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La chica de las bragas en la cabeza

Elena Lázaro

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Dicen Catherine Deneuve y unas colegas suyas que nos hemos pasado de la raya, que de tanto gritar contra el acoso no va a haber quien eche un polvo.

Dice Barbijaputa que se vayan al cuerno.

Dice Nuria Varela que el tsunami de hartazgo femenino (que es una manera más elegante de decir “hasta el coño”) ya no tiene freno, así que lo de las francesas no sería sino uno de los estertores de un sistema que agoniza.

Y entre tanto decir, leer y oír sobre el asunto anoche me crucé con Cristina, que no dice nada y lo dice todo.

Fue en una sala de conciertos madrileña. Discos Antifaz había convocado a sus seguidores a acudir con máscara a una fiesta. Hubo quien recurrió al cajón de los juguetes de sus sobrinas y se convirtió en Ladybug, el alterego de una estudiante parisina a la que alguien debería preguntar qué opina del manifiesto de sus compatriotas. También andaban por allí el Zorro, las Tortugas Ninja y alguna pareja homenajeando a Tom Cruise y Nicole Kidman en Eyes Wide Shut. Fueron los más previsibles.

La Humanidad ha empleado el antifaz como recurso para desinhibirse desde hace miles de años. Esconderse tras una máscara permite sacar lo oculto sin asumir la responsabilidad de lo dicho o hecho, pero anoche la ganadora del concurso fue Cristina, “La chica de las bragas en la cabeza”. Una joven que ni se ocultó ni tuvo el mayor empacho en fotografiarse con sus admiradores sin que en su actitud o la de quienes se acercaron a felicitarla por el atrevimiento hubiera la más mínima connotación sexual. Lo de Cristina fue la mejor reivindicación feminista que he visto últimamente. Su gesto fue una auténtica afirmación de libertad sexual –no somos una mojigatas chillaban sus bragas- y un irreverente corte de manga a quienes cuestionan el movimiento #Metoo. Lucir públicamente tus bragas no otorga a nadie el derecho a quitártelas.

Somos dueñas de nuestras bragas. Brava, Cristina.

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