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Antonio Jesús González rescata a las pioneras de la fotografía andaluza

AJ González.

Redacción Cordópolis

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El fotógrafo e investigador Antonio Jesús González destacó hoy el papel de las mujeres que ejercieron la fotografía en la comunidad andaluza entre los inicios de esta disciplina y el final de la Guerra Civil. El redactor gráfico de Diario Córdoba, que ofreció en el salón de actos de Vimcorsa la conferencia Andaluzas tras la cámara. Fotógrafas en Andalucía 1839-1939, resumen de un trabajo de investigación que lleva tres años realizando y que aspira a convertir en un libro, lamentó la falta de visibilidad que han sufrido muchas de estas “pioneras”, que, “sin querer otra cosa que hacer su trabajo, consiguieron fotografiar Andalucía y sus gentes en un periodo indispensable para quien quiera conocer la historia de nuestro país y nuestra comunidad”.

Presentado por Patricia Cachinero, González se remontó a los inicios de la fotografía para arrancar su ponencia. A mitad del siglo XIX, “el único papel que se reservaba a la mujer en España era el de esposa y madre: la idea general era que no necesitaba grandes conocimientos para desarrollar su trayecto vital”. Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro o Concepción Arenal se convirtieron en “excepciones” en la sociedad de su tiempo. Pero la fotografía “fue un campo plenamente abierto a la mujer desde su nacimiento”.

Entre las primeras fotógrafas relevantes figura la británica Anna Atkins. A España la fotografía “llegó de forma inmediata”. El primer daguerrotipo, una vista de Barcelona, fue realizado en 1839, y tres años después “ya había una daguerrotipista estable en Madrid con su propio negocio”. Se tienen noticias de una fotógrafa, Madama Fritz, que en esos años recorrió España realizando retratos al daguerrotipo. Visitó Córdoba, entre otras muchas ciudades. Su potencial clientela “era la burguesía”, con la que entraba en contacto gracias en gran medida a la prensa. Es un caso “muy puntual, pero realmente destacable”.

Una de las fotógrafas más importantes del XIX “y que ha pasado muy desapercibida” es Jane Clifford, esposa de Charles Clifford. Realizaron fotografías por toda la comunidad. Tras la muerte de él, “Jane se dedicó a dirigir el negocio familiar y finalizó los reportajes iniciados por su marido para la reina Isabel II”. Muchas fotógrafas del momento “representan el papel de esposa y compañera profesional, el que la sociedad les permitía”. Las galerías fotográficas del periodo, por otra parte, “requerían de la participación de un numeroso personal para todas las fases del proceso”. En estas tareas “participaba toda la familia”, si bien en el retrato fotográfico la firma corresponde “al titular del negocio, el padre y marido”. En algunos estudios, la mujer del fotógrafo se ocupaba de retratar a las clientes.

Un caso distinto es el de Joaquina Mayor de Lorichon, que se hace cargo del estudio familiar en Málaga tras la muerte de su esposo. Es “la primera fotógrafa andaluza de la Historia”. Tuvo “un protagonismo muy importante”. Participó en la Exposición Provincial de Industria y Bellas Artes, inaugurada por Isabel II, “y consiguió una distinción”. Posteriormente se trasladó a Almería. Era “una retratista nata: su trabajo de galería es de gran calidad y se encuadra en el momento fotográfico de la tarjeta de visita”. El daguerrotipo ya ha sido superado. Los avances técnicos han ido acercando la fotografía a una mayor cantidad de gente. La clientela va creciendo más allá de aristócratas y burgueses.

También fue “de gran calidad” el trabajo de la almeriense Amalia López de López, de la que “tenemos noticias por la prensa”. Realizó, además de retratos, reproducciones de obras de arte y vistas de Jaén, ciudad en la que trabajó. “Tuvo la capacidad de salir a hacer fotos en exteriores”, indicó el investigador.

“La fotografía en el siglo XIX no podía ejercerla cualquiera; había que tener conocimientos de física, de química, de óptica…, además de unas determinadas condiciones económicas”, añadió González para subrayar el papel de estas pioneras que constituyen casos “excepcionales”.

En Sevilla se registran en las décadas finales del siglo fotógrafas independientes como María Pastora Escudero y Concepción Villegas, con estudios “en pleno centro” dedicados “a la fotografía comercial”. Fotógrafas “que dan la cara” a las que se suman en la región otras “cuyos nombres no conocemos”, ya que eran conocidas como “la viuda de…”.

La fotografía sigue evolucionando y se convierte “en un entretenimiento” para mucha gente. Además, crece la competencia entre los fotógrafos. En Málaga, en los años 90, destaca la figura de la catalana Sabina Muchart, que se convirtió “en una de las retratistas por excelencia de la ciudad, con una clientela de cierto nivel económico”. Es, además, “la primera fotógrafa que entra en un conflicto armado: estuvo en Melilla durante la Guerra de África”. Colaboró con diversas publicaciones y también fue postalista, incidiendo en los tipos malagueños de acuerdo a los intereses del mercado.

En Córdoba, la viuda de Palomares conduce un estudio durante varios años. En Sevilla, Cádiz y Jerez también hay en torno a 1900 diversos estudios dirigidos por “viudas”, y de esa manera se publicitan.

La fotografía se está convirtiendo “en un mass media, en una forma de conocimiento del mundo”, gracias en gran medida “a los avances tecnológicos”. Nacen las revistas ilustradas y se produce un “boom” de las postales, que sirven para “ampliar el mundo” de las personas. La “revolución” influye también “en los retratos fotográficos, que se democratizan”. Empiezan a aparecer “retratos muy originales” vinculados a la nueva condición “lúdica” de la fotografía y alejados de las formalidades del retrato decimonónico. “Todo el que tenía conocimiento y posibilidad viajaba con su cámara” a ciudades como Granada, donde “surgen una serie de estudios” asociados a la Alhambra. Son tiempos de desarrollo del turismo.

Entre las fotógrafas de los inicios del XX, González destacó a Nicasia Aldeondo, esposa de Rafael Señán y que llegó a Córdoba, donde se estableció definitivamente tras la muerte de su marido, procedente de Granada, así como a su hija, María Señán Aldeondo. También a María Luisa Garzón, hija de Rafael Garzón. Profesionales “que eran completamente visibles, pero a nivel comercial se mantenía la marca conocida”, vinculada al nombre del padre/marido.

La Guerra Civil provoca una paralización del turismo en España y muchos estudios, aunque intentan sobrevivir, “acaban desapareciendo”. Junto a las profesionales, el investigador destacó la labor de las fotógrafas amateur.

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