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Anna Freixas: “La menopausia puede ser un momento de mayor felicidad sexual”

Anna Freixas | ÁLEX GALLEGOS

Manuel J. Albert

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Anna Freixas (Barcelona, 1946), psicóloga y feminista, tiene una pasión: poner encima de la mesa temas de los que no se habla y ver qué pasa. La sexualidad en la mujer es uno de sus campos de trabajo. Un combo de tabúes que ya de por sí puede incomodar a más de uno -y una- pero al que ha añadido un tercero, el proceso de envejecimiento, en su última obra: Sin reglas (Capitán Swing, 2018).

Tras este impagable título se explora un terreno ignoto para buena parte de la ciencia, aunque inevitablemente explorado por todos a medida que nos hacemos mayores. ¿Cómo viven la sexualidad las mujeres al adentrarse en la vejez? ¿Cómo lo hacen sus compañeros y compañeras de cama? ¿Qué papel juega la sensualidad cuando se está sola? ¿Y qué grado de libertad otorga la experiencia vital y el conocimiento de una misma a la hora de encontrar nuevos caminos de relaciones nunca antes seguidos?

Freixas nos cita en Modo. Con el acento catalán que nunca ha perdido a pesar de llevar media vida en Córdoba -donde ha enseñado en la Facultad de Ciencias de la Educación hasta su jubilación- mantiene durante 60 minutos una charla con CORDÓPOLIS sobre aspectos tratados en su libro pero también sobre el renovado y reforzado feminismo actual. Una hora en la que, sobre todo, flota en el ambiente una sensación y una idea: la madurez puede ser un momento de serenidad y felicidad muy interesante también para la sexualidad de la mujer, esté o no acompañada de hombres o mujeres.

PREGUNTA. Sexualidad es una palabra femenina. ¿Por que se ha estudiado tan poco en el caso de la mujer?

RESPUESTA. La sexualidad en nuestro país -en otros se ha estudiado mucho más- ha tardado en abordarse porque ha estado marcada por todo el periodo franquista y la educación tan judeocristiana, católica, apostólica, romana y castigadora con respecto al enorme tabú de la sexualidad. Esto ha sido crucial para que la sexualidad no fuese estudiada. Ni la masculina ni la femenina. Pero ésta aún menos porque, además del tabú religioso, ha habido el mandato patriarcal por el cual las mujeres no teníamos sexualidad. Éramos vírgenes o putas.

P. Si a la palabra sexualidad añadimos madurez, ¿es un doble tabú?

R. Claro, desde luego. Y si además añades la palabra femenina, más aún, porque el tabú de la sexualidad incluye que, con la edad, el deseo sexual desaparece. Pero te repito lo de antes: para los hombres ha habido un código y un espacio más alto por el que se les permitía tener una sexualidad más longeva. Y si se pasaban un poco de la raya, eran incluso los viejos verdes. Pero en el caso de la mujer, si unes los términos sexualidad, madurez y femenina, se convierte en un imposible. Aquí entra también el tema de la menopausia y en cómo, culturalmente, se ha considerado el fin de todo, ligando conceptos como deseo y capacidad reproductiva. Y solo estamos hablando de que termina la posibilidad de tener hijos, un hecho que para las mujeres, en cierta forma, es una enorme suerte. Por otro lado, culturalmente la menopausia ha estado asociada a un interés de los hombres -en otro tiempo muy acentuado, aunque ahora también- a tener relaciones con mujeres jóvenes.

Por el mandato patriarcal, las mujeres éramos vírgenes o putas

P. ¿Podrías resumir en una palabra lo que has aprendido con este libro?

R. Yo creo que felicidad es la palabra. Me ha producido una enorme felicidad el ver lo diversas y heterogéneas que somos; constatar que la sexualidad va del cero al infinito y que cabemos un poco todas en este punto. Eso me ha producido una enorme felicidad. El mundo es grande para las mujeres, puede ser grande para las mujeres mayores.

