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Historias tras el deporte | José Luis Navarro: en la vida como en el ring

José Luis Navarro, en su entrevista a CORDÓPOLIS | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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Desde fuera todo tiene apariencia de sencillez. Como si la consecución del éxito, al ser esto una costumbre, fuera tarea fácil. No existe nada más lejano a la realidad. Cuando menos en determinados casos, en los que alcanzar la gloria supone antes sortear no pocos obstáculos. Sin embargo, apenas es conocido en muchas ocasiones el origen del campeón; sus vicisitudes personales, capaces de convertirse en base de un futuro sin temor y plagado de ilusiones. Los focos deslumbran con demasiada frecuencia a quienes son simples espectadores. He ahí que a veces, y son más de las debidas, se olvide el relato oculto. Una de esas historias tras el deporte que, cuando son narradas, acaban por resultar imprescindibles. Quizá uno de los ejemplos más claros sea el de José Luis Navarro, campeón de España, Europa y el Mundo Hispano de boxeo. Todo su palmarés, incluido un récord de victorias por KO, es fruto tan sólo de su capacidad de superación; de una filosofía vital envidiable. Y así como de su valentía ante los más duros golpes fuera del ring, como estar a punto de perder una pierna.

La historia de José Luis Navarro Rivas (Córdoba, 1965) comienza inesperadamente a sus 17 años. El punto de partida es duro en el instante y doloroso a perpetuidad. Pero hecho a sí mismo, aquel joven respondió a un infortunio con valor. Iba para futbolista o eso parecía, y del Córdoba probablemente, aunque un accidente de tráfico destrozó la ilusión primera. Ese incidente no le venció. Ocurrió todo lo contrario. “Lo primero que le dije al médico fue: ¿Cuándo podré correr? Y me dijo: olvídate, nunca más volverás a correr”, rememora casi cuatro décadas después. “Yo dije: estás equivocado, voy a ser campeón del mundo. Y no me quedé campeón del mundo por muy poco, me quedé cuarto en el ranking mundial”, añade para completar el recuerdo de aquel trance. “Fue una vida de sacrificio y mentalidad de superación. Y desde aquí quiero transmitir eso, que cuando uno quiere, se pueden hacer muchas cosas”, desea expresar. Él quiso y vaya si consiguió, tanto que obtuvo relevancia internacional.

De una posible amputación al Olimpo de Vista Alegre

“Yo he hecho mi carrera deportiva cojo, nunca quedé al 100%. A mí estuvieron a punto de amputarme la pierna con 17 años”, señala José Luis Navarro a la hora de hablar de un incidente que marcó su vida. Para bien y porque él así lo dispuso. “Me caí de una moto y tuve una laxitud de rodilla. Se me estiró tanto el ligamento, como si fuera un muelle, que no volvió a su sitio. Me operaron y cogí una infección en quirófano. Ahí fue cuando empezó mi calvario”, relata con absoluta normalidad. Pese a todo, jamás vio la rendición como una opción. “Está claro, eso en mi cabeza no entra nunca”, asevera al respecto. El accidente de circulación lo tuvo, en efecto, con 17 años, cuando creía en su salto algún día al Córdoba. Fue su hermano quien sí pudo continuar por esa senda. Sí, es Rafa Navarro, que tampoco necesita carta de presentación. No obstante, él transformó su dura realidad en otra muy diferente.

Quizá su doctor no sabía con quién hablaba cuando le aseguró que no correría nunca más. O tan sólo la desobediencia se tornó en oportunidad. “Yo ni escuché al médico, me entró por un oído y me salió por otro. Lo pasé muy mal durante dos años: muletas, operaciones. Hasta que empecé a recuperarme”, expone. “De Ciudad Jardín me venía casi a diario a Las Ermitas. Iba con mi perrita Sila, un día, otro día y otro, con muleta, sin ella y hasta que subí corriendo”, agrega José Luis Navarro. Lo suyo es, por tanto, el triunfo sobre la vida, que para él “fue dura pero muy intensa, muy interesante”. Inició ya repuesto -nunca del todo- su trayectoria en el ring, primero como amateur y con el sueño de acudir a los Juegos Olímpicos. Muy cerca estuvo de hacerlo en 1992 pero no logró su clasificación para Barcelona. Otro golpe, directo al mentón. Pero el cordobés, que habría de ser conocido para la posteridad como el Cazador, no se dio por vencido. “Con lo de la rodilla me hice tan fuerte que me he sobrepuesto a muchas adversidades y eso vi que era una caída más. Me tiré tres años y medio en el equipo olímpico, hice torneos internacionales, conocí muchos países, fui a los Juegos del Mediterráneo y al Campeonato de Europa, me enfrenté a gente muy buena. Cuando llegó el momento no me clasifiqué y volví a casa”, cuenta de esta experiencia. “Me supuso un varapalo gordo pero me lo tomé como una prueba más que tenía que superar. Me enriquecí de otra forma”, precisa el ex púgil. Y de un contratiempo vino otra posibilidad: pasó a ser profesional y…

