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La Virgen de los Dolores que quería su cofradía

Historia de la Virgen de los Dolores | ARCHIVO DE LA HERMANDAD DE LOS DOLORES

José Prieto

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Tres siglos de devoción. Con altibajos de su hermandad en distintas etapas, pero trescientos años en los que Nuestra Señora de los Dolores ha estado en el corazón de la ciudad. Así se desprende de un libro, publicado en el año 2000 por el historiador y miembro numerario de la Real Academia de Córdoba Juan Aranda Doncel, titulado Córdoba y la devoción a la Virgen de los Dolores. Tres siglos de historia. En este volumen se atestigua la “intensa devoción” de los cordobeses a esta advocación ya desde el último cuarto del siglo XVII en lo que era el primitivo Hospital de San Juan que en la centuria siguiente se convierte en el Hospital de San Jacinto.

En esa época y en ese lugar se intenta erigir una congregación de la orden tercera servita, una iniciativa personal del sacerdote Juan Salvador Amo que se hace realidad en octubre de 1708. Entonces, el Hospital de San Jacinto ya es foco que irradia la devoción a Nuestra Señora de los Dolores, lo que se verá fortalecido por la creación en febrero de 1717 en aquella iglesia de una hermandad que fomenta el rezo del Santo Rosario bajo el título también de los Dolores, que desde el principio tendría gran pujanza. Ambas fundaciones son, en palabras de Aranda Doncel, “una prueba evidente de la propagación de la devoción a Nuestra Señora de los Dolores en la primera mitad del siglo XVIII, periodo en el que asistimos a una segunda etapa de difusión de la mencionada advocación mariana en la capital y localidades de la diócesis”.

Sería esta hermandad rosariana la que encargaría a Juan Prieto la actual imagen de la Virgen de los Dolores, aunque la que ahora y desde hace exactamente tres siglos conocemos no fue la primera que hizo dicho escultor. En San Jacinto había una imagen que en noviembre de 1717 se acuerda sustituir por una nueva que se encarga a Juan Prieto por no ser su cara del todo dolorosa y porque la cofradía desea tener una talla de su propiedad. En los documentos que conserva la hermandad de los Dolores se puede leer:

“Y por quanto la que tiene dicho hospital no es su seblante propiamente Doloroso, se acordó se haga nueva Ymagen de estatura natural, lo más devota y desente que ser pueda y así mismo se le haga bestido de terciopelo negro, toca de olan, diadema de plata y corazón de cuchillos de lo mismo y todo a costa de dicha Congregación”

El coste de la imagen nueva fue, según documentos de aquel momento de “mill zinquenta y tres reales y ocho maravedís que e gastado en la hechura de la Ymajen de Nuestra Señora de los Dolores y en el manto, toca y colonia, olandilla y seda y lienzo”. Además, se dice que “Doi en data ziento y quarenta y nuebe reales y quartillo de la diadema y corazón, sin beinte reales que dio una deuota en una corona de plata”.

Pero no sería ésa la talla definitiva que hoy se conoce. Juan Prieto entregó la imagen en los primeros días de abril de 1718 y el hermano mayor y el secretario de la cofradía rosariana piden al obispo Marcelino Siuri autorización para situarla en el altar mayor y sacarla en procesión, el cual obtienen. Sin embargo, la hermandad tampoco quedó contenta con el rostro de la imagen, por lo que vuelve a encargar a Juan Prieto una segunda cabeza, como recogen las cuentas de la hermandad, puesto que en el capítulo de gastos se refleja que el 18 de octubre de 1718 el imaginero recibe el importe de la obra, que son “cien reales de vellón por la hechura de la caueza segunda que hizo a la Ymagen de Nuestra Señora de los Dolores”.

La orden tercera desaparecería en 1713 para resurgir en 1719 según recoge en su libro Aranda Doncel, y queda unida a la hermandad rosariana. “Ambas siguen unidas por dos lustros en los que la devoción a Nuestra Señora de los Dolores -que sí es ya la actual Virgen- cobra una singular relevancia. Disensiones con el capellán del hospital provocan en 1728 una ruptura con la cofradía rosariana, que se establece en el cercano hospital de los Desamparados y aunque quiere llevarse a la Virgen de los Dolores, se lo prohíbe el obispo y la imagen queda en San Jacinto en poder de la congregación servita”, se cuenta en el libro.

