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Instantáneas emocionales

Hermandad de la Estrella | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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El sol aprieta. Después incomoda el viento. El sudor en la frente, al cabo de las horas, da el relevo a la manga larga. Pese a todo, el día transcurre con brillantez. De nuevo, tal y como sucediera el anterior. En esta ocasión ocurre en la jornada que es la de los contrastes, que también se sucedieran en lo meteorológico. Aunque la incidencia fuera escasa, pues ni siquiera afectara, a gran modo, en la iluminación de los pasos. El caso es que Córdoba despide un Lunes Santo notable, en el que miles de personas llenaran las calles casi desde el inicio. Es una multitud la que acompañara a las hermandades en el camino de la bulla al silencio, como es costumbre cuando toca acudir a barrios como Huerta de la Reina o vislumbrar las tinieblas en San Lorenzo. Muy probable es que no pocos desearan en algún momento detener el reloj.

Que un segundo se hiciera eternidad. Es lo que cualquiera pudo querer a las 15:55 en el Zumbacón. El Lunes Santo tiene aroma de barrio, y no sólo de uno. Este capítulo lo abrió la hermandad de la Merced, que regaló a vecinos, fieles y cofrades una magistral salida desde San Antonio de Padua. Tras abandonar el local de cocherones, el paso de Nuestro Padre Jesús Humilde en la Coronación de Espinas avanzó con elegancia tranquila hasta, en su revirá para encarar la avenida, frenó. Parecía en quietud gracias a la maestría de su cuadrilla de costaleros para acto seguido dar un cambio que, como es lógico, fue ovacionado. Sucedió exactamente lo mismo con Nuestra Señora de la Merced, cuyo manto blanco le aportaba mayor luminosidad si cabe.

Fueron instantáneas emocionales, como las que ofreció la segunda cofradía de barrio, y del día. Sobre las 16:30 la Huerta de la Reina aguardaba casi nerviosamente a que Nuestro Padre Jesús de la Redención. El Señor anduvo a su modo, la de su cuadrilla, la que manda Juan Francisco Rodríguez. La impronta del misterio de la hermandad de San Fernando es perfectamente reconocible y gustosa -como ocurre con otros casos-. El paso generó ya en sus primeros metros ovaciones intensas, que no eran más que el premio a la bulla generosa pero cuidada, con estilo. Se repetía lo que antes aconteció en el Zumbacón, también con Nuestra Señora de la Estrella. Para la Virgen hubo una gran petalada a su salida. Después recibió una oleada de vítores: “Guapa”. Fue el vivo reflejo de la estampa sentimental en torno a la corporación.

El calor, por fortuna, no se intensificó. Pero tampoco decreció. Mucho menos si uno se adentraba en la plaza de San Nicolás. Lo que en un principio fue una alta afluencia de personas se convirtió poco a poco, y no sin cierto riesgo, en aglomeración. Resultaba imposible realizar movimiento alguno y sencillo resultaba tener un ligero agobio. Pero lo peor no fue esto, que alegra por ver el seguimiento de las hermandades que hacen los cordobeses, sino que ante la falta literal de huecos hubiera quien de continuado quisiera caminar hasta el Bulevar o hasta San Felipe. Y ocurrió incluso con la estación de la Sentencia iniciada. La céntrica corporación comenzó su trayecto por Córdoba en torno a las 18:45, según estaba fijado. Marchó como acostumbra, elegante y seria, en su cortejo y en el caminar de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y Nuestra Señora de Gracia y Amparo.

La fotografía del Señor y la Virgen mejoró en torno a San Nicolás la que dejó el gentío. Y de esta estampa se varió a otra no menos habitual. Es conocida y sin embargo fue como si nunca se hubiera observado. Ocurre año tras año cuando la hermandad de la Vera Cruz atraviesa el Puente Romano, imagen compartida con el Amor y su vecina parroquial Descendimiento. El Señor de los Reyes devolvía al Lunes Santo su aroma de barrio desde el Campo de la Verdad. También lo hizo Nuestra Señora del Dulce Nombre, tan serenamente bella siempre. Los dos pasos avanzaron con ritmo calmo al otro lado del río para llegar a la Mezquita Catedral como progresó la jornada del calor al viento, del azul claro al oscuro. Como evolucionó el día de la bulla al silencio. Mudez la que existió en San Lorenzo cuando el Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas hizo vislumbrar de nuevo la lobreguez. Surgió una vez más imponente ante la mirada de los vecinos, fieles y cofrades, que guardaron el respeto merecido que después no se dio en otras partes de su recorrido.

La estética del Crucificado y de su paso sobrecogió de nuevo. Nuestra Señora Madre de Dios en sus Tristezas transmitió después su dolorosa ternura. Todo se mantenía con ese sello incorruptible pese al tiempo y demás historias. Todo incluso lo malo, que es lo que rodea tanto a esta corporación -que sufrió retraso a su paso por Carera Oficial- como a la del Vía Crucis. Esto no fue más que la ausencia de silencio para contemplar las estaciones de hermandades que son de silencio. Es cuestión de respeto, y porque la Semana Santa no es algo así como una feria en la calle. Con ello se topó de nuevo el Santo Cristo de la Salud, aunque en este caso el recogimiento fue levemente mayor. Al menos antes de adentrarse en la Judería camino de la Mezquita Catedral. Las tres imágenes también permitieron a los que estuvieron junto a ellas obtener instantáneas emocionales.

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