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The last dance

Miguel Ángel Luque

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He querido dejar pasar unas semanas para poder opinar sobre la miniserie de Netflix inspirada en la última temporada de los gloriosos Chicago Bulls liderados por Michael Jordan. Y una primera conclusión acerca de la exhibición del mismo es precisamente que no ha dejado indiferente a nadie, fundamentalmente porque un semidios, un héroe de comic ha sido humanizado, cuál Clark Kent en Superman II.

Lo primero que me viene a la mente es que esta serie documental ha sido valiente, porque en gran medida ha expresado sin tapujos los que sus protagonistas querían expresar. Si ha habido censura ha sido limitada. Pero lo realmente nuclear ha sido la exposición de la imagen idílica de la perfección ecléctica de Jordan, que se ha visto erosionada (no en mi caso debo decir), golpeada, en algunos casos arrastrada, teniendo en cuenta los ríos de comentarios que se han vertido desde ámbitos incluso ajenos al propio deporte.

Se ha mostrado la imagen del mejor deportista de todos los tiempos, como la de una persona implacable con compañeros y rivales, adicto al juego y las apuestas, con unas técnicas de motivación que rozaban los límites de la corrección (o incluso las superaban), o que se alejaba de forma voluntaria de los asuntos sociales y/o políticos más sensibles que acontecían en ese momento en USA. ¡Y se han indignado porque el mismo Jordan ha consentido el NO blanqueamiento de la serie! Alucinante… es lo que tiene querer vivir en un mundo idílico, virtual y virtuoso, que penaliza la caída de los mitos y que a la vez los propicia.

Varias son las ideas que me gustaría poner encima de la mesa:

  1. Negociar el precio del éxito. Los primeros años de Jordan fueron de una producción individual excelsa pero de un resultado grupal insuficiente. Jordan no quería ser otro Barkley, Malone, Ewing o Mcgrady, espectaculares jugadores sin anillo de campeón. Fue capaz de renunciar a su performanceperformance personal, para hacer más grande a sus compañeros de equipo, y una vez que lo tuvo claro, ya no era negociable, pesara a quién le pesara. En las empresas, es habitual, que los jefes pidan a sus colaboradores lo que ellos no son capaces de dar. En el caso de Michael fue bien distinto, ya que muy pocos fueron capaces de aportar lo que él ponía en cada entrenamiento, en cada partido. De ahí que se ganara el derecho de exigirles, porque la autoexigencia era máxima. No se negociaba el esfuerzo para ganar un campeonato. Ningún miembro de los Bulls estuvo más presionado, más observado, más obligado a conseguir el objetivo que el capitán de los Bulls.
  2. Líderes Imperfectos. No he conocido aún ningún líder en el ámbito deportivo, empresarial, social, perfecto (bueno Rafa Nadal puede ser la excepción J). Siempre hay una faceta a mejorar, o incluso oscura, desconocida, que a veces forman parte de otra esfera de la vida de la persona. Daniel Coleman, en su libro Liderazgo Resonante, expone el concepto de ResonanciaResonancia como la capacidad del líder en generar un contexto emocional adecuado en los integrantes de la organización, para conseguir sus objetivos y propósito. Lo que no quita que esta resonancia se vuelva en disonancia precisamente por esa imperfección. Equilibrar consecución de objetivos y cuidado de personas, es un juego difícil especialmente si existe urgencia, ya que el cortoplacismo es catalizador de atajos y estrés, y este último no es bien gestionado por los integrantes del Equipo. Jordan ejerció un liderazgo duro, centrado en la tarea, en el trabajo continuo y exigente, sin excusas (aunque las hubiera), rudo en las formas que solamente se podía justificar con la meta final, ganar campeonatos. Y lo mejor de todo es que este liderazgo imperfecto era tolerado por todos (directiva, cuerpo técnico, jugadores) ya que lo que ofrecía Jordan en las canchas estaba a años luz de lo que cualquier otro gran jugador de la Liga podría hacer.

He compartido vestuario y he estado en organizaciones donde ha habido líderes que eran auténticos gilipollas, pero que esa gilipollez era asumida y perdonada por los integrantes del equipo, como una debilidad permitida, porque el aporte en otros ámbitos era sobresaliente.

  1. Ser ejemplo: le atribuyen a Einstein la frase “Dar el ejemplo no es la principal forma de influir en los demás, es la única”. A Michael Jordan se tendría que haberle preguntado “¿quieres ser ejemplo?”… apuesto todo mi escaso patrimonio (guiño a Michael por lo de las apuestas) que hubiera dicho…NO. Jordan conocía sus limitaciones y sobre todo lo que quería… GANAR. Desde esa imperfección sólo quería eso, y a buen seguro no pretender ser un ejemplo para nadie, sino salir a la cancha dar el 100%, que sus compañeros también lo hicieran y llevarse el partido. Esa determinación es lo que inspiró a todo el mundo.
  2. Motivación intrínseca: si algo ha llamado la atención en este documental, son las revelaciones de la manera de motivarse de Jordan. Michael ponía todo el potencial motivador de su cerebro a su disposición, incluso buscando motivos ficticios (por ejemplo manifestaciones de rivales que nunca ocurrieron). Si fuera jefe de un equipo me encantaría contar con integrantes como él, que no demandaran el estimulo externo para poder rendir, que siempre tuvieran la capacidad de contarse la historia precisa para ofrecer su mejor versión.

Escribo estas líneas revisando la serie de nuevo, y con la idea de que hay en cierta manera que desmitificar a los mitos. Personas extraordinarias en un momento de su vida, inspiradoras de millones de personas, pero con las aristas e imperfecciones como tú y yo podemos tener. Sólo hay una cosa que nos separa de él: 6 anillos de campeón de la NBA. Esperando impacientemente The Last Dance 2. BE TIM.

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