Pero la devoción a los Dolores se mantuvo y siguió creciendo. En aquel tiempo había un septenario los días previos a Semana Santa, como actualmente, y la procesión de la Virgen de los Dolores no se celebraba el Viernes Santo, sino que salía el Domingo de Ramos. Así, Aranda Doncel señala en su obra que durante la primera mitad del siglo XVIII “el septenario en honor de la titular congrega a numerosos devotos, las convocatorias se reparten por todos los barrios de la ciudad” con carteles que se imprimen. Además, las estampas que se reparten con la imagen de la Virgen ayudan en gran medida a potenciar la devoción en Córdoba a la todavía hoy, siglos después, venerada imagen.

Bajo palio negro

Además del septenario doloroso, la hermandad organizaba rosarios callejeros a lo largo de todo el año y solían llevar acompañamiento musical. Por otra parte, la Virgen fue bajo palio pues el 1 de noviembre de 1722 la hermandad encarga también unas andas al escultor Juan Prieto que serían doradas en años posteriores. “Las andas lucen un rico exorno formado por catorce ángeles y seis balaustres o varales que sostienen un palio de tela aterciopelada negra con flecos de plata en la parte exterior”, menciona Aranda Doncel, quien asegura que este paso “tiene un fuerte impacto en las hermandades de la Semana Santa cordobesa”.

Entre los años 1801 a 1868 hubo dos etapas bien definidas y contrapuestas. Durante la primera parte del XIX descienden los hermanos de la corporación, que tiene escasos recursos e incluso se suprime  la procesión del Domingo de Ramos, algo que se agrava con la invasión francesa y la actuación del obispo Trevilla en 1820. Pero cuando la reina Isabel II cumple la mayoría de edad en 1843 y llega al poder el partido moderado del general Narváez comienza una de las etapas más brillantes de la hermandad, con más hermanos, mayor solemnidad de los cultos y el indiscutible protagonismo de la Virgen de los Dolores en la procesión del Santo Entierro, lo que supone la recuperación de la Semana Santa en la ciudad tras treinta años. La imponente talla de la Señora sale ya el Viernes Santo.

A principios del siglo XX la hermandad vuelve a vivir un momento de decadencia, pero en 1910 los cofrades eligen al conde-duque de Hornachuelos como hermano mayor, lo que supone un gran revulsivo y etapa de esplendor que dura hasta la década de los 20 incluida. En 1917 se recupera la tradicional procesión del Domingo de Ramos al margen de la oficial del Santo Entierro, si bien en 1921 la Virgen sale por última vez el primer día de la Semana Santa y queda su procesión para siempre el Viernes Santo.

Ese esplendor coincide con la aparición de la Virgen de los Dolores en dos de los lienzos más conocidos del pintor cordobés Julio Romero de Torres. En 1912 la Virgen aparece al fondo del cuadro La Consagración de la Copla y en 1918 en La Saeta, donde también representa el afamado pintor al Cristo de Gracia. Este cuadro se reprodujo en un azulejo que se puede admirar en la plaza de Capuchinos. Según el catedrático de Historia del Arte Alberto Villar Movellán, Romero de Torres usaba la presencia de la Virgen de los Dolores “como representativa de la Semana Santa y piedad popular de Córdoba y aparece de forma simbólica, no como era la procesión, porque Romero de Torres decía que las cosas no son como son en realidad sino como se recuerdan, por influencia de Valle-Inclán”.

Ser cordobés es ser de los Dolores

Romero de Torres elige a la Virgen de los Dolores para sus cuadros, según este catedrático “porque era la devoción de Córdoba y hoy día tiene todavía enorme devoción, solo hay que acercarse a Capuchinos el Viernes de Dolores, pero en tiempos pasados fue mucho más, en la época de Romero de Torres con más fuerza porque la Semana Santa de la época estaba venida a menos y quedó la Virgen de los Dolores como santo y seña de lo que era la piedad popular”. Y ello pese a que el pintor de La Chiquita Piconera “no era un hombre religioso, pero lo admite como cultura, porque estaba en el ambiente de Córdoba, ser cordobés era ser devoto de la Virgen de los Dolores y en ese sentido se identificaba con la Virgen de los Dolores como forma de identificarse con Córdoba”, añade Villar Movellán.

La II República sería una etapa de nuevo crítica, pero ya en la segunda mitad del siglo pasado tiene lugar uno de los hitos en la historia de la hermandad como es la Coronación Canónica de la Virgen de los Dolores el 9 de mayo de 1965 por el arzobispo de Sevilla y cardenal José María Bueno Monreal. Seguía siendo Señora de Córdoba, como lo es hoy todavía y lo será, la imagen de Juan Prieto como demuestran las palabras ese día del alcalde Guzmán Reina: “El alma de Córdoba se ensancha en un aleluya gozoso para ofreceros la Corona que, desde hoy, proclama vuestra realeza sobre la Ciudad, sobre nuestros hogares, sobre nuestros corazones”.

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