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Cristo muere en una tarde de viento y frío

Hermandad del Santo Sepulcro | ÁLEX GALLEGOS

Redacción Cordópolis

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Cristo ha muerto. Todo se ha consumado. El Viernes Santo ha puesto fin a la Pasión del Señor en Córdoba y lo ha hecho con cuatro de las cinco cofradías previstas para este día en las calles de la ciudad. La culpa de que no salieran todas, como suele ocurrir cuando se dan casos así, fue de la amenaza de lluvia, cuyas previsiones hicieron que la hermandad de Nuestra Señora de los Dolores se quedara en sus dependencias junto a San Jacinto. La mañana había comenzado mal, ciertamente. El primero de los actos que había programados, el ya tradicional y muy esperado Vía Crucis del Cristo de la Caridad no hizo su recorrido hasta la Catedral y se celebró en el Compás de San Francisco entre las 11:15 y las 12:30 con el Señor a hombros de la Legión en la puerta de la iglesia. Antes de entrar al templo, los legionarios entonaron, como es costumbre, El novio de la muerte.

La tarde se presentaba en principio algo mejor, con sol y nubes aunque con un molesto viento, mucho viento, que ya estaba presente cuando faltaba media hora para que comenzaran a salir las primeras cofradías, en torno a las seis y media, y que continuó durante toda la jornada de procesiones. Había riesgo de lluvia para la noche, pero la Expiración puso su cruz de guía en la puerta de San Pablo a las 18:25 y comenzó su caminar. Poco después hacía lo mismo la Soledad en Santiago, a la que esperaban los devotos en la calle Agustín Moreno. A ella salían los primeros nazarenos franciscanos con cirios apagados, como sería la tónica general en todas las hermandades después salvo alguna excepción que desafiaba al viento. El murmullo cesaba pero no del todo. El Viernes Santo es un día para el silencio que no siempre respeta el público. Los cirios tiniebla inundaban la antigua calle del Sol y desde el interior del templo se escuchaban las indicaciones del capataz de la Soledad, Enrique Garrido, que mandaba comenzar la difícil maniobra de salida.

El paso se ponía en la calle y sonaba una saeta: “Qué triste vas María”, cantaba una mujer. El aire movía el sudario de la Santa Cruz y la Virgen de la Soledad ponía rumbo a la Catedral sobre un exorno de flores variadas en distintos tonos morados y rojos. Mientras, la hermandad de la Expiración se acercaba por Huerto de San Pedro el Real al Compás de San Francisco. Bajo el arco del mismo nombre estaban sus nazarenos de túnica negra de cola y cinturón de esparto con ligera antelación sobre lo previsto. Chorreaba la cera tiniebla en los cirios que conseguían seguir encendidos y los allí presentes se extasiaban viendo llegar al Cristo de la Expiración y la Virgen del Silencio con la fachada de San Francisco como retablo. El Cristo llevaba un exorno de iris morado, con algún cactus y secas y crudas ramas con espinas sobresaliendo en todo el perímetro del paso. Tras sortear el arco de San Francisco subió la cruz del Señor, que había sido bajada para pasar por este lugar en el que cayeron algunas gotas de agua pero que se quedaron en solo eso.

Y venía tras Él Nuestra Señora del Rosario con la candelería apagada, algo que ocurriría con el resto de palios, por el viento. El clavel blanco era la ofrenda que le hacía su cofradía a esta Virgen, para la que Amueci interpretaba camino de San Francisco Cristo de la Expiración de Beigbeder y a continuación Amarguras, junto a esa iglesia, y Margot en la calle San Fernando. El viento seguía molestando y el frío se hacía más intenso sobre el Guadalquivir. Hacia el Puente Romano se dirigía la hermandad del Descendimiento, que unió con su amplio cortejo la Puerta del Puente y el Campo de la Verdad. Se movían las capas de los nazarenos, las esclavinas de los niños y el sudario de la cruz desde la que descendían al Señor los Santos Varones, cuyos ropajes también se levantaban con el aire como el manto de la Virgen del Refugio. Entraba al Puente Romano en torno a las ocho y media el Cristo con Virgen de la Paloma tocada por la banda Caído y Fuensanta. A un lado de la ciudad, en el cielo, el sol apagándose y al otro ya la luna.

