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Una intervención pionera sin cirugía, sin cicatriz y sin secuelas para devolverle a Ángel la sonrisa

Ángel sonríe junto a los doctores | MADERO CUBERO

Carmen Reina

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A Ángel, de once años, y a sus padres -Gaspar y Catalina-, el mejor regalo de Reyes les llegó este año con algo de antelación. Justo dos meses antes. El 5 de noviembre, el pequeño fue sometido a una intervención para extraerle un gran tumor cráneo facial que, por sus dimensiones y su ubicación, afectaba a estructuras muy complejas del cráneo y la cara y, de no intervenir, podía poner en riesgo la vida del niño. Y ese regalo, les llegó con una intervención pionera en el hospital Reina Sofía, logrando extraer el tumor sin cirugía, sin cicatrices y sin secuelas, con una extracción por endoscopia a través de la nariz.

Más de 12 horas de intervención pusieron un final feliz a lo que había empezado unos meses antes en su pueblo, Villanueva de Córdoba cuando, a Ángel, sus padres le detectaron un bultito en la mejilla. Le llevaron al dentista pensando que algún problema dental estaba dando así la cara. Pero la respuesta a lo que le ocurría al pequeño no estuvo ahí y, después de pasar por su pediatra y por el hospital de Pozoblanco, el diagnóstico le llegaría en Reina Sofía: tenía un gran tumor que, si bien la biopsia demostraría que era benigno, su tamaño y la zona en la que estaba hacían urgente su extracción. “No había alternativa”.

Todas las caras del caso tenían un denominador común: su alta complejidad, explican los doctores que le asistieron en esta novedosa intervención, el otorrino Juan Aguilar y el neurocirujano Juan Solivera. A la corta edad del paciente se sumaba la envergadura del tumor, su ubicación junto a estructuras vitales como la arteria carótida y que presentaba un alto grado de vascularización y, por tanto, de posibilidad de sangrado.

“No se han encontrado casos de esta envergadura”

Hasta ahora, los casos parecidos que habían llegado hasta el hospital Reina Sofía se habían tratado con una cirugía abierta, pero las características especiales del caso de Ángel –“aquí no se han encontrado casos iguales de esta envergadura”, señalan los médicos-, hacían necesario estudiar la vía más segura para extraer el tumor, sin dejar secuelas en la visión o la masticación del niño.

“El tumor había que operarlo sí o sí”, relata el padre sobre cómo acogieron la noticia del diagnóstico, mientras mira ahora a su hijo recuperado. “Tratábamos de que él no cogiera miedo” al trajín de médicos y de pruebas en estos meses, para que tomara con naturalidad, siendo aún tan pequeño, el someterse a esta gran intervención.

Dos días antes del 5 de noviembre, los médicos procedieron a la embolización del propio tumor, esto es, a cerrar el grifo de sangre que le llegaba, sin afectar a la circulación del resto de estructuras de la cabeza. Y luego, llegó la endoscopia que, después de 12 horas, logró extraer el tumor por completo a través de la nariz.

“Es una intervención muy delicada, que debe ser muy meticulosa”, explica el doctor Aguilar sobre el procedimiento empleado que necesitaba de tantas horas en el quirófano. Porque el tumor afectaba al cráneo destruyendo el hueso que separa la fosa nasal del cerebro, comprimía zonas que afectaban a la visión y la movilidad del ojo, rodeaba la arteria carótida, y podía afectar a la movilidad de la cara, a la masticación y a la sensibilidad.

“No nos creíamos que hubiera salido bien”

Y, 12 horas después, todo había salido bien. “No nos lo podíamos creer”, recuerda con el brillo de la emoción aún en sus ojos Catalina. “No nos creíamos que hubiera salido bien”, repite mirando a los médicos que le ayudaron a asimilar la complejidad de lo que le ocurría a su hijo y que le devolvieron la tranquilidad después de meses de sufrimiento.

Ángel solo tuvo que esperar seis días para recibir el alta. Nada que ver con lo que hubiera tardado en salir del hospital si se hubiera llevado a cabo una operación abierta que, necesitaría de varias intervenciones y además, hubiera estado acompañada de radioterapia posterior para eliminar restos del tumor.

El pequeño, con sus 11 años, aún no es consciente del valor de su caso. Él, sencillamente, un día más se ha levantado temprano para ir al colegio, incluso ha hecho un examen, y ha venido a ver a los médicos que le hacen seguimiento tras la intervención. Cómplice y algo tímido, choca la mano con ellos, que le han hecho el mejor regalo que hubieran imaginado sus padres para celebrar juntos la Navidad que ya llega.

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