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Costalero, un oficio con devoción

Costaleros de la Sentencia en un ensayo | MADERO CUBERO

José Prieto

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Una de las figuras imprescindibles en la Semana Santa actual es la del costalero. Es, además, una de las que más llaman la atención a los jóvenes que se acercan a las cofradías, que se animan a portar los pasos en lo que supone una experiencia única y que da el privilegio de llevar al Señor y a María Santísima por la ciudad. Una de las personas que más sabe sobre este oficio que es también devoción es Luis Miguel Carrión, conocido como Curro, un capataz muy experimentado y que esta Semana Santa mandará con su equipo de quince personas un total de diez pasos de distintas características: la Virgen de la Palma, el Señor Amarrado a la Columna, la Virgen de la Candelaria, la de Gracia y Amparo, la de la Trinidad, el Señor del Perdón y la Virgen del Rocío y Lágrimas, Cristo de Gracia y Santo Sepulcro y Virgen del Desconsuelo.

En todos ellos tendrá a sus órdenes a unos 500 hombres para los que repartirá 800 tarjetas de trabajo (donde pone en qué calle entra bajo el paso cada costalero). Curro comenzó en el mundo del costal con 13 años como contraguía del Cristo de Gracia y la Virgen de la Candelaria. Con el primero cumple este 2019 sus 30 años ininterrumpidos como capataz titular. Sus maestros han sido Paco Pérez Cantillo, en Córdoba, y Manolo Santiago, en Sevilla, a cuya familia está muy ligado pues Curro sigue saliendo con su hijo Antonio Santiago como costalero.

Para Curro, para  ser costalero hay que tener devoción y afición. En el término medio está la virtud. “La afición sin devoción no lleva a nada, estaríamos haciendo algo sin fundamento, a meternos bajo los pasos nos debe de mover la fe, aunque lleguemos por muchos caminos: porque nos gusta la imagen, la hermandad, la forma de andar, el capataz o porque vas con tus amigos”, opina. Pero eso no basta, hace falta un trasfondo de devoción, dice el capataz, que cree que el costalero debe sentirse identificado con la imagen que carga. “Y tener claro que lo que llevamos encima es el Señor y la Virgen, todo lo que no sea ese fundamento...” no lleva a nada. Aunque también tiene que gustar lo que se está haciendo y la persona tiene que servir para ello.

En ese sentido, las cualidades que debe tener un buen costalero son ser disciplinado, buen compañero, comprometido con la labor que se está haciendo, y físicamente es importante estar preparado porque los pasos pesan y se requiere capacidad para soportar el trabajo que se va a realizar. Es lo que dice por su experiencia Curro, que considera fundamentales los ensayos para llevar bien el paso pero, sobre todo, da importancia a las igualás. Ahí comienza todo. En las igualás se decide qué puesto va a ocupar bajo el paso cada persona, en qué palo o trabajadera va a ir situado según la altura que tenga. Para Curro la igualá es “uno de los aspectos más importantes para que un paso vaya bien. Hay quien utiliza el metro para medir, nosotros utilizamos el método tradicional que consiste en tocar a la gente en la cerviz, en la séptima vértebra que es la que carga los kilos”. Según cuenta, una buena igualá es el 70% de lo que hace falta para que un paso vaya bien porque es donde se decide el sitio en el que va cada uno para que desarrolle bien su labor.

La clave de una buena levantálevantá

Esenciales son igualmente los ensayos. Sirven para “conjuntar la cuadrilla, para que la gente se haga al peso, a la forma de andar, a trabajar el paso en sí y las caídas de las calles”. Curro y su equipo suelen sobrecargar las parihuelas en los ensayos para que cuando el paso vaya de vuelta en la estación de penitencia los costaleros sientan, ya más cansados, el peso que han llevado en los ensayos, que también son necesarios “para que la gente se conozca y haya buena convivencia, que la gente de abajo se quiera, respete y sientan lo que están haciendo”, dice. Además, se practican las levantás, aunque el secreto de que sean buenas, para este capataz, radica en que la cuadrilla “sea lo más pareja posible, que haya poco recorrido entre la primera trabajadera y la última. Así, si no tienes mucho desnivel de altura, lo ideal son cinco centímetros de diferencia, la levantá será lo más pareja posible”. Y añade: “aunque cada maestrillo tiene su librillo, nosotros con cuadrillas muy expertas hacemos solo dos ensayos y con otras que no conocemos porque acabamos de llegar o para las que son más inexpertas se necesitan unos cuatro”.

Curro opina, al ser preguntado por ello, sobre cómo deben vestir los costaleros. Para él “lo importante es el sitio donde esté el trabajo, que esté bien la cuna” -es decir, que el costal y la morcilla, pieza esponjosa, estén correctamente colocados en la parte de la cerviz que es donde cae el peso-. “No sirve para nada dónde tengas la visera porque con eso no se llevan los kilos, aunque hay modas, costales por debajo de la ceja... lo importante es que el costalero vaya cómodo y llevarlo por debajo de los ojos es una incomodidad y no sirve para nada”, sentencia. Y de la misma forma opina que no se es mejor o peor costalero por llevar los pantalones más remangados.

Sobre la realidad del andar de los pasos en Córdoba, Curro comenta que aquí “en líneas generales andan bastante bien”, y en eso influye que “en la última década se ha mejorado mucho el hacerse la ropa y con la cantidad de afluencia de gente que ha llegado, a Dios gracias, rara es la cofradía que no tiene dos cuadrillas por cada paso”. Y, para terminar, este capataz defiende los orígenes de lo que existe actualmente. “Siempre pido respeto por las personas que, aunque la evolución nos ha llevado a nuestros días, son referentes, grandes maestros de la transición de costaleros asalariados a hermanos costaleros. Aquí destaca a tres personas claves como Rafael Muñoz, Ignacio Torronteras y Rafael Sáez, de quienes a su vez salieron otros importantes capataces entre los que Curro nombra a ”Juan Berrocal, Javier Romero, Pepe Fernández, Lorenzo de Juan o Fernando Morillo, y ellos cimientan lo que hoy en día estamos viendo“.

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