P. Qué pueden aprender las mujeres en general y las mayores en particular con tu libro?

R. No es un libro de autoayuda con recetas y con fórmulas. Ayer me encontré con una chica joven en la calle y me contó que estaba leyendo el libro: “No es un libro para personas mayores, es un libro para la gente joven”, me dijo. Así que para mí, en principio, la clave del libro es un capítulo que yo llamo Destapar la cazuela. Es decir, se trata de poner este tabú encima de la mesa y ver qué podemos hablar sobre este tema.

P. ¿Qué esperas que descubran los hombres que lean el libro?

R. ¿Los hombres? Bueno, yo creo que el libro les pude ayudar a comprenderse a sí mismos. Una de las cosas que me ha gustado mucho de las conversaciones con las mujeres es que no culpan a los hombres. Hay quejas pero no hay una culpa que implique que las cosas son como son por culpa de ellos. Sí creo que puede invitar a los hombres a conocer su propia sexualidad en una relación. En este sentido, quiero que este libro sea iluminador.

P. Tu libro, Sin reglas, coincide con todo un movimiento social feminista que está exigiendo un replanteamiento, precisamente, de las reglas del juego entre hombres y mujeres. El #MeToo.

R. Yo llevo muchos años en el tinglado del feminismo, trabajando sobre mujeres, tanto mayores como jóvenes, y soy consciente de que estamos en un momento muy importante. Existe un movimiento social, el feminismo, que tiene ciento y pocos años y que ha sido muy denostado en el equilibrio de fuerzas por el patriarcado que veía el peligro que suponía que las mujeres tuviesen derechos, opinasen o dijesen hasta aquí. Y en este momento, lo que encontramos es un nuevo reequilibrio de fuerzas en el que de nuevo el patriarcado se da cuenta de que tampoco le va bien la vida de esta manera. Puede que esté bien tener privilegios pero no a cambio de que tu relaciones sean de dominación, sumisión y que la otra persona esté bajo ti. En estos momentos, los chicos listos han visto que las mujeres son unas compañeras estupendas, estimulantes y muy creativas; comprueban que, acompañados de ellas, la vida les va mejor. Pero no en una relación de superioridad, no por encima de ellas. Yo soy optimista (risas) y creo que con este gran reequilibrio de fuerzas (a veces pienso que no es tal, en realidad, pero quiero creer que sí), sumado al hecho de que el feminismo esté de moda, son buenos síntomas. Sobre todo, teniendo en cuenta que, hasta ahora, el feminismo ha estado de ‘no moda’ o directamente estigmatizado. No olvidemos que había gente que llegaba a decir “yo no soy feminista pero creo en la igualdad”. ¡Entonces, eres feminista! Este reequilibrio es un momento superimportante. Hay gente que lo critica por el hecho de que pueda estar de moda. Pues bueno, mejor estarlo que no estarlo.

P. ¿Qué esperas de este movimiento?

R. Hay que tener en cuenta que este movimiento se ha circunscrito mayormente al mundo de las artes. Otros grupos profesionales tendrían más difícil la organización de un #MeToo. En un momento determinado de la vida hay personas que están en un punto en el que pueden hacer algo por las demás. Y a pesar de que estemos hablando del mundo de las artes, de este fenómeno van a aprender todas las áreas: los empresarios de cualquier campo. Todos ellos van a aprender en carne ajena que hay comportamientos y formas que no se pueden seguir. Mi esperanza es que ese movimiento generalice un cambio. Y que los hombres que practican estos comportamientos sepan que implican un rechazo social cada vez más claro. Y por parte de las mujeres que tengan claro que pueden defenderse y que eso que les ocurre no es el pago inevitable de su trabajo.

P. El #MeToo se produce cuando han pasado 50 años de la revolución sexual de la mujer. Pero comprobamos que muchos comportamientos machistas no han cambiado.