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“Yo acabé un poco harto de boxeo porque era mucho viaje fuera de casa. Ya estaba como cansado después de no ir a los Juegos. Lo que le pasa a los deportistas cuando terminas tu carrera deportiva, cuando vuelves, dices: ¿Qué hago? No tenía trabajo, no tenía nada”, recuerda del instante en que acabó su sueño olímpico. Contaba entonces con apenas 27 años. “Era joven y entonces estaba el programa ‘Pressing Boxeo’, en el que empecé a ver a compañeros míos que estaban boxeando. Entonces pensé: voy a pasarme a profesional”, explica. Fue todo casi casual: conoció al promotor Ricardo Sánchez Atocha, quien bastante antes le había hecho la propuesta, y tenía su tarjeta en la maleta. Fue a buscarla y abrió otra puerta. “Llamé a Ricardo y me dijo: ea, vente a Madrid. Cogí mi maleta, metí mis guantes y para Madrid”, comenta. Fue el punto de partida de una carrera envidiable.

Ganó la totalidad de los diez combates que disputó hasta finales de 1993, cuando en noviembre se proclamó -en su undécima subida al ring- campeón de España. Tras su primer título, José Luis Navarro venció a otros siete rivales -todos a los que se midió- y alcanzó el cinturón del Mundo Hispano tanto en peso wélter -el que era suyo- como en súper wélter. Hasta que llegó el 17 de diciembre de 1994. “Lo que más recuerdo fue la respuesta del público. Ver el pabellón lleno hasta la bandera, salir del vestuario y ver la multitud de gente apoyándome”, rememora. El Palacio Municipal de Deportes Vista Alegre empequeñeció ante el interés de la cita y la pasión por su paisano de Córdoba. “Todo el esfuerzo que había realizado durante tantos años para llegar ahí fue muy importante. Ese día para mí fue muy, muy bonito”, confiesa. Aquella velada le supuso el Campeonato de Europa al derrotar, en su ciudad y ante su gente, a Delroy Bryan.

Récord de triunfos por KO hasta un derrame cerebral

Alcanzado el cinturón continental, José Luis Navarro pensó con más fe que nunca en cumplir su sueño: el título de campeón del mundo. Sin embargo, éste se le resistió. El Cazador recogió prestigio internacional, que ya tenía, por establecer un récord que ni siquiera él es capaz de saber si alguien superó después o no. A lo largo de su carrera en el ring disputó 27 combates y se llevó la victoria en 25, todos por KO. Cuando cayó también lo hizo sin necesidad de acudir a los puntos. “La verdad es que nunca me he considerado un buen boxeador pero lo que sí era es muy trabajador entrenando. Creo que mi ritmo era la clave porque cuando subía (al cuadrilátero) y miraba al contrario a los ojos decía: tú no has entrenado más que yo, seguro”, indica al hablar de su secreto para obtener un registro como el suyo. “Empezaba a pegar desde el primer asalto y en el primero se defendían porque estaban enteros. En segundo ya empezaban a venirse abajo y en el tercero, se venían abajo y yo iba arriba. Cada vez más, más, más. Era trabajo, trabajo y trabajo, y muchas ganas de ser campeón del mundo”, continúa.

Pero el Cazador, como Superman, tenía sin saberlo su kryptonita. José Luis Navarro descubrió que no era invencible, aunque lo pareciera, el 1 de abril de 1995. Entonces todavía utilizaba la camiseta del Córdoba como bata. Fue en su segunda reválida del título europeo, que ya había defendido y vuelto a ganar ante el aragonés José Ramón Escriche. En Levallois-Perret, en Francia, se enfrentó a Valery Kayumba, franco congoleño -entonces zaireño-, con promotor, televisión y médicos galos… “El combate me lo pararon por el ojo, que aquí en España no me lo hubiesen parado, seguro. Como el otro iba a menos y yo iba a con el ojo hinchado pero pegando palos difíciles, mandaron a los médicos arriba y me pararon el combate”, apunta como si hubiera sido un día antes de la entrevista a CORDÓPOLIS. ¿Qué sintió ante aquella decisión, que sentó como una injusticia? “Cuando estás ahí arriba te da igual. Es verdad que yo tenía el ojo muy mal y allí en Francia es una baza importante para decir: hasta aquí has llegado, campeón”, expresa. Esa derrota, la primera tras 18 combates ganados por KO, no fue sin embargo la más dura. Había de llegar el 15 de febrero de 1997, con 31 para 32 años en su caso…

