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Ouka Leele: “Tengo un amor odio con la fotografía”

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Marta Jiménez

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Ouka Leele (Madrid, 1957) no fue ninguna musa de La Movida. Era muy joven y ya una artista durante aquellos años en los que se empecinó en ser ella misma (Bárbara Allende Gil de Biedma) a través de un nombre estelar. Así se ha conducido esta creadora hasta hoy, de acuerdo con sus deseos de pintar y fotografiar; con su voluntad de escribir y de participar en la vida pública. Su trabajo sigue entusiasmando y conservando relevancia en un mundo, el del arte, en el que las mujeres a día de hoy siguen siendo minoría aunque algunos no lo crean y otros ni siquiera quieran ver la realidad.

Su arte, con el que fue pionera en la combinación de pintura y foto a través de imágenes coloreadas con intensas acuarelas, contaminó cine, música y pintura. Su obra se ha expuesto en las ciudades más importantes del mundo, ha sido reproducida en multitud de revistas, y en 2005, la artista recibió el Premio Nacional de Fotografía.

Además, escribe poesía y ama hasta el compromiso la naturaleza. Seis fotografías digitales y un video de su producción artística se exhiben durante todo el verano en la ciudad, en la exposición colectiva Femitopías, comisariada por Margarita de Aizpuru en el Centro Botí. Una muestra donde cabe el abanico plural existente dentro de los feminismos en su confluencia con las artes visuales contemporáneas.

Aprovechando una charla en torno a la exposición de Ouka Leele quedamos con la fotógrafa para intentar descubrir si debajo del colorismo que proyecta su universo también es todo en blanco y negro.

P. Has crecido siendo mujer y artista y has conseguido llegar a la primera fila en un mundo del arte que sigue siendo territorio de artistas masculinos.

R. No parece ¿verdad? Pero cuando te pones a mirar, algo hay ahí.

P. ¿Te sientes un poco heroína?

R. Pues en cierto sentido sí, porque las mujeres que llegamos a sobresalir en el mundo del arte o en cualquier mundo tenemos que hacer mucho más esfuerzo que un hombre, yo creo o eso parece. Yo no me daba cuenta porque siempre me he sentido igual que mis compañeros artistas, pero luego me encontré con Xavier Arakistain, que es un crítico de arte, y tiene unas estadísticas, al igual que Margarita [de Aizpuru, comisaria de Femitopías] sobre cuántas mujeres exponen en un museo comparado con los hombres, los premios nacionales y estas cosas, y la diferencia es de 2/10, dos mujeres por diez hombres y en algunos casos no hay ninguna mujer.

P. ¿Has sufrido machismo en el mundo del arte?

R. No lo he sentido así. Lo he podido ver en las formas de ser, pero no en que me hayan apartado, para nada. Me he visto respetada e incluso que mis amigos me pidan consejo. A los artistas nos cuesta mucho compaginar la parte del mundo de ideas, esa parte de tu ser más intuitiva y creativa, que no es tan fácil para hacer facturas o negociar un precio. Y sí que me han pedido consejo a veces. A partir de que empieza esto de... ¿cómo se llama? La diferenciación positiva.

P. La discriminación positiva.

R. Eso. A lo mejor las feministas me van a tirar tomates, pero como lo he vivido en mis carnes tengo que decir la verdad, que para mí ha sido peyorativo porque he sentido un empeoramiento a partir de ahí en comparación con antes de que hubiera todo eso. Igual que he luchado por que la fotografía estuviera en las salas de exposiciones normalmente como están la escultura y el dibujo, de pronto hacen ferias en las cuales durante un mes solo se hace fotografía o solo arte hecho por mujeres, y te van empujando a ese mes de la fotografía o de las mujeres, y yo no quiero eso, quiero formar parte normal parte de la sociedad.

Para mí la discriminación positiva ha sido algo peyorativo

P. Sin embargo, estás formando parte de Femitopías, una exposición que solo exhibe arte hecho por mujeres y con un discurso feminista.

R. No puedo decir que no a alguien como Margarita [De Aizpuru], pero no estoy muy de acuerdo en apartar a la mujer del circuito normal. Creo que tenemos que estar todos igual.

