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La vida bajo techo (IV): “Días de virus y cosas”

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Marta Jiménez

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“Mientras dure la vida, sigamos con el cuento”, animaba la escritora Carmen Martín Gaite. Seguimos recibiendo historias ciudadanas en cualquier formato sobre esta crisis desde distintos puntos de Córdoba y del exterior. Éste canal se convierte en un lugar para que relates tu experiencia en estos días difíciles. Un espacio de denuncia, desahogo, ayuda e inspiración para los demás. Puedes escribirnos aquí.

Juan, desde La Axerquía

Guillermo, desde el Casco Histórico

Haiku 1

Por virus preso

sin rejas me relajo

Qué distopía

Beatriz, desde Bilbao

Por un puñado de cebollas

El lunes fui al Carrefour con la excusa de rellenar mi nevera de básicos de primera necesidad: cervezas y cebollas. Hasta ese día me he considerado una persona cero alarmista y, como con todo, tomándome a coña la nueva situación que nos toca vivir.

Son las 19,20h y me dispongo a salir de mi portal. Concienciada de guardar todas las precauciones indicadas en los medios, agarro el pomo de la puerta con la manga de mi gabardina. Abro y miro alrededor. Es esa hora en la que la luz tiñe las calles de una semi penumbra, momento previo al encendido de las farolas.

Salgo, y siento que una atmósfera hostil se apodera en el barrio. Como nunca antes, cualquier transeúnte que te cruzas por la calle te inyecta la mirada en los ojos, extraños y amenazantes. El escenario me recuerda al típico momento tenso de las pelis del oeste, cuando va a haber tiros y todo Dios aguarda en casa observando desde la protección de sus hogares el fatal desenlace.

Estoy llegando al súper, y atravieso el umbral de la puerta donde los tipos de seguridad aguardan con un buen paquete de guantes de plástico para darte al entrar. Hasta ahí bien, aunque ya empieza una sensación de amenaza tóxica al agarrar ese par de guantes traslúcidos y livianos, como almas en suspiro.

El terror psicológico se apodera y activa su función alucinógena, porque visualizo preciosas chiribitas doradas revoloteando aleatoriamente en el ambiente, como los plugins de partículas de After Effects.

Voy a por las cebollas, con los guantes puestos, y no soy capaz de abrir la puta bolsa de plástico ecológico que ahora ponen para echar las verduras. Tras un largo intento, consigo abrirla y procedo a echar las piezas. Me entra algo de agobio y prisa por pirarme de allí, así que voy decidida a por unos yogures y esas cervezas. En la cola siento que somos asesinas en potencia, yo la primera.

Quiero salir cuanto antes.

Llego a la caja y TIC, TIC, TIC... hasta que me dice el empleado:

- No has pesado las cebollas.

- Ay, discúlpeme. Pues mire, no las quiero que ando con prisa.

- Pero pésalas, que no hay prisa.

- Bah, da igual, hay gente esperando. ¿Cuánto es?

Pues va el tío y cogiendo la bolsa se va él a pesarlas.

- Bueno, no hace falta tampoco que se moleste, ya voy yo.

Camino rápido hasta el peso, busco el icono de las cebollas y no lo encuentro. Me pongo más nerviosa porque mi guante protector se ha roto y tengo que tocar los botones. Voy a desistir pero en el último momento lo encuentro, pico el logo cebollero y vuelvo a la caja.

El cajero pasa la bolsa por el escáner.

- Esto está mal, has pesado tomates.

- Ah, pfff, mmmme da igual, ha salido más caro que si fueran cebollas, no se preocupe.

El cajero insiste en que vuelva a pesarlas.

- Nada, de verdad que no las quiero.

Pues bueno, como una conversación absurda en bucle el señor enmascarado se dispone otra vez a ir a ir a pesarlas él mismo. Le digo:

- Bueno, traiga (cagándome en sus muelas ya).

Más nerviosa y torpe aún, agarro la bolsa de las cebollas hasta que... PIMBA, se rompe la bolsita ecológica hecha de condones reciclados y saltan todas las cebollas a lo random: dos rodando por la caja, una al suelo y otra rebota al cubo grande donde todos los clientes han tirado esos suspiritos de alma traslúcida, un cubo repleto de guantes usados infectados de Chernóbil multiplicado por sida más tres camiones de lepra y un poco de ébola.

Con una risa nerviosa, le digo al dependiente que no las quiero, que no se preocupe más. Recojo el desastre y se lo dejo en caja.

- Bueno, vete, pero dame todas las que se han caído.

- Mire, que no voy a meter ahí mi brazo para salvar una cebolla que además es enana, que me estoy rallando.

Sale de la caja y se pone a buscar la cebollita.

Le pido disculpas otra vez y me largo a toda hostia.

Reflexiones:

1. Así sí que me quedo en casa.

2. ¿Harán a ese currela empleado del mes?

3. Supermercados del Demonio, cuando esto acabe a comprar en comercios locales como locos.

Esperamos tu historia. Puedes escribirnos aquí.aquí

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