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Las pistas en el mapa

Elena Lázaro

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Si no sonara tanto a topicazo diría que lo que me pasó el viernes en Málaga es la prueba definitiva de que las apariencias engañan; el argumento incontestable de que si te paras a observar y no sólo a mirar es posible descubrir la esencia de las cosas y no sólo el envoltorio que las adorna.

Si no corriera el riesgo de que este post pasara a engrosar el catálogo de mensajes naif que circulan por la red, confesaría que sentí una especie de satisfacción a medio camino entre el orgullo y la certeza de que mi mirada no ha logrado adocenarse del todo.

Si no temiera que se me viera el plumero y alguien descubriera que mi pensamiento, lejos de la intelectualidad, es más simple que un botijo, contaría que disfruté como una enana con un divertimento ideado y construido hace casi un siglo.

Fue al pasar por la puerta de una escuela infantil camino de una reunión. Se me ocurrió mirar al patio para ver a una maestra sentada en un banco tratando de dirigir la orquesta de carreras y gritos de la chavalada. Me llamó la atención lo que parecía la recreación de una sierra con cumbres nevadas. Pensé que, haciendo patria, el cole había reproducido la orografía de la provincia de Málaga. La pregunta fue obligada y la maestra no tuvo inconveniente en distraer la atención y abrir la puerta. La patria era más grande de lo que pensé en mi primer vistazo.

La Escuela Infantil Los Martinicos, ubicada en un barrio popular de Málaga de esos en los que suenan miles de acentos, se conoce como el Colegio del Mapa y las montañas que vi son una reproducción del mapa físico de la España de 1930, protectorado marroquí incluido, de unos 150 metros cuadrados construida por militares “voluntarios” a instancias del entonces gobernador civil de Málaga, el general Enrique Cano Ortega. La recreación ha servido para enseñar geografía a unas cuantas generaciones y sorprender a visitantes despistadas que se paran a mirar. Desde la plataforma elevada que hay a la altura de la Almería de barro y pintura marrón tomé unas cuantas fotos y aplaudí el ingenio de quien diseñó un sistema para hacer correr agua por los grandes ríos y llenar el litoral completo de la Península y, por supuesto, de los dos archipiélagos, cada uno, por cierto, en su lugar correcto, nada de simulaciones a la derecha de la pantalla como en El Tiempo. También capturé las placas conmemorativas para no olvidar nombres ni fechas, que esto contado sin imágenes no es lo mismo.

Y entonces, justo cuando me despedía de la maestra ocurrió. Mi revelación. Allí, en el cole construido al más puro estilo modernista, azulejo incluido y bien empapado de regionalismo, en un tiempo en el que el aplauso a la patria cuanto más sonoro, mejor. Allí, con esa España sin colonias pero nostálgica de sus dominios, con esa patria de Gredos y del Atlas, la maestra gritó a pleno pulmón:

- Mustafá, Antonio, dejad de daros patadas de una vez

Y resopló harta de aquellos críos inmaduros incapaces de divertirse sin acabar a golpes. Entonces lo entendí todo.

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