P. ¿Te consideras feminista?

R. Depende de lo que sea feminista para ti. Soy muy luchadora, he luchado por los derechos de la mujer, creo que es importantísimo y es absurdo que tengamos que seguir discutiendo por esto. Se me corta la digestión cuando veo todo esto de La Manada. Creo que los juzgados son un submundo, no sé qué cultura o ideas tienen en la cabeza que pueden ser insensibles ante el sufrimiento de alguien y sí, lucho por la igualdad.

P. Eso es el feminismo.

R. Sí, pero mi lucha tiene que ver con mi trabajo, no con como soy mujer méteme aquí. No mires si tengo bigote o no lo tengo, si tengo pene o no, mira mi trabajo y no mires mi género.

Mira mi trabajo y no mires mi género

P. Háblanos de tus seis fotografías digitales, varias de los años 80 en blanco y negro, que se exhiben en Córdoba.

R. Las ha elegido Margarita [De Aizpuru] y a alguna le di el cambiazo porque ya las tenía producidas. Hay una que estoy en Santander con mis alumnos llamada Resucitada por mis alumnos, que se ven levantando una sábana y estoy yo allí. Está Hoy viene mi psiquiatra, pongo títulos que me hacen gracia, otras de un evento en el Conde Duque que son retratos a través de un libro grande de Leonardo, de estos de la Taschen, y muchos se parecen a la pintura, hay una de los labios de mi hija que parecen pintados por Leonardo. Está la de la pierna, un señor como comiéndose una pierna porque cuando me fui a vivir a Barcelona en el 78 me fui con la cámara y la ampliadora y nada más. Tenía que comer cada día y busqué el trabajo más inmediato. Empecé a publicar en revistas eróticas como Playboy, Penthouse… y me mandaban un texto y yo lo ilustraba con una foto. La de la pierna es de Playboy y la del psiquiatra de Penthouse. Imagínate mis comienzos en revistas que creo que ya ni existen. Tuve la suerte de que el editor apostara porque ilustrase seis páginas de la revista. Eso es impensable hoy.

P. Esas fotos se unen en Córdoba a un vídeo en el que se denuncia la situación de violencia que vive la mujer en el Congo.

R. El video, llamado PourQuoi? , surge de una comida en la que me invitaron que solo era de mujeres en la que estaba invitada Caddy Adzuba, que es una periodista congoleña y me tocó estar sentada frente a ella en una mesa muy grande. Ella empezó a contarme lo que pasaba en su país, que es lo que cuenta en el video. Entonces, el sonido de los cubiertos y de la gente comiendo se paró, nadie podía seguir comiendo porque se nos desbordaban las lágrimas de los ojos. Al terminar, ella dijo: “He venido a España a pedir ayuda”. Y me miró. Y yo no pude decir que no, tenía que hacer algo. Estamos acostumbrados a comer con el Telediario, a ver bombas, muertos y desastres y quedarnos tal cual. Eso en el mundo del arte igual tiene otro calado. Le dije: “Voy a hacer una obra dentro de mi circuito (galerías, exposiciones…)”. Y así empezó todo. Ella se quedaba solo unos días de gira por España y solo tuvimos una noche para rodar la película.

Mi sueño de pequeña era inventar colores

P. En 2009 ella, Caddy Adzuba, recibió el Premio Julio Anguita Parrado en Córdoba y será difícil olvidar su discurso tras recoger este premio internacional de periodismo, en el que trató de visibilizar la violencia que sufren las mujeres en África Central.

R. Pues igual fue ese año, fíjate, cuando la conocí. Hicimos el rodaje de ella hablando en casa de unos amigos y yo luego metí imágenes que están rodadas aquí, no en África. Usamos tres cámaras y nos dieron una pequeña subvención para hacer la película. Ella está como en una cueva contándote un cuento, el cuento del terror. Pero es una imagen muy cálida y narrada con su hermosa voz. La forma que tiene de contar las cosas es maravillosa y lo que ha hecho con el dinero ha sido ir montando radios por lugares despoblados para que las mujeres no se sientan aisladas. También está haciendo cosas con niños y a partir de ahí influyó que le dieran el Premio Príncipe de Asturias [de la Concordia en 2017].