Poco después llegaba la Virgen del Buen Fin. Candelería apagada igualmente, que dificultaba ver su rostro. En el puente una mujer le decía con devoción al pasar: “No te vemos la cara pero vas muy bonita”. La banda de la Esperanza llevó junto a los costaleros a la Virgen sobre el Guadalquivir con Paz y Esperanza y Coronación. Y Ella, con su advocación, anunciando el Buen Fin de la historia que ayer estaba entre tinieblas por la muerte del Señor y por la tarde tan poco apacible que se había presentado.

Antes de tiempo y sin pasar por la plaza del Potro ni la Ribera llegaba a Ronda de Isasa el Santo Sepulcro. También se había arriesgado a salir pasadas las ocho y media de la tarde y aligeró su paso, por lo que entró en carrera oficial poco después que el Descendimiento aprovechando que los Dolores, que debía pasar antes, no había realizado estación de penitencia. El luto ya se había hecho patente en San Pablo y Santiago y ahora estaba presente de nuevo con el Señor dentro del Sepulcro, ese trono de oro que su hermandad hizo para el Hombre que es Dios mismo y que ha muerto por el mundo en la más absoluta de las crueldades y sinrazón. Pasaba rápido camino de la carrera oficial después de haber convertido a la populosa calle de la Feria en un auténtico velatorio del Señor al que asistía Nuestra Señora del Desconsuelo acompañada por San Juan y María Magdalena. Venía acompañado el paso por las voces del coro Cantabile, como ocurre desde que saliera por vez primera a mediados de los años noventa, y llevando en las jarras los característicos conos de flor que en esta ocasión era clavel blanco.

Llegaban las diez de la noche cuando la hermandad de la Soledad estaba de camino a su templo acortando recorrido como había anunciado que haría, sin pasar por el Potro. Y en la plaza de Capuchinos aún se mantenía la cola para entrar a visitar al Cristo de la Clemencia y la Virgen de los Dolores, que vestía saya y corpiño morados y el manto de los Dragones. Las flores para la Señora de Córdoba eran rosas blancas, lirios y fresias que había dispuesto Ramón Luque, hermano de la corporación servita. El Señor llevaba a sus pies grandes rosas rojas. Era de noche y aún quedaba gente junto al Cristo de los Faroles, en las dependencias de la hermandad. Allí, y tras suspenderse la estación de penitencia, habían tocado a Nuestra Señora los músicos de la banda de la Estrella de Córdoba las marchas Virgen de los Dolores, Los Dolores y Saeta cordobesa. Este día, una vez más, tuvo que ser el pueblo de Córdoba quien acudiera en busca de su Madre como hace el Viernes que da comienzo a la Semana Santa en la ciudad pues Ella no pudo devolverles la visita.

La lluvia empezaría a llegar a Córdoba poco después con la Soledad llegando a su templo y la Expiración también, por Capitulares. Se abrían paraguas en este punto y en el Patio de los Naranjos. El Descendimiento prefirió seguir el camino en lugar de refugiarse en la Catedral, y lo hizo, como ya anunció al salir, suprimiendo también calles, en este caso Cardenal González y Ronda de Isasa, para rodear la Catedral, de cuyo patio salió el Santo Sepulcro por la Puerta del Perdón sin culminar la carrera oficial para volver rápidamente a la Compañía. Y es que había alta probabilidad de lluvia a partir de las once de la noche que se hizo realidad a las once menos cuarto.

Terminaba el Viernes Santo, en el que en la barriada de Alcolea la hermandad de los Dolores también salió y acortó su recorrido como en el centro de la ciudad hicieron otras. Y concluía la Pasión de Cristo, ya en el Sepulcro, con frío y viento que balanceaba los árboles de calles como Capitulares mientras entraba la Expiración. Se iba un día de incertidumbre, una tarde de las que no desean los cofrades nunca, y para todos los cristianos un día de luto y de tinieblas que permanecerán hasta que la Luz se abra paso y venza. Este Viernes Santo fue el tiempo de la muerte. Hasta la Vigilia Pascual solo queda la esperanza.

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