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La Casa Grande de Corpus Barga en Belalcázar

Fachada de la Casa Grande | Blas Pérez

Marta Jiménez

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La Casa Grande es como se conoce en Belalcázar, en Los Pedroches, al inmueble solariego que los antepasados del escritor y periodista Corpus Barga (1887-1975), los Gómez de la Serna, construyeron en el primer tercio del siglo XIX y de la que en la actualidad sólo se conserva la fachada. Una especie de decorado en la calle Conde Don Alonso que hoy tan solo guarda vegetación y ruina, pero que en sus días dorados cobijó a cuatro generaciones de una familia influyente en la España del siglo XIX y del siglo XX, hasta el estallido de la Guerra Civil.

La casa fue patria de la niñez y la juventud del escritor, novelista y hombre de mundo Corpus Barga, apareciendo en algunas de sus obras como en la novela La vida rota o en las memorias Los pasos contados, concretamente en el cuarto volumen, Los galgos verdugos. Fue un enamorado de la casa y adoraba Belalcázar, donde pasó temporadas a lo largo de sus casi noventa años de existencia. Un lugar que, a pesar de que su vida representa el Madrid, el París o el Berlín de la época, también lo marcó a niveles diferentes.

“Entrando por esta carretera la Casa Grande, con su torre, no parece tan grande como la recordaba, la había agrandado en mi imaginación... Las casas siguen teniendo ventanillos con fuertes hierros. Las fachadas están enjalbegadas, limpias, demasiado blancas. Es una blancura que explica algo negro”, la describe en sus memorias. La casa, o lo que quedaba de ella, fue restaurada en 2005 y había visto derrumbarse pocos meses antes, frente al desinterés de las instituciones, un torreón neomudéjar, seña de identidad del edificio y atalaya señorial sobre la villa de Belalcázar.

“La casa no está así por la vejez. Fue saqueada por los vencedores después de la guerra y se fueron llevando todos los materiales”, explica Blas Pérez, vecino del inmueble situado frente a la casa, apasionado de su historia y “allegado emocional” a todo lo que rodea a esta saga familiar que ha estudiado a conciencia. La guerra fue un frente continuo en la comarca y Belalcázar quedó en ruinas tras la contienda. También la memoria de la guerra y del franquismo en este lugar quedó derrumbada hasta entrado el siglo XXI.

Los escudos de la fachada y el San Rafael que la corona “son una reconstrucción”, continúa Pérez. Corpus Barga consiguió volver a Belalcázar en 1970, desde su exilio en Perú, cinco años antes de la muerte de Franco y de su propia muerte, y con ayuda de algunas personas recuperó las tres piezas originales y se las llevó. En aquella ocasión el alcalde franquista ni siquiera lo recibió, pero más tarde el Ayuntamiento del municipio las reconstruyó con las copias que hoy se pueden ver.

Pero vayamos por pasos.

Un cosmopolita que amaba Belalcázar

“Mi nombre casi completo es Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna. ¿Cuándo llegará en España el momento de reducir estos apellidos tan ridículamente largos? Yo he procurado hacerlo con el mío”. Así comienzan las memorias Los pasos contados de este madrileño de familia bien que tanto disfrutó del norte de la provincia de Córdoba. Lo de Corpus le viene por haber nacido el día de esa festividad.

Viajero, librepensador, anarquista y hombre libre, tuvo un padre, Félix García de la Barga, vicepresidente primero de las Cortes, ministro por Córdoba, senador vitalicio e íntimo colaborador político de Prim y Sagasta. En cuanto a su familia, Corpus fue tío de Ramón Gómez de la Serna y frecuentó en tertulias a muchos de los integrantes de la Generación del 98, así como a los del 27.

“No eras nadie si Corpus Barga no había escrito sobre ti”, escribe sobre él Manuel Vicent. En París, donde se estableció desde 1914 hasta 1948 con idas y venidas a España, trató a Colette, a Trotski, a las marquesas proustianas que abrían salones en Saint Germain; participaba en las tertulias de la Rotonde con Modigliani, Apollinaire, Cocteau y Picasso. También fue anfitrión y guía de los escritores españoles famosos que caían por allí, Baroja, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez o su sobrino Ramón Gómez de la Serna.

