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¿Quién engaño a Laura P?

Elena Lázaro

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Carmen, Lucía y Laura P. han dormido al raso en una noche fría y sin superluna. Por colchón han tenido el cemento de un callejón cercano a un centro comercial. En la madrugada de espera también estaba Blanca, pero acaba de ir a ducharse, que no es plan de llegar a la meta oliendo a chotuno. Tienen 14 años y ningún miedo a dormir solas en un callejón oscuro si eso supone estar entre las diez primeras fans en conseguir el autógrafo de dos adolescentes llamados Jesús y Daniel y conocidos artísticamente como Gemeliers. Cuando llegue ese momento habrán pasado 12 horas esperando. La mitad de un día por 20 segundos de gloria. Echen la cuenta y observen por dónde se pasan las fans la relatividad del tiempo.

Como Carmen, Laura, Lucía y Blanca, un millar de adolescentes ha esperado hoy durante horas por unos escasos segundos junto a sus ídolos. Cada una de ellas puede contar una historia. Hay quien ha preparado regalos para los dos gemelos, quien ha madrugado para hacer más de 200 kilómetros en el asiento del coche familiar y llegar a tiempo y quien sufrió un ataque de ansiedad al obtener el permiso materno para asistir a la firma. Pero por muy dispares que parezcan sus narraciones –ellas se empeñan en contarlas como únicas- es inevitable escucharlas como una letanía repetitiva. “Yo sí que quiero a los Gemeliers; pues yo ahorré todo el año para pagarme el concierto, pues yo, pues yo…”.

La primera reacción, oídas desde la prepotencia que dan las arrugas, es el espanto ante la irracional entrega de las fans a sus ídolos. Pero si una se aplica un poquito de bótox e intenta empatizar, es fácil pasar de la estupefacción inicial a la compasión por la limosna con la que se premia la desproporcionada generosidad de estas niñas. Eso sí, en cuanto se pasan los efectos del lifting y vuelve la pata de gallo, la madurez hace inevitable la revelación: ¿quién las ha manipulado para entregarse de esta manera? ¿quién ha forjado su voluntad hasta impedir a padres y madres razonables –los que permiten a sus hijas menores dormir al raso no entran en la cuenta- convencerlas de la inutilidad e ingratitud que encierra todo esto? La respuesta, claro, es la de siempre: don dinero.

Empezando por un centro comercial que ¿organiza? el evento y se desentiende de la cola, aludiendo que apuesta por universalizar (sic) el acceso a los Gemeliers, dejando al criterio de las adolescentes el reparto de números y turnos. Eso sí, junto a ellas, un chiringuito de comida basura instalado por la dirección del centro las invita a soportar el cansancio a base de grasas y azúcar.

Además está la discográfica, claro, que además de tener a dos menores trabajando más horas de lo que parece razonable, sólo permite acceder al acto a quienes porten el disco oficial. Nada de firmas en papeles o fotos, no; para tocar a tus ídolos tienes que pasar por caja. Eso sí, el pack te asegura beso, carantoña y sonrisa picarona. Eso no te lo da el spotify por mucho que te empeñes, claro.

Al final de la operación, tenemos firma, niña agotada, artista adolescente explotado y progenitores acompañantes tarareando una música infernal que habla de amor romántico y princesas amadas, pero ése es otro cuento.

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