R. Aquella revolución sexual fue más a nivel individual. Fue un conjunto de muchas individualidades, si lo prefieres. Pero siempre se produjo en la intimidad de cada una, en sus líos en la cama con otras personas. Mientras que lo que está pasando ahora tiene un componente social y político mucho más importante. Hace unos años hablábamos de un movimiento más de puertas adentro pero el actual es más de puertas afuera. Nos encontramos ante un movimiento político que está calando a nivel social en la conciencia de los hombres y de las mujeres. Este movimiento ha podido surgir porque ha habido previamente años de luchas de las mujeres y de planteamientos y cuestionamiento de sus roles. Esto ha terminado fructificando en lo que ahora vemos.

El mundo puede ser grande para las mujeres mayores

P. Generacionalmente, las mujeres que protagonizaron aquella primera revolución son las protagonistas de este libro. ¿Cómo ha cambiado su sexualidad en su madurez con respecto a la de generaciones anteriores?

R. Por una parte, en estos años ha habido muchas mujeres pensadoras, feministas que han dedicado todo su trabajo a redefinir conceptos. Pero también ha habido hechos muy importantes, como la anticoncepción, que ha permitido que las mujeres tuvieran unas vivencias sexuales más felices y libres si las comparamos con quienes las precedieron. Por otro lado, tenemos los cambios de tipo educativo que se han extendido entre las mujeres en las últimas décadas. No es lo mismo cómo nos relacionamos si no hemos ido a una escuela o si hemos ido a la universidad. Y, en paralelo, no olvidemos cambios sociales clave como la ley del divorcio o del aborto. Han sido años en los que el feminismo ha puesto palabras a conceptos que no existían como el de violación dentro del matrimonio, eso. Ejemplos así, en tiempos de nuestros abuelos, eran imposibles. Esos cambios han permitido que las mujeres de todas las edades hayan podido vivir otras sexualidades.

P. ¿Cómo ves a las generaciones que les siguen?

R. Las jóvenes de hoy lo tienen mucho mejor, aunque no sé si mucho mejor que otra generación inmediatamente anterior. Las que rondan los 40 años lucharon también por muchas de estas cosas, mientras que las más jóvenes se lo han encontrado y creen que viven en libertad a pesar de que el novio les controle Facebook, los mensajes de WhastApp y el móvil. Eso de encontrarse parte del trabajo hecho puede ser una ventaja a veces, pero tiene el peligro de creer que la realidad en la que vives es invariable. Y a lo mejor no lo es tanto...

P. Entre los jóvenes están resurgiendo comportamientos muy machistas y retrógrados. ¿Se puede vivir la paradoja de que su sexualidad sea más añeja, rígida y conservadora que la que hoy pueda vivir la generación de sus madres y abuelas?

R. Hay un tema muy importante en la sexualidad adolescente y es el diferente planteamiento del que parten chicos y chicas. Las adolescentes muchas veces tienen una sexualidad que no desean porque los chicos las presionan y les dicen que las van a dejar. Ahí encontramos el miedo al abandono, que es muy femenino. Muchas veces hay chicas que tienen vidas sexuales que no desean y que empiezan a tener relaciones completas cuando ni lo quieren ni lo necesitan. Eso las diferencia también de las personas mayores, a quienes los años les dan una mayor experiencia para negociar, para hablar. Uno de los temas importantes del libro es el hecho de que sobre la sexualidad no se habla a ninguna edad, aunque creo que ahora las chicas jóvenes hablan entre ellas más sobre lo que hacen o les pasa en la intimidad. Pero en una relación de pareja, es básico llegar a conocer tu cuerpo y tu deseo: lo que te gusta, lo que no te gusta, cómo lo deseas. Y es importante negociarlo sin ponerte en peligro ni a ti ni a la otra persona; sin tener el temor al abandono, al no gustar o sin miedo que a tu pareja le pueda gustar más a otra persona. Esas capacidades de hablar y negociar son ventajas que te da la edad.

Que el feminismo esté de moda es un buen síntoma

P. ¿Has detectado si entre los hombres mayores se da esa misma ventaja?

R. Hay de todo. Desde luego hay hombres que hoy son muy mayores y que han entendido que las cosas podían ser de otra manera y que con sus parejas no había que estar encima ni debajo, sino al lado, hombres que se han dado cuenta de que así podían ser más felices, tomar mejores caminos, entender mejor la vida y disfrutar más el día a día. También en el libro queda claro que hay mujeres que han tenido parejas horrorosas y que aprovechan la menopausia como excusa para decirles que se acabó lo que se daba y que cerraban el quiosco.