Corpus Barga acabó siendo periodista y escribiendo crónicas desde los lugares más diversos para los principales los diarios españoles e hispaoamericanos: El País, La Correspondencia de España, España, El Sol, Luz, Crisol, Revista Occidente, La Nación de Buenos Aires y El Comercio de Lima, además de dirigir la revista Diablo Mundo. Sobresalió con excelentes crónicas sobre París durante la Primera Guerra Mundial, siendo enviado por el diario El Imparcial a los frentes de guerra. Más adelante, en 1930, participaría como reportero en el primer viaje en zepelín a través del Atlántico, de París a Norteamérica, pasando por Brasil.

Su padre se había empeñado sin éxito en que fuese ingeniero de Minas, estudios que echó por la borda en cuanto conoció las penalidades del oficio en Peñarroya, un lugar que ayudó a consolidar su conciencia política. Será allí donde Barga conozca el anarquismo a través de un capataz poco letrado, pero convencido de la necesidad de dar un vuelco a la sociedad. Precisamente por sus devaneos anarquistas en Madrid es enviado por su familia a la casa de Belalcázar en distintas temporadas. Allí descubrirá un mundo muy diferente al de su universo madrileño. Un lugar anclado en el pasado que le hace ver la decadencia y la autenticidad al mismo tiempo. Tomará conciencia de las salvajes diferencias sociales entre terratenientes y campesinos, lo que aumentará sus ganas de cambiar el mundo y su odio al caciquismo, el mundo al que familiarmente pertenecía. Una violencia y un desasosiego que acabaría canalizando a través del periodismo y la escritura, así como metiendo ideas revolucionarias en las cabezas de los braceros y campesinos belalcazareños.

Opositor al régimen de Primo de Rivera, apoyó a la República española sin fisuras, jugando del lado de Azaña. Durante la Guerra Civil participó con André Malraux en la aventura de la aviación republicana. Asimismo, colaboró en salvaguardar de las bombas el Museo del Prado durante la guerra y luego acompañó a Las meninas hasta el refugio en Ginebra. En 1937 fue uno de los artífices del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas que se celebró en Barcelona, Valencia y Madrid.

Pero, tal vez, uno de los capítulos más difundidos de su vida fue el de la ayuda que prestó a la familia Machado para cruzar la frontera francesa, desde Barcelona hasta Portbou, camino del exilio. Corpus Barga fue su acompañante y guía, y de los detalles de aquel triste viaje da buena cuenta en sus memorias. A los gendarmes que les detuvieron en la frontera, Corpus les explicó quién era aquel anciano. “Es nuestro Paul Valéry”, les dijo. Consiguió un coche en la frontera para ellos, a los que personalmente llevaría y acomodaría en una hospedería de la ciudad de Colliure, antes de marchar a París. Allí morirían el poeta y su madre a los pocos meses.

Innovador del periodismo y Premio de la Crítica

Después de la Guerra Civil, vivió exiliado en París, dónde pasó la Segunda Mundial. En 1948 se instaló en Lima (Perú) y dirigió allí la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos.

Leyendo las crónicas de Barga se puede comprobar cómo el periodismo no es un género menor a la literatura, al igual que ocurría con su colega Manuel Chaves Nogales. Novelista, innovador del periodismo activo español y más tarde del peruano, difusor en España de la cultura internacional, en sus artículos de análisis y reflexión el contenido era tan importante como el estilo. Su obra narrativa evolucionó desde el realismo naturalista hacia formas más complejas, como utilizar sus recuerdos como materia para una ambiciosa empresa literaria, ya que sus memorias son obras de creación, escritas en una prosa conversacional, llenas de imágenes y sombras. La serie se compone de los siguientes títulos: Mi infancia, el mundo de mi infancia (1963), Puerilidades burguesas (1965), Las delicias (1967) y Los galgos verdugos (1973), este último volumen Premio de la Crítica en 1974.

