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La luz de Espaliú para alumbrar los tiempos del virus

Acción 'Carrying' en San Sebastián. 1992.

Marta Jiménez

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“Caminar horas y horas sin parar. Recorrer calles de arriba abajo, de abajo arriba. Esa fue mi inmediata reacción cuando me enteré de que padecía el sida. De esto hace ya dos años. Estaba en Nueva York. La infección había comenzado mucho antes, pero soy incapaz de saber cuándo. Al principio experimenté rechazo. No podía creer que me estuviera sucediendo a mí. Entonces me ocurrió algo que le suele pasar a los afectados: intenté olvidar, olvidarme de todo; me fui a México”.

El artista cordobés Pepe Espaliú (1955-1993) relató así el primer golpe del virus. Curiosamente fue un tipo especial de neumonía lo que le hizo detectar el sida. Era finales de 1989 o principios de 1990. Una vez asumido, interiorizado y exteriorizado -“enseñar las heridas para así superarlas”, como defendía su admirado Joseph Beuys-, solía decir que vivía con sida o en el sida. Su objetivo era desestigmatizar una enfermedad a la que puso en el centro del arte.

Eran otros tiempos y se pensaba que el sida no afectaba a cualquiera, pero lo que se quiso, en reaiidad, fue poner el punto de mira en las cuatro haches: heroinómanos, hemofílicos, homosexuales y haitianos, a los que habría que añadir las prostitutas. Una manera de estigmatizar y así  buscar chivos expiatorios. Hasta entonces, era una enfermedad que avergonzaba: los enfermos morían a escondidas.

El fragmento del inicio está recogido en La imposible verdad. Textos 1987-1993 (La Bella Varsovia, 2018), una edición del crítico de arte y comisario independiente Jesús Alcaide, que parte del único libro que publicó Espaliú en vida, En estos cinco años (Estampa, 1993). A estos textos se unen otros, como entrevistas, manifiestos o artículos, ampliados con inéditos rescatados de las libretas del artista que forman parte del archivo del Centro Pepe Espaliú de Córdoba. Un lugar que puede servir para comprender tantas cosas que hoy nos suceden guiados por unos textos y unas obras que pueden servir de faro entre tanta incertidumbre.

Retrato de un artista desahuciado

El viaje de Espaliú por su enfermedad comenzó en el silencio y acabó en la militancia artística. “Fue la actitud de cualquier afectado con una enfermedad estigmatizada y tabú”, resume al otro lado del teléfono Jesús Alcaide. El artista comenzó a despertar al conocer al colectivos Act up y a otros grupos de activistas neoyorquinos. “Ahí se dio cuenta que tenía que hacer visible su situación”. El punto de inflexión llegó con el artículo-manifiesto Retrato de un artista desahuciado, publicado en El País el 1 de diciembre de 1992, que se iniciaba con su ya mítica frase, “algunos creen que el arte es una forma de entender el mundo. En mi caso, siempre fue la manera de no entenderlo..., de no oírlo”.

“Fue una doble salida del armario”, opina Alcaide. “Como homosexual y como enfermo de sida. De la negación pasó a trabajar con colectivos y a darse cuenta que tenía una posición privilegiada y muy visible para propiciar la acción”. El propio Espaliú confiesa en sus textos cómo vivir el sida cara a cara le cambió la vida. “Una de las experiencias más hermosas es ver la entrega con la que algunas personas trabajan”, decía un artista para quien palabras como solidaridad, entrega, amor, esperanza y vida, adquirieron un nuevo significado. Asimismo se quejaba de que la ayuda estatal era completamente insuficiente en España, el país europeo donde más rápidamente creció la enfermedad.

Muchas de esas experiencias tienen un enorme paralelismo con estos tiempos de plomo del coronavirus. “Fue una enfermedad social más allá de lo sanitario, igual que ocurre ahora”, reflexiona Jesús Alcaide. Y enumera similitudes como la red de cuidados que hubo entonces entre enfermos de sida, o cómo las organizaciones políticas no dan respuesta, “mientras nosotros nos organizamos como sociedad”, además de desvelar que la sociedad del bienestar era una mentira, “igual ha ocurrido ahora”. Pero también advierte de las diferencias, pues entonces, en el inicio de la enfermedad, “el miedo al virus y el desconocimiento sobre su transmisión hacia que muchos de estos enfermos muriesen solos ya que el personal sanitario no se hacía cargo de ellos”.

Espaliú incluso hablaba de que “las verdades ya no son verdad”. No se refería a las fake news, pero tal vez sí a cierta intoxicación. Alcaide aclara cómo creía que el artista “tenía que estar en contra de la actualidad y como muchos artistas de los años ochenta, Espaliú buscó refugio en la incertidumbre, el fin de la historia y otras verdades que construían el mundo se volvieron totalmente ficticias, y la crisis del sida fue el síntoma de esta falta de creencia en las verdades absolutas y la forma de desvelar las nuevas estrategias del simulacro político y mediático”.