P. Pero la menopausia se ha usado como un mecanismo de control y clasificación impuesto tradicionalmente por los hombres.

R. Por una parte esta visión tradicional supone la consideración de las mujeres con un solo valor, el reproductivo: tenemos hijos y cuando no podemos tenerlos ya no servimos para nada y se relega nuestro papel social. Es algo muy antiguo. Pero claro, llevémoslo a hoy en día. En España las mujeres tenemos, de media, 1,14 hijos por cabeza. Si nuestra sexualidad fuese solo reproductiva tendríamos unos 10 coitos en nuestra vida (risas). En realidad, la menopausia ha servido de pretexto para las dos partes, no solo para los hombres. Porque las mujeres también la han aprovechado para desembarazarse de sexualidades que no les gustaban. Y, por parte de los hombres, se ha usado para encontrar nuevas parejas más jóvenes.

P. ¿Se sigue repitiendo ese esquema?

R. En estos momentos yo creo que está bastante superado y la menopausia puede ser un tiempo de mayor felicidad sexual para las dos personas. Por un lado, de manera obvia, pierdes el miedo a quedarte embarazada. Por otra parte, es un momento de la vida en el que tienes más tiempo, te conoces mejor, eres más libre… Creo que, en resumen, la vejez nos va haciendo más libres.

Las adolescentes muchas veces tienen una sexualidad que no desean

P. Pero son conocimientos o experiencias que estamos obligados a descubrir -o no- de manera personal porque estudios serios sobre este proceso apenas hay. Libros como Sin reglas, que traten la sexualidad en la vejez, son una rareza. Y eso que la sexualidad, genéricamente, es mucho más visible a través de los medios de comunicación.

R. Ahí nos topamos con la ciencia que es también muy perversa en cuanto a lo que se considera ciencia como tal. Podemos hacer un estudio sobre el vuelo rasante de las moscas y lograr premios y publicaciones de primer nivel. Pero si haces estudios sobre cosas que afectan a la vida de hombres y mujeres, son considerados temas menores, no científicos.

P. Es uno de los males de las ciencias sociales.

R. Las ciencias sociales han sufrido este estigma de ser consideradas menores. Ya hay estudios que explican cómo las investigadoras y los investigadores que nos dedicamos a estos temas -que reciben el nombre de dirty works (trabajo sucio)- recibimos menos valoraciones en el mundo de la ciencia que gente que se dedica a campos absolutamente absurdos e innecesarios pero que suenan más científicos.

P. Minusvaloradas o no, lo cierto es que las ciencias sociales tampoco se habían atrevido a entrar en este campo de la sexualidad –y menos en la vejez- hasta hace bien poco.

R. Es que es muy sorprendente lo que se ha venido haciendo. Los trabajos sobre vejez se han dedicado, en muchos casos, a estudiar discapacidades y los trabajos sobre sexualidad se dedican a estudiar lo que denominan disfunciones, un término que nosotras nos negamos a usar porque consideramos que, en realidad, son dificultades no disfunciones.

P. ¿Por qué?

R. Pues porque no tienen, normalmente, una causa física u hormonal. La mayoría de los desencuentros son de tipo emocional, relacional, comunicativo, de confianza, de seguridad…

Sobre la sexualidad no se habla a ninguna edad

P. Pero no se estudia la normalidad.

R. En efecto, no se ha estudiado el día a día, no se ha estudiado la vejez o la sexualidad como tales. Los estudios que encontramos son sobre frecuencia de coitos y dificultades de los mismos pero no sobre cómo las personas viven la sexualidad. Lo que queremos saber no son las disfunciones de tal o cual persona, sino cómo el conjunto de personas viven con sus circunstancias la sexualidad; cómo se organizan; cómo resuelven las dificultades que van encontrando y qué les hace felices sexualmente.

