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Del 'Locus Amoenus' del patio cordobés al guerrilleo floral

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Pilar Montero

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Araceli López ha mimado las macetas de su patio desde que puede recordar y ahora sus dos hijas, entre el público, asisten al relato generacional que también contarán un día a las suyas. “Cuando eran adolescentes no les gustaba esto de las macetas”, recuerda Araceli. “Les daba asco el tacto de las hojas y la tierra. Pero ahora me ayudan a cuidar todas las flores.” Luego, la cuidadora de patios se explaya sobre toda la ingeniería natural a la que ha de someter a las protagonistas de su lugar especial. Productos muy concretos contra las plagas aplicados con mimo, cambios de posición según la luz y el clima y revisiones permanentes. Toda atención es poca para la satisfacción de unas compañeras bonitas pero caprichosas. Actividad compleja a pesar de su aparente sencillez que Santiago Hernández conoce muy bien. “En mi familia siempre hemos tenido plantas, desde mis abuelos hasta mis bisabuelos.” El joven presume de seguir regando con una caña alta tradicional. Araceli se enorgullece de empezar a usar una mochila especial para regar las macetas más altas, por eso de “modernizarse”.

La vida de patio transcurre para estos dos propietarios con apasionada lentitud. Ni siquiera los meses abrasadores de la capital, cuentan, son rivales para sus pequeños oasis de mármol. Pero sus lugares amenos se ven invadidos una vez al año, cuando miles de turistas y visitantes locales se agolpan a las puertas de sus casas atraídos por la expectación que genera la fiesta de los patios desde que fue proclamada patrimonio inmaterial de la humanidad. Es entonces cuando sus locus amoenus se transforman en concurridas salas de museo y el corazón de su casa se abre de forma abrupta con resultados no siempre agradables. “Por un lado es bonito porque piropean tu casa, pero también ves cosas muy feas”, comenta Santiago. “Yo siempre digo que la fiesta de los patios es como parir”, continúa Araceli, “Cuando lo haces la primera vez te convences de que no lo vas a hacer nunca más, pero se te olvida el dolor y vuelves a hacerlo.”

Son estas experiencias agridulces las que están impulsando a las asociaciones de patios cordobeses a movilizarse para lograr que la fiesta vuelva a adquirir sus matices tradicionales, cuando el anfitrión tenía tiempo para acoger al visitante y transmitirle adecuadamente el mimo detrás de los colores vivos y las fragancias sutiles. Porque el patio andaluz no ha conjugado nunca bien con las prisas. Más bien ha sido testigo de conversaciones íntimas, momentos de paz en el silencio de la tarde, entre los rayos de luz filtrados por las persianas de esparto y el murmullo de la fuente. “El cambio de vida y la sociedad de consumo están cambiando la fiesta de los patios”, declara Emilio, matizando un debate levantado en la sala cuando una asistente remarca en alto el impacto que supuso de primeras en la ciudad la corriente traída por Flora. La tradición y el folclore conviviendo con la vanguardia, la belleza natural acompañando al gusto estético. Arte floral cotidiano junto al arte floral por el arte.

Dentro del segundo grupo se encuentran el colectivo Flor Motion- una de las agrupaciones invitadas en esta edición del festival- compuesto por varias marcas de floristas que dejan a un lado el interés comercial para reivindicar la importante belleza de la flor, en todas sus formas y concepciones. Para ello, seleccionan varios tipos de flores frescas e intervienen con ellas un punto clave de ciudades concurridas, para que el viandante no tenga más remedio que pararse a mirar, a oler, a disfrutar de la flor antes de que se marchite. Dos de sus componentes, Irene y Aitana, explican cómo esto puede considerarse un acto de vandalismo, y es por ello por lo que prefieren mantener en el anonimato sus rostros y sus apellidos para seguir mostrando orgullosas su faceta de guerrilleras florales.

Aitana se enamoró de la flor por casualidad, cuando sus inquietudes le llevaron a apuntarse a un taller de arreglos florales con influencias orientales. Lo de Irene fue un acto de valentía romántica, ya que decidió abandonar un empleo que no la hacía feliz para mudarse a Inglaterra con su familia con el objetivo de aprender el “sacrificado pero gratificante”, tal y como lo denomina, arte floral. Ahora ambas llevan la belleza efímera a grandes eventos, a la calle y a festivales como Flora, y su vida es una constante lucha contra el tiempo. Contra el tiempo que marchita la flor y con el que todo el mundo parece discutir en Madrid. Las dos floristas aprovechan cada minuto para llevar sus instalaciones a clientes y público, tanto que, como cuentan, a menudo no tienen tiempo para cuidar sus propias flores. Cuando pueden, las dos aseguran disfrutar del “mejor momento del día” en sus pequeños locus amoenus de ciudad capital. “En Madrid no se valora tanto a la flor”, aclara Aitana, y matiza: “puede que aquí la tengáis tan integrada en vuestro día a día que incluso lleguéis a valorarla menos.”

El director artístico de Flora, Emilio Ruíz, esclarece el asunto: “Los patios populares y las instalaciones artísticas de Flora son muy distintos, pero queríamos integrarlos. Al final, los artistas con una intención detrás no dejan de ser personas trabajando con flores, al igual que los propietarios de patios.” Luego recordaba a los presentes el “miedo” que tenían desde la organización por el efecto que el festival iba a tener en la ciudad, el que luego resultaría injustificado por la acogida tan entusiasta en todos los sectores.

Después del coloquio, Araceli y Emilio recorrerán tranquilos las callejas para volver al hogar a disfrutar de su paraíso fresco y silencioso. Las guerrilleras de Flor Motion se pondrán rápidamente a planear su siguiente fechoría floral. Tal vez las segundas no sean más que una consecuencia inevitable de los primeros, una muestra de los nuevos caminos creativos y comerciales propios de los nuevos tiempos. O puede que ambos caminen siempre por sendas paralelas. Pero en este festival lo principal son las flores y los regalos que ofrecen a nuestros sentidos, siempre frescas, siempre hermosas.

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