mac, que la grabadora sustituyó hace tiempo a la libreta y que la tecnología digital permite hacer radio y televisión de ciencia ficción, ahora el periodismo cotiza a la baja. Y los siete de la foto hablan de EREs y despidos, de cierres de medios, del cambio de época y de la muerte del periodismo del que ellos se habían enamorado.

Miro la foto y veo gente que ha trabajado mucho sin regalarle nada para hacerse sitio en un mundillo obligado a ser cainita. Miro la foto y están más gordos, peinan canas o lucen valientes su alopecia. Pero los siete, como pudieron ser ocho, nueve, los 10 despedidos en El Día de Córdoba o los 150 que saldrán de El País, siguen manteniendo un vínculo inquebrantable, aunque sólo consigan reunirse en cónclave un día al año para comer, beber, contarse batallitas y recordar por qué se hicieron periodistas.

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