P. Se estudie o no por parte de la ciencia, lo cierto es que a medida que aumenta la longevidad, aumenta también la evidencia social de que las personas mayores pueden ser sexualmente activas. En los hoteles donde recalan los viajes del Imserso se escuchan historias muy divertidas.

R. Es que los seres humanos somos seres sociales, empáticos y de piel. Nos gusta tocar y ser tocados. El mayor órgano sexual es la piel. Hay una película con Robert Redford y Jane Fonda titulada ‘Nosotros en la noche’, en el que plantea este tema. Cuenta la historia de una señora mayor que se acerca a un vecino suyo y le plantea pasar la noche con ella en la cama. Y no le habla de sexo, le habla de compañía. Es una película hermosa e interesante por cómo evoluciona su relación. También es crítica por cómo esta amistad es entendida por parte de los hijos de ambos. Es lo que yo en el libro llamo “nuestra puritana prole”. A lo que me refiero con todo esto es que hay que dar carta de naturaleza a la necesidad de contacto que tenemos los seres humanos a todas las edades. Y la sexualidad en la edad mayor es mucho más sensual que sexual, pero también es sexual. Iluminar esta parcela es como abrir la fiesta para todo el que quiera. Porque hay gente que no le apetece nada sumarse a ella y también me parce muy bien.

P. ¿Ese puritanismo de los hijos con respecto a sus padres es reflejo de la sociedad?

R. Sí, la gente rechaza esa visión. Si pasasen por aquí dos personas jóvenes y se abrazasen no pasaría nada, pero si se trata de dos personas mayores de 75 hay quien puede sentir un poco de rechazo por lo que sea. Por otro lado, existe el miedo de las familias a este tipo de relaciones por los temas de herencias o de intereses…

La sexualidad en la edad mayor es mucho más sensual

P. Eres de Barcelona y llegaste a Córdoba en 1981. ¿Encontraste una diferencia clara en cómo era la vida de la mujer catalana y andaluza hace casi 40 años?

R. Sí, al principio una podía incluso sentirse un poco rara viniendo de allí, pero he tenido mucha suerte: mi vida ha sido muy buena, con excelentes amigas y amigos. Todo, sin dejar de sentirme siempre un poco extranjera, primero en Andalucía y ahora también en Cataluña. Tengo la suerte de sentirme un poco extranjera en todas partes (risas). Eso te da mucha libertad porque haces lo que quieres en muchas partes.

P. ¿Cómo encuentras a Córdoba hoy en términos de mujer?

R. Mucho más avanzada. Hay un movimiento muy fuerte con mujeres que llevan muchos años y que son un modelo para mí. En este entorno estoy muy a gusto y he podido hacer muchas cosas, como por ejemplo este libro para el que muchas mujeres de Córdoba me han prestado su voz.

P. Y entre las casi 800 encuestas realizadas, ¿has encontrado diferencias regionales?

R. Hicimos una serie de entrevistas en profundidad con una serie de grupos en Barcelona, Córdoba, Valencia y Madrid. Lo cierto es que no encontramos diferencias grandes. También es cierto que las personas que han participado en el estudio, hasta cierto punto, son privilegiadas y con un nivel cultural medio o alto.

P. ¿En estratos culturales más bajos puede cambiar la situación que se dibuja en Sin reglas?

R. No lo sé, no tengo demasiado conocimiento para contestarte a esto.

P. ¿Cuál es el peso de la religión?

R. Hice mi primer trabajo a principio de los años ochenta entrevistando a 32 mujeres aquí en Córdoba. Eran mujeres de entre 50 y 60 años de entonces. Muchas, de entrada, dejaban claro que no iban a responder preguntas sobre sexualidad, política o religión. Ese era el ambiente. Aunque lo cierto es que luego se soltaban el pelo y hablaban de todo (risas).

