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La noche eterna de rock de Miguel Ríos

Concierto de Miguel Ríos en La Axerquía | ÁLEX GALLEGOS

Rafael Ávalos

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https://youtu. be/aCY4xsXuO-4

El espectáculo lo sirve él con su sola presencia. Los fuegos artificiales que lo culminan son su voz, inextinguible y envidiablemente resistente. Quien pudiera alcanzar su edad -75 primaveras- mínimamente cerca de su vitalidad, sobre todo en el apartado artístico. Claro está que no es aquel prematuro genio de comienzos de los sesenta -del siglo XX-, pero pocos pueden presumir de un mantenimiento de su herramienta de trabajo -y mire que suena feo- como lo hace él. Más bien, casi ninguno se aproxima a su nivel transcurridas más de cinco décadas -va para seis-. Por este motivo y por su personalidad, comprometida tanto como simpática, es incombustible. De ahí que sea capaz, camino de los ochenta, de llenar espacios como el teatro de La Axerquía. Con ustedes, el dueño del auténtico rock en España: Miguel Ríos, el incansable no se sabe cuántas veces retirado…

Más de una vez anunció su adiós a los escenarios. Tantas otras lamentó su legión de seguidores la decisión. En ninguna de las ocasiones cumplió, por fortuna. Miguel Ríos sigue con El blues del autobús, con vida en la carretera y corazón sobre las tablas, ya sean de madera o cemento. Este sábado el material del suelo era el segundo. Eso sí, en un lugar idílico que demostró conocer a la perfección. Sobre el granadino recayó la enorme responsabilidad de cerrar la trigésimo novena edición del Festival Internacional de la Guitarra de Córdoba, un evento que requiere un giro reflexionado pero que está excesivamente menospreciado. El instrumento de las seis cuerdas pasó a un segundo plano de forma ilógica y sin embargo la participación de artistas -poca gente merece realmente dicha definición- de la talla del roquero le otorgan nivel.

Como siempre, de un tiempo a esta parte, tras conocer el programa del Festival hubo críticas. La mayoría con argumentos tan simples que resultaban irrisorios. Es difícil imaginar un ataque a Rolling Stones o Paul McCartney en lugar alguno, no sólo en el Reino Unido. No existió cuando Bob Dylan, que acumula un buen puñado de años de desidia sobre los escenarios, fue la estrella de este mismo certamen en 2004. Pero España está a la vanguardia de la modernidad, que significa romper en absoluto con lo longevo. La veteranía está maldita en este país, donde la moda es que te guste lo neo pop, lo que marca tendencia porque sí, porque es supuestamente novedoso y, sobre todo, hecho en la actualidad. Sin embargo, la verdadera música es intemporal: en este ámbito no tiene -o no debería tener- peso alguno la obsolescencia programada. Antes se producían obras perdurables, hoy día -sin generalizar- son de usar y tirar.

Jamás nadie podrá alcanzar el infinito con un tema tal como Himno a la Alegría -que no “de”-. Está quien lo escuche ante el más sublime ejercicio de revisión de una melodía única, más allá de la extinción humana. La Sinfonía Nº 9 -o Novena Sinfonía- de Beethoven cobró mayor relevancia si cabe -y si era posible, que no- con la poesía de Schiller y que de España saltó al mundo en 1970 gracias a la adaptación literaria de Amado Regueiro y los arreglos musicales de Waldo de los Ríos. Fue precisamente la canción universal la que puso colofón dorado al Festival Internacional de la Guitarra de 2019. Ocurrió en un teatro de La Axerquía lleno hasta rozar, por fin desde que arrancó esta edición del certamen, el “no hay billetes” y con un público completamente entregado. Pues sí, cerca de 3.500 personas terminaron rendidas al poderío irrebatible de Miguel Ríos, el hombre que realmente hizo rock -y difundió, socializó y masificó- en esta nación orgullosa de no se sabe qué. Y en tiempos en que cualquier tontería significaba visitar la cárcel.

El cénit del concierto llegó a las 00:50, dos horas y algún minuto después de que todo comenzara. Fue a las 22:44, con retraso, cuando tuvo su inicio un recital englobado en una gira con más de un año de duración. Para estar viejo -¡ay qué lástima de mentes tan cerradamente progres!- esto no es poca cosa. Una orquesta sinfónica dirigida por Carlos Checa abrió la noche en La Axerquía con una obertura en la que sonaron las melodías de canciones imprescindibles como Santa Lucía o Bienvenidos. Los dos temas se escucharon después con la voz ya de Miguel Ríos, incombustible tanto en su sello artístico como en su compromiso. El granadino inició su andadura en Córdoba con Memorias de la carretera. Arrancó en ese instante un trayecto por la extensa carrera del roquero por excelencia en este país llamado España. Lo hizo todo acompañado por una magnífica banda y por una orquesta sinfónica que el propio cantante nombró como “de los quemados”. Fue la demostración de su implicación en cada directo, pues vino a recordar que el teatro se levantaba sobre lo que antaño se conocía como Colina de los quemados.

Miguel Ríos compartió, junto con más de 50 músicos, un repertorio que, como él a lo largo de su trayectoria, incluyó sonidos puros de rock como otros alternativos más melódicos. También recogió el recital temas de muy diferentes épocas: de Directo al corazón pasó a Boabdil el Chico (se va al norte), esta última con mensaje para toda la tierra del sur. Porque el granadino ofreció de nuevo su perfil contestatario: habló de la “sentencia ejemplar” para La Manada para presentar No estás sola o de la “labor acojonante” que desde hace 40 años hacen en el Hospital Reina Sofía en materia de trasplantes. Así, por ejemplo, Todo a pulmón la interpretó como “canción hecha para el ser humano”. Esas composiciones sólo fueron parte del todo del Symphonic del artista, de cuerda larga.

No fue la música, por cierto, lo único que sobresalió en La Axerquía este sábado. Lo hizo también la simpatía del cantante, que mantuvo una interacción continua y de carácter amistoso con el público, o su generosidad en movimientos. El granadino llegó a admitir, en un momento dado, que la edad no perdona. “Cuando cumplimos años tenemos un problema con la próstata”, afirmó. Supuestamente fue al servicio. Era un merecido descanso que aprovechó su pianista, Luis Prado y del Señor Mostaza, para arrancar unas cuantas sonrisas más con Estoy gordo. El repertorio, siempre con el magnífico acompañamiento de la sinfónica, reunió incluso temas históricos del Rock & Roll como Rock Around the Clock o Jailhouse Rock, lo que sirvió para recordar a mitos como Bill Haley o el rey Elvis Presley. Con todo, el broche de oro a esta edición del Festival Internacional de la Guitarra, en esta ocasión, no podía ser otro que, en efecto, el Himno a la Alegría. Era el mejor modo de acabar, por desgracia, la noche eterna de rock de Miguel Ríos.

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