En el montaje hice un experimento. Ella te está contando el horror, pero tú te abres y te metes hasta el tuétano. Si lo ves en un Telediario te cierras, porque estás acostumbrada a comer viendo un cadáver y ahí consigues entrar hasta el fondo. Yo ahora la puedo ver porque se me ha hecho una especie de costra, pero durante el montaje y durante años se me ponía un dolor en el pecho que no podía con él. A raíz de la película se hizo una exposición alucinante en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, El banquete cruel, que debía haberse quedado permanente, que es lo que merece. Ella está amenazada de muerte, alguna bala le ha pasado rozando y esa visibilidad internacional, de alguna forma, también la protege. Ella no quiere asilo político en ningún país porque no podría dejar la lucha contra lo que está ocurriendo en su país.

P. ¿Qué fue primero: la fotografía o la pintura?

R. La pintura desde muy pequeña. Tengo recuerdos porque soy lo que soy desde que nací. No he estudiado para ser. Me recuerdo muy cuentacuentos, contándoles cuentos a mis hermanos. Soy escritora en el fondo. En mi casa había mucha afición a la pintura. Mi abuelo pintaba y era fotógrafo; mi padre, arquitecto, también dibujaba y pintaba. Yo pintaba con él los domingos, aprendí de niña y le tomé cariño y recibía mucha admiración y estaba encantada, por eso siempre estaba dibujando. Me da pena no poder ver esos dibujos que hacía. Mi madre me dijo que podía hacer Bellas Artes, y yo no me podía creer que hubiese una carrera de algo tan bonito. Entonces me preparé y me salía carboncillo por la nariz. Pero la fotografía no me atraía nada, fíjate. Pero a la fotografía sí la atraigo yo, ella me cogió.

Me fui a una escuela, el Photocentro, donde había mucho movimiento y que fue la semilla de lo que fue La Movida después porque estaban los que movían los hilos. Ahí estaba la revista Nueva lente, que fue importante en ese momento. Mis primeras fotos fueron para aprender a encuadrar y me decían: qué maravilla lo que hace esta chica, es una promesa, y yo solo había ido para aprender a hacer fotos para reproducir un cuadro. No sabía por qué, pero sabía que era un instrumento importante para un artista. Quisieron llevarme a Nueva York, que publicara libros... y de repente era fotógrafa sin haberlo pensado.

La fotografía no me atraía nada, pero a la fotografía sí la atraigo yo

P. ¿Tu súper poder ha sido llegar a tratar la fotografía en color a tu manera?

R. Algo hay ahí porque mi sueño de pequeña era inventar colores. Estaba todo el día machacando piedras y pétalos con un mortero buscando colores. Y cuando me he hecho mayor me he dado cuenta de que buscaba cambiar los colores de la realidad, que de inventar iba la cosa. En una foto te puedes inventar menos que en la pintura porque fotografías algo que existe. Por eso yo me inventaba el color, me inventaba la realidad. Decía que eran más reales que una foto porque expresaban la emoción con el color. Yo no suelo ver el color exacto de una foto, veo emociones que no capta la cámara.

P. ¿Dónde hay colores más asombrosos: en un cuadro de El Greco o en la naturaleza?

R. (Risas) En los dos sitios. La naturaleza es la gran maestra y de ella aprendemos todos. Pero El Greco tiene eso que tiene el arte que yo no sé cómo se define. No sé lo que es. Es como un alimento, como alguien que es capaz de ser médium, una especie de flauta travesera por la que pasa un aire que viene de un sitio donde están la sabiduría y la belleza.

P. Es que sí que parece que él inventaba colores.

R. Sí. De niña iba al Prado y me ponía a llorar porque me subyugaba, me conmocionaba. Veía abstracción en un trozo de tela que pintaba él. Me quedaba traspuesta ahí.

Yo no suelo ver el color exacto de una foto, veo emociones que no capta la cámara

P. Husmeando en tu cuenta de Instagram...

R. Uy, soy un desastre porque no sé nada de llevar estas redes, sé que hay formas más comerciales de hacerlo con los colores y tal, pero yo hago lo que puedo.

P. Me ha sorprendido ver tanta comida, tanta bebida y tantas flores. He encontrado la cuenta de alguien de a pie y no de una artista.