La sexualidad es completamente política

P. ¿Y por qué ligaban justo esos tres temas?

R. No olvidemos que en los años ochenta el franquismo estaba todavía muy reciente y la gente seguía temerosa de ser identificada en cualquier posición política. Y luego tenemos el tema de la educación. En aquel caso se trataba de mujeres nacidas justo en la guerra civil o recién acabada.

P. La sexualidad, entonces y ahora, no deja de ser un tema político.

R. Claro, la sexualidad es completamente política y tanto la religión como la política en sí se esfuerzan en controlarla.

P. Pero la enseñanza de la sexualidad sigue sin entrar en el sistema educativo, que también se usa como arma política.

R. Se sigue pensando que la educación son matemáticas, lengua e inglés pero no educación para la ciudadanía. El sistema no contempla a la educación como una vía para que las personas aprendan a manejar sus emociones o controlar su sexualidad. Todo ese vector más humano de crear personas ciudadanas que puedan ir por el mundo con un componente relacional no violento parece que no importa. Lo importante es controlar el teorema de Pitágoras y poco más. El sistema educativo como sistema político que es no entra en esto y ahí tenemos cómo se ha eliminado, en gran parte del Estado. la Educación para la Ciudadanía.

P. Las escuelas y los institutos pueden ayudar a las chicas y a los chicos a aceptar su cuerpo a pesar del bombardeo mediático de modelos perfectos que sufren a diario. Pero en el libro cuentas que también las mujeres mayores pueden sentirse igualmente presionadas.

R. Vivimos en una cultura muy a favor de todo lo joven. Y el cuerpo que no es joven no es valorado. Por eso me parece interesante que haya anuncios en los que se incorporen mujeres y hombres mayores con plena naturalidad. Hablamos de un problema muy importante tanto individual como colectivo. De cara a la sexualidad, muchas mujeres mayores se quejan de la dificultad que tienen para aceptar su imagen corporal, el hecho de que su cuerpo no se corresponda con el cuerpo que se tenía con 20 años. Esa aceptación del cuerpo cambiado es un proceso difícil en una sociedad en la que no hay modelos de cuerpos envejecidos o fuera de los cánones. Por eso me gustan las películas en la que se ven a mujeres mayores o jóvenes diversos. Que se muestre con naturalidad ejemplos que se salen de los patrones generales de cuerpos ideales de la moda es muy importante. Y que se representes como personas felices, también .

A todos nos gustan personas que, más allá de su cuerpo y edad, nos aporten cosas

P. ¿Existe dificultad por parte de las parejas de aceptar el cuerpo cambiado de la mujer madura?

R. Ahí, en el caso de los hombres, entraríamos en el tópico de aquellos que buscan parejas más jóvenes. Pero en esto la sociedad está cambiando. A nosotras también nos pueden gustar hombres más jóvenes en un momento dado y cada vez es más frecuente ver a mujeres mayores cuyas parejas hombres son más jóvenes y a quienes les va muy bien. Pero no nos desviemos: a las mujeres y a los hombres nos gustan las personas que más allá de su cuerpo y edad nos aporten cosas.

P. Incluso aunque estas cosas supongan cambios radicales con lo que ha sido nuestra vida, incluida la sexual.

R. En mi libro anterior, Tan frescas, pregonaba que nunca es tarde para nada. Y en este libro he constatado que esta teoría se lleva a la práctica en la realidad. La jubilación, la menopausia y el devenir single, son momentos en los que uno puede replantearse los patrones de su vida y optar por cambios y nuevas orientaciones. O por no cambiar nada en absoluto. Las relaciones de muchos años acumulan patrones de comportamiento y son momentos de renegociar su relación para establecer nuevos acuerdos con la pareja que pueden implicar también libertades.

P. ¿Será muy diferente este libro si se escribe dentro de 30 años?

R. Sí. La sociedad cambia mucho, lo que pasa es que la generación que hoy tiene 40 años estará en mejor situación porque serán más las que estén en circunstancias parecidas. Habrá más permisividad social y cultural. Seguro que habrá más películas, más novelas y más palabras que les abrirán nuevos y mayores espacios. Nosotras, las de mi generación, tuvimos que ser más pioneras.

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