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Oriente y Occidente: la música como refugio

Damas de la canción árabe | ÁLEX GALLEGOS

Marta Jiménez

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Aquel genio innovador de la música llamado Abu l-Hasan Ali ibn Nafi y conocido como Ziryab vivió en la Córdoba andalusí un siglo antes de la construcción de Medina Azahara. Aún así, su espíritu de mirlo negro, de sabio elegante capaz de elevar la importancia de la música en la corte omeya, equiparándola con la filosofía o las matemáticas, debió sobrevolar la noche del lunes la antigua ciudad brillante durante el concierto tributo a las damas contemporáneas de la canción árabe. Un homenaje a tres cantantes alejadas del eco eterno de aquellos músicos andalusíes, pero cuyas voces tienen la capacidad de armonizar cualquier alma con el ritmo cósmico.

El jardín desplegado ante el salón basilical, en la parte alta del conjunto arqueológico, cuya fachada iluminada servía de excepcional fondo de escenario, acogió un concierto fascinante bajo las estrellas y un inaudito frescor de julio. Protagonizado por la cantante siria Linda Al Ahmad y con la compañía de cinco músicos, su elegantísima presencia y su voz, llena de semitonos y cromatismo, puso a prueba el poder de los efectos que los sonidos poseen sobre el alma humana.

Era la primera vez que esta cantante siria y sus músicos, que llevan un par de años dando conciertos por España cantando a los poetas árabes, subían sus voces e instrumentos a un escenario andaluz, “un hermoso sueño”, en palabras de la cantante, hacerlo en Medina Azahara, un lugar “donde no se disipan las voces” y donde quiso conectar la suya con la de nuestros ancestros.

Gracias a la música, que de alguna manera es un lenguaje universal, no solo los afortunados que consiguieron una invitación para el concierto programado en el Festival de la Guitarra por Casa Árabe pudieron conectar con el espíritu de Al Andalus, sino con la música árabe contemporánea, un mapa sonoro demasiado desconocido en occidente dedicado en esta ocasión a tres grandes divas y referentes de la canción árabe de la segunda mitad del siglo XX: la egipcia Umm Kulzum, apodada la Estrella de Oriente o la cuarta pirámide de Egipto, y tal vez la más conocida para los mayores de esta latitud; Asmahan, una aristócrata siria que tuvo que exiliarse a Egipto; y la libanesa Fairuz, quien a sus 83 años sigue siendo la cantante más querida del mundo árabe.

Cuentan que las calles de El Cairo se vaciaban cuando la televisión retransmitía un concierto de Umm Kulzum. Grande, con un imponente peinado y un vestido hasta los pies, cantaba apretando un pañuelo de seda en su mano izquierda e interpretaba largas canciones sin perder su torrente de voz. Vendió más de 200 millones de discos, reclamó la unidad de los árabes y su muerte en los años 70 provocó la histeria colectiva. De ella, Al Ahmad interpretó en Medina Azahara Raq El habib, Efrah ya qalbi Alf Leila.

Asmahan fue una bella aristócrata siria de vida disipada y cercana a los círculos palaciegos, que tuvo que exiliarse en Egipto por la postura política de su familia. La suya fue una carrera brillante pero breve, porque falleció con 31 años en un extraño accidente de automóvil. Solo dejó para la posteridad una treintena de canciones pero su magnetismo, el brillo de su voz y su gran belleza la catapultaron a lo más alto. Cuatro de sus temas sonaron en la noche cordobesa, Layali el uns, la instrumental Riad Al-sunbati, Ya tuyour y Ya habibi.

Fairuz es una mujer de firmes convicciones políticas que se negó a actuar en privado para presidentes y reyes. Durante la guerra civil libanesa no abandonó su país y voces como la suya resuenan hoy como un refugio de paz ante el dolor y la violencia que azotan Oriente Medio. Ya Qamar y Nattaruna ktir recordaron su voz.

Tres mujeres que supieron romper con el prejuicio del machismo con el que culpamos al mundo árabe desde un etnocentrismo y una superioridad ciega de sí misma. Valientes y comprometidas, alzaron su voz mucho antes del estallido de las primaveras árabes, además de establecer el poso común que existe entre culturas.

El también sirio Hames Bitar dirigió el concierto y añadió la delicadeza de la expresión del laúd, el instrumento al que Ziryab dotó de alma al añadirle la quinta cuerda, acompañado por flauta y nay, percusión, violín y contrabajo.

Si el mundo árabe tiene nostalgia de Al Andalus, los herederos geográficos de aquel primer renacimiento europeo añoran hoy traspasar fronteras sociales y culturales. En tiempos de políticas migratorias que provocan muerte, de desarraigo, xenofobia y falsos estereotipos la música se convierte en un refugio, al menos por una noche, de lo que esta ciudad no ha querido ser en el presente: Un faro que ayude a unir la brecha descomunal entre Oriente y Occidente.

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