R. (Risas) Es que a mí lo de las redes me coge nueva. Me daba cosa poner mi obra, que suele estar en galerías, y me daba cosa desparramarla por ahí. Son más cosas que haces con el móvil y darle ideas a la gente de que se puede comer sin comer animales y por eso pongo platos, pero poner mi obra, no sé, me da pudor. El que la quiera ver la tiene que ver en directo.

P. Hacemos constantemente fotografías que nadie ve. Ni nosotros mismos. Nos ahogamos en las imágenes. Nunca antes se han hecho tantas fotos: sólo a Snapchat se suben cada día 1.000 millones de imágenes…

R. Por eso me da un poco de empacho y de agobio.

P. Joan Fontcuberta lo llama “Postfotografía”.

R. ¿Sí? No por hacer fotos eres fotógrafo, aunque no sé lo que es ser fotógrafo. Ni por usar un pincel eres un pintor. Hay algo que es arte y algo que no lo es, aunque sea difícil saberlo. Tarde o temprano todas las fotos son buenas porque son un documento de lo que pasaba en ese momento y todas toman importancia.

Tarde o temprano todas las fotos son buenas porque son un documento

P. Lo que ocurre es que parece que las fotos ya no buscan permanecer. Ahora son la expresión efímera de un instante cualquiera, ya sea el café que nos acabamos de pedir o el vestido del escaparate que no sabemos si comprar y que sometemos a votación en algún grupo de WhatsApp.

R. Claro, las redes es pim-pam, pim-pam todo el rato. Y si algún día se me estropean los discos duros, adiós a toda mi obra, es todo muy efímero. Sin embargo, vas al Prado y ahí están los cuadros que llevan seiscientos años contándote cosas. Yo todavía descubro algo nuevo de esas obras, de lo metafísico que hay ahí, de lo esotérico, un mensaje oculto que han querido dejar. Creo que sabían muy bien lo que hacían con materiales que sabían que iban a durar mucho porque querían que lo que estaban contando llegara a la gente. Ahora es todo muy banal. Es bonito porque es espontáneo, es la vida y vivimos.

Pero lo que me pasa con Instagram me recuerda a mi infancia en Madrid. Yo nací en la calle Montera esquina Gran Vía y odiaba a la humanidad porque siempre había muchísima gente. De pequeña me daban con el bolso en la cabeza y era horrible. Cuando abro Instagram veo esa cosa frívola, una ostentación de soy el que más tiene, el que más viaja, el más feliz... Luego están los influencers a los que les pagan las marcas y a mí esta carrera me hace odiar a todo el mundo como cuando era pequeña y me asomaba a la Gran Vía.

P. ¿Has sucumbido al selfie?

R. No, no tengo palitos de esos. No sé si tengo una percepción rara de mí misma. Si me veo reflejada en un cristal me veo bien, pero cuando cojo el móvil y le doy la vuelta para hacerme un selfie me pego unos sustos… me veo como a un monstruo. ¿Cómo pueden hacerse selfies? Supongo que es porque tienen palo. De todos modos en los móviles, si amplias un poco la imagen sales más guapo porque ya no es angular, es más tele, explicándolo en plan sencillo. [En la conferencia posterior a esta charla que la artista dio en el Centro Botí mostró algunos autorretratos de juventud y confesó que podían considerarse selfies, aunque ese concepto no existiese entonces, y que los hacía por experimentar con ella misma].

P. A lo largo de tu carrera, ¿cómo ha cambiado tu forma de mirar?

R. Yo creo que al principio buscaba un estilo, porque te dicen que es lo que hay que hacer, que nadie se olvide que ha visto una cosa de Ouka Leele. Desde ponerme ese nombre. Luego me di cuenta que quería ser sincera, verdadera, libre y no ser esclava de lo que estaba creando que, en realidad, se estaba creando fuera de mí por la prensa y por la gente y entonces destruí el estilo. Y hay gente que me dice: da igual lo que hagas porque se nota que es tuyo. ¿Por qué tengo que estar condenada a hacer un tipo de imagen que siempre se parezca? Lo que tiene que interesar es lo que hago ahora, que es lo que está vivo, no lo que hice hace 20 o 30 o 40 años.

¿Por qué tengo que estar condenada a hacer un tipo de imagen que siempre se parezca?