Moriría en Lima unos meses antes de la muerte de Franco, anhelando la libertad y la democracia que siempre persiguió.

Una plaza en Madrid y un paseo en Belalcázar

Pero a Corpus Barga le hubiese gustado volver del exilio y morir en España. Así lo escribió en algunas cartas dirigidas a amigos de aquí, como Paco Umbral, pero no tenía ya los medios suficientes para volver a su país, “nadie sabe bien por qué”, en palabras de Blas Pérez. En Córdoba, el arabista y veterinario Rafael Castejón, director de la Real Academia, logró aprobar en un pleno de la institución un retiro y una plaza en la Academia para que el escritor y periodista se instalase en Córdoba. Pero llegaron tarde y él murió en Perú.

En Belalcázar, su nombre fue proscrito para la mayoría de los ciudadanos hasta bien entrada la Democracia. Nadie quería recordar la Guerra Civil ni la dictadura en el pueblo. En el año 2000 se le realiza un homenaje, con placa en la Casa de la Cultura y nombramiento como Hijo Adoptivo y Cronista de la ciudad. Al acto acudió su bisnieta, Claudia García de la Barga, quien “lloró muchísimo” ante la fachada de la casa.

Unos años antes, a la llegada de la Democracia, el paseo antes llamado 18 de Julio de Belalcázar pasó a llevar su nombre, según el cronista Joaquín Chamero, autor del libro Cosas de la Casa Grande. El último alcalde socialista republicano de la localidad, Manuel Vigara, le había pedido al propio Corpus que cediera parte de las cerquillas de su casa para hacer el paseo. Él aceptó pero estalló la guerra y no se pudo hacer hasta después de acabada la contienda.

Ya en el siglo XXI, el Ayuntamiento de Madrid, inmerso en la revisión de su callejero para adaptarlo a la ley de Memoria Histórica, decidió cambiar el verano pasado el nombre de varias calles por otros. En concreto, el gobierno de la capital, de Ahora Madrid, cambió el rótulo a la plaza Carlos Ruiz, un militar que participó en la guerra y que fue gobernador civil de Madrid, además de delegado nacional de Información e Investigación de Falange y lugarteniente de la Guardia de Franco, por el de Corpus Barga. La plaza está situada entre Puente de Vallecas y Nueva Numancia, en la zona sur de la capital.

¿Qué ocurrirá con lo que queda de la Casa Grande?

En su última visita a Belalcázar, en el año 1970, Corpus Barga también lloró delante de la Casa Grande, tal y como haría su bisnieta 30 años después. Lo que sintió al ver su amada casa convertida en ruina, esquilmada de todos sus bienes, incluso de las columnas, las vigas o los suelos, con las higueras comiéndosela... su alma caída a los pies está plasmada en una crónica de quince páginas sin puntos ni comas. “Fue un dolor tan grande que no quiso acotarlo”, opina Pérez.

¿Y a quien pertenece hoy la Casa Grande? Blas Pérez calcula que a unos 65 herederos, siendo uno de ellos la Iglesia, ya que Barga tuvo una tía monja. Muchos de ellos, desperdigados por diferentes países, “ni siquiera saben de su existencia”. La familia dejó de pagar el IBI hace años por lo que para Blas “la casa se puede expropiar”. Ya hubo un intento hace unos años que nunca se realizó.

“Aunque haría falta dinero si se quiere hacer un edificio, el solar requiere más idea que maña si no hay presupuesto”, opina Pérez, quien cree que la sólida fachada se mantendría con un “buen apuntalamiento”, habría que “demoler” lo que se cae, “limpiar jaramago y miseria” y convertirlo “en un jardín para el pueblo”, por ejemplo.

En Belalcázar comienza a haber conciencia sobre quiénes fueron los propietarios de esta casa y sobre la trascendencia de un hombre que amaba aquel lugar, pero de quien el pueblo no quiso saber nada durante demasiados años. “Una historia que merece biografías, novelas, películas o series”, opina el vecino de la Casa Grande, Blas Pérez. “La historia de España de un siglo y medio”.

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