La comuna francesa -otra vez en el país galo- de Thiais albergó la lucha por el cinturón de campeón europeo entre el cordobés y el ruso Andrey Pestryaev. Ese evento era su gran oportunidad para luchar por la corona mundial en peso wélter. No le fue bien. “Me noquearon. Fue un combate dramático, que se hizo para que el que ganara hiciera el Mundial con el desaparecido Pernell Whitaker”, se retrotrae José Luis Navarro. “En el primer intercambio de golpes, en el primer asalto, me tiró un croché de izquierda y me cayó en el oído y me dejó frito, no sentía la cabeza. Fueron dos autocares de Córdoba a verme”, prosigue. “Yo estaba muy mal del oído, la cabeza no la sentía, escuchaba muchos ruidos y llegamos al tercer asalto dándonos una tralla tremenda. En el último, recuerdo que en un intercambio de golpes estaba en las cuerdas, fui a tirar un croché de derecha, saqué la mano por fuera y me quedé enganchado. El otro aprovechó y me fundió, tanto que se me apagaron las luces. No llegué a caer pero el árbitro vio que estaba con la mirada perdida y pararon el combate”, termina de rememorar.

Quizá lo que nadie sabía es el efecto que llegó a tener para el Cazador aquel croché de izquierda en el oído. “Tuve un derrame cerebral”, recalca el cordobés. Fue aquello, a lo que también supo sacarle un lado positivo, lo que provocó su retirada. También el hecho de que acudió al combate con Pestryaev mal anímicamente por aplazamientos varios y de que se escapó la posibilidad de luchar por el Campeonato del Mundo. “Con mi preparación física me recuperé. El boxeo es muy duro pero creo que me habló una vez y me dijo: José Luis, si pasas por donde tienes que pasar, te voy a conceder un deseo, te voy a hacer fuerte. Yo quería haber ganado mucho dinero y hacerme fuerte para la vida”, arguye en relación a esta experiencia. Y bien que logró la fortaleza vital que perseguía, en estas líneas está la prueba irrefutable. Aunque no cumplió su deseo de ser el mejor del planeta, José Luis Navarro se siente satisfecho hoy en día y quizá no cambiaría siquiera aquel accidente de moto con 17 años.

¿Y después del boxeo, qué? Más superación

“Para mí, el boxeo ha sido mi mejor amigo. Me ha dado trabajo y salud, me ha hecho recuperar la rodilla, he conocido a mucha gente, países, experiencias inolvidables. Me ha hecho mejor persona. En definitiva, ha sido la etapa más bonita de mi vida”, dice de la disciplina que le llevó a la gloria. Pero sobre todo que le convirtió en el hombre que es. Tenía 31 para 32 años cuando decidió abandonar el ring y debía, por tanto, que regresar a la normalidad para el común, lo que no resulta sencillo. Él gozó de suerte, o recibió el premio merecido. “Al terminar mi carrera, el presidente de la Diputación en ese momento, José Mellado, me llamó. Por la promoción que había hecho de Córdoba y demás me ofrecieron una plaza. La Federación Nacional quiso que me fuera de entrenador pero estaba muy cansado de boxeo, de viajar. Quería estar en mi casa, tranquilito, con mi trabajo. Me quedé aquí”, explica de aquellos días de 1994.

Así, durante 14 años trabajó en Diputación. Pero hubo una promesa incumplida. “Me prometieron que iba a salir mi plaza. Estuve en el departamento de Deporte y en la imprenta provincial, con el tema del BOP (Boletín Oficial de la Provincia), y me formé mucho. Estaba muy bien, con mi familia, mi vida más o menos organizada. Pero no sacaron mi plaza en ese momento, vino el político de turno y no contaron conmigo”, señala. Era el enésimo golpe en su vida, más allá del ring. Pero no quedaba otra, y no sabe hacer otra cosa, que levantarse y seguir. “Te han pegado un palo, has caído al suelo y te levantas. Volví otra vez, cogí los guantes y me puse a dar clases en los gimnasios”, comenta. Ésta es su dedicación hoy por hoy: enseñar a otros un deporte con el que él se convirtió en todo un referente internacional. De hecho todavía hoy le reconocen en la calle, y eso no es fácil. Ya se sabe aquello de ser profeta en la tierra de uno. Por otro lado, su hijo José Luis inició el camino del boxeo. Eso sí, el Covid-19 y la imposibilidad de viajar, entrenar con normalidad o combatir restan ánimos a un chaval que, sin duda, ha de tener el gen luchador de su padre. Lo importante después de toda la narración es la síntesis del sentido de la vida para José Luis Navarro Rivas: “La vida es un combate de boxeo, cada día es un asalto”. Y no vale rendirse.

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