P. La superación de una enfermedad y la maternidad, ¿de qué manera influyeron en tu arte?

R. Antes de aquella enfermedad, que yo tenía 22 años, era muy crítica y muy sarcástica, un punto que sigo teniendo, pero lo dejo más aparcado. Ya no soy tan ácida ni tengo esa visión psicológica tan fulminante. Antes había mucho humor y tras la enfermedad me volví más cautelosa, miedosa también a lo mejor. Ahora todo es más calmado, más espiritual, pero yo lo relaciono con el terror, con el miedo a la muerte. Me hizo más como yo soy. Me da pudor esa parte tan sarcástica y ahora quiero mostrar otras cosas. Como que has ido y has vuelto y quieres enseñar a los demás una belleza que hay por ahí. O al menos intentarlo. Es entre la pintura negra de Goya o la Virgen de las rocas de Leonardo. Llegó un momento en que me tiraba más la virgen de Leonardo, aunque me encantan las dos. Están ambas ahí y me sale sin querer.

P. ¿Qué significó La Movida para ti?

R. Yo estoy en La Movida porque es mi generación, mi época, pero estaba calva por haber pasado por una quimioterapia que en aquella época era más raro que ahora. La viví con tratamiento y fue una época rara. Como todos, porque el que parecía más punky y más subversivo tenía una enfermedad rara, como Poch [líder de Derribos Arias], que parecía que estaba todo el día drogado y lo que tenía era una enfermedad nerviosa que no lo dejaba estar quieto. Era un ángel. Entonces La Movida es un momento que solo pasa cada cierto tiempo que un grupo de artistas coinciden en el tiempo, pero no es una generación porque Almodóvar era más mayor y Alaska muy joven, eran muchas edades juntas y muchas procedencias, cada cual venía de un sitio y todo era bienvenido. La consigna era libertad, creatividad, alegría y diversión y yo estaba en el trozo de La Movida en el que creíamos estar haciendo un movimiento artístico.

P. De hecho, La Movida se puede sintetizar en una imagen: tu famosa entrada con un cochinillo en la cabeza a modo de sombrero en la Sala Sol.

R. (Risas) Es increíble. Y vestida como de fuelle de cámara fotográfica. También llevaba en el traje un proyector de súper 8 que pesaba 20 kilos y con una película que se iba quemando.

Yo estaba en el trozo de La Movida en el que creíamos estar haciendo un movimiento artístico

P. Quién os iba a decir entonces que hoy sería tan difícil que películas, obras, performances o textos se exhibieran o se publicaran con tanta libertad creativa como entonces.

R. Hemos dado muchos pasos atrás en muchas cosas. Es increíble que con lo que hemos vivido pasen cosas tan retrógradas. Pero a la vez estoy viendo a gente muy creativa porque tengo una hija de veintisiete años que me ha conectado con ese mundo joven. Hablan de la Removida pero no creo que haya que repetir nada. Tiene que haber una generación que dé un puñetazo en la mesa y ahora hay una carencia de movimientos, no está surgiendo ningún movimiento artístico que yo sepa. Tal vez vivamos una época de individualidades.

P. O a lo mejor tiene que ver con la política.

R. Puede ser.

P. “Yo bailo pogo por Manuela”, dice Ana Curra [Ana Pegamoide] desde un cartel en el que también se lee “Future con Manuela”.

R. Ajá. Sí, Manuela ha generado ilusión, apertura, tranquilidad, que no haya tanques con policías y bolas de goma. Pero yo no creo mucho en la política ni en las ideologías porque pienso que un político es un gestor y sus ideologías se las puede guardar. Si no es como que cada partido te está vendiendo sus ganas de que les votes y siempre van a estar en contra del contrario, aunque haya algo en lo que estén de acuerdo y aunque esto sea bueno para la sociedad. No sé si me estoy metiendo en un vericueto.