Carrying

Si Espaliú fue el responsable de concienciar a gran parte de la sociedad acerca del sida y de dar la visibilidad necesaria para que se hablara del enfermedad, su gran herramienta artística fue el carrying en sus dos vertientes, como escultura y, sobre todo, como célebre “acción en el sida. Frágil, sin tocar el suelo y dependiendo de la solidaridad de los demás, Pepe Espaliú realizó un alegato contra el estigma de su enfermedad.

Carrying significa literalmente transportar. Pero en el mundo del sida de Estados Unidos se emplea también para definir aquella actividad que consiste en ir a casa de los enfermos a ayudarlos, trasladarlos, lavarlos, alimentarlos, vestirlos... Carrying también es una mezcla entre transportar (to carry) y cuidar (to care), que se producía en la homofonía y el uso de las palabras por la comunidad hispana que cuidaba de los enfermos de sida en NY. Fue la metáfora que utilizó el artista para las esculturas, basadas en los históricos palanquines de transporte, y para sus acciones.

Estas últimas se realizaron en San Sebastián y Madrid. Consistieron en hacer un recorrido por las calles sobre los brazos de parejas de personas, amigos y conocidos, a modo de cadena humana, que se intercambiaban su cuerpo, ya enfermo, sin que tocaran el suelo en ningún momento. Según decía, los enfermos de sida tenían que “seguir en el mundo sin tocar el mundo, seguir caminando sin tocar la tierra”. Con la acción sacó a la calle la importancia de sentirse sostenido por los que te rodean, algo clave tanto en lo macro como en lo micro de cualquier crisis.

Personalidades como Alaska, Pedro Almodóvar o Carmen Romero sostuvieron al artista en su performance madrileña, el 1 de diciembre del 92, que partió de la galería de Pepe Cobo hasta el Museo Reina Sofía con parada delante del Ministerio de Sanidad para dejar un mensaje: “Nos estamos muriendo y no estáis haciendo nada”.

Para Jesús Alcaide el simbolismo del carrying “sigue vigente para sostener y sostenernos, cuidarnos y transportarnos. Esto tiene que ser activado desde el presente, en un contexto diferente pero parecido a aquel. Nos necesitamos unos a otros, la sanidad ha sido desmantelada, tenemos que organizarnos como red de cuidados por encima de la instituciones”.

El arte en los tiempos del coronavirus

¿Habrá performances después de todo esto? ¿Y exposiciones y galerías abiertas? “Por supuesto que sí”, afirma rotundo el comisario Jesús Alcaide. “Si no, nos perderemos la parte más importante del ser humano”. Sobre cómo reinventar el arte, el crítico augura una incidencia “más social del arte” y espera que la exposiciones dejen de contar el número de visitantes “y se fijen en otros valores, como trabajar desde lo pequeño y recuperar la capacidad crítica que tuvo el arte mirando hacia lo social”.

Pepe Espaliú parece darle la razón desde sus textos del pasado. “El sida me devolvió a lo real”, declara. El artista creyó que se debía permanecer “en la ficción” de poder cambiar el mundo, lo real. Alcaide añade que el arte “no es entretenimiento, sino un ejercicio crítico y de pensamiento, un dispositivo para construir otros mundos, utopías concretas y posibles horizontes de cambio”.

El crítico añade como posible escenario de futuro las alianzas del arte con otras disciplinas, “se aliará con otras lineas de pensamiento que desde el mundo de la ciencia, el pensamiento, la ecología o la propia poesía estaban ya detectando este colapso en el que ahora estamos inmersos, para construir nuevas alianzas, ensamblajes y transformaciones”.

Espaliú y Alcaide comparten una actitud: la ausencia de la lágrima en sus reivindicaciones. “Hay que ser proactivo y pensar en el presente proyectándolo al futuro. Las lamentaciones y las plañideras no me gustan nada y no es momento para eso”, sentencia el crítico.

Aquella falta de lágrimas, aquella rabia vital que le provocaba estar perdiendo la vida la convirtió Espaliú “en amor”, explica Alcaide. “Y la rabia en cuidados. Él le dio la vuelta a todo para que la enfermedad no le estuviera dañando siempre”. Por eso cobra tanta actualidad su obra y sus escritos en un presente borroso.

En Córdoba tenemos una figura que va más allá de lo artístico y que debería convertirse en un faro de las políticas culturales de la ciudad. “Tenemos un Centro Espaliú que volverá a abrir, pero sin actividad y sin cariño. Un centro que necesita mediadores entre el público y su obra. Activar ese centro sería un buen síntoma para lo que nos viene”.

En la obra de Espaliú ya se puede “comprender mucho” de lo que nos está pasando, sentencia Alcaide sobre un artista que aún sigue siendo más valorando fuera de nuestras fronteras. No en vano es uno de los escasos artistas españoles que cuelga obra en el templo londinense del arte contemporáneo: La Tate Modern.

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