No creo mucho en la política ni en las ideologías

P. Pero tal vez La Movida madrileña no se hubiera dado sin Tierno Galván o Juan Barranco.

R. No lo sé porque tampoco voy a decir que fue gracias a ellos. No lo impidieron, que eso ya es. Las cosas importantes las hace la gente, no los políticos. Los políticos pueden dejar que pase o pisotearlo. Mi famosa foto de Cibeles, en la que cortamos el tráfico y hasta había un helicóptero haciendo fotos desde el cielo, fue en época de Barranco. No sé si hoy Carmena se enrollaría o simplemente podría dejar hacer algo así. Era la época, todos estábamos ahí, políticos, gente de la calle. Si no hubiera habido ese movimiento no hubiese ocurrido por mucho Tierno Galván que hubiese y no se lo pueden inventar. Además, los inventos se nota que no son reales. Por ejemplo, Operación Triunfo se nota que no es un movimiento real, sino algo programado. La Movida fue una explosión de creatividad espontánea, viva, sin nadie que dijese lo que había que hacer. Había una alegría porque estuviésemos haciendo eso. Era internacional y la gente se apuntaba.

P. ¿Se está dando paso a otras generaciones en la fotografía o aún existe demasiado interés por los históricos?

R. ¿Te refieres a gente más mayor que yo?

P. Sí, claro. Pienso en Pérez Siquier, Masats, Colom, Schommer…

R. Es que han estado un poco en la sombra y está bien que se les nombre. Fui a la exposición del Reina Sofía sobre el Grupo Afal y había unas fotos en blanco y negro de Pérez Siquier para llevárselas puestas. Qué maravilla. Está muy bien que se pueda ver su obra de verdad, como la de cualquiera. Cristina García Rodero tiene carretes sin revelar, igual que yo. Alguien tiene que pagar el revelado, enmarcado… así que cuando te producen una exposición dices: qué maravilla poder mostrar esto que estaba escondido. Todos tenemos que tener sitio, jóvenes y mayores. Suele haber respeto mutuo del joven al maestro y al contrario, uno aporta frescura y el mayor sabiduría. Trabajar juntos es muy bonito.

Las cosas importantes las hace la gente, no los políticos

P. ¿Qué te apetece fotografiar este verano?

R. ¿Cómo la canción del verano? (Risas) Pues es que tengo un amor odio con la fotografía. Hay que estudiarlo porque no sé lo que es. A veces voy a ver una exposición y salgo diciendo: no hago una foto más en mi vida. Ayer fui a ver la exposición de Brassaï en la sala Mapfre de Madrid [artista que expone en PHotoespaña] y si vais por Madrid no os la perdáis. Me dieron ganas de salir a hacer fotos porque cuando hay arte, se te mete. Pasa con él y pasa con muchos fotógrafos. Con Man Ray, por ejemplo. Pero también me ocurre con la fotografía que la odio.

P. ¿Por qué?

R. Porque le falta algo. Como la pintura mala también la odio, pero no tanto, paso de ella. A la foto le pido mucho, debe ser eso. Las pequeñas fotos de Brassaï eran buenas de composición, con esos grises que usa donde el blanco es casi imperceptible. Eso que es el arte que no sé lo que es, que te toca en un punto, que no sé lo que es, que te conmueve. Y luego cuando veo una foto normal es que no puedo y cuando me piden que haga una foto de grupo digo que no sé hacer eso.

P. [Interviene Álex Gallegos, fotógrafo de esta entrevista] Es que quien tiene la cámara ya se supone que debe saber hacer fotos.

R. Es que es eso. Yo uso la cámara como instrumento para hacer lo que quiero hacer. Pero yo no hago fotos de esas. La fotografía es composición.

P. Y perfeccionismo.

R. Sí.

P. “Me alimento con la mirada y tengo un apetito insaciable”, dice Carlos Pérez Siquier.

R. Es un dandy y es guapísimo y encantador. He encontrado personas muy buenas en la fotografía. Las zancadillas y lo competitivo que he visto en el mundo de la pintura, en la fotografía todo era ayudarnos los unos a los otros. Reconocemos el autodidactismo, hemos aprendido preguntando. Mi apetito es insaciable para mirar. Otra cosa es hacer la foto. Yo prefiero mirar y que apareciese la foto guiñando o así. Mi manera de representar lo que miraba era con el dibujo y la pintura, no sabía que se podía hacer con la fotografía hasta que la descubrí. Tengo muchas vertientes y cada idea tiene una salida, foto, video, dibujo, escritura… Este verano daré una charla en El Escorial sobre dibujo y literatura y me doy cuenta que puedes crear imágenes sin mover un dedo, con la escritura. Con un cuaderno te creas un mundo alucinante sin tanto artilugio.

Mi apetito es insaciable para mirar. Otra cosa es hacer la foto

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