Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El pulso de las emociones

.

Rafael Ávalos

0

Poco a poco se escapa. Lenta pero inexorablemente acaba. El día combate en su gran batalla contra la noche, que finalmente alcanza la victoria. El cielo oscurece y de igual manera la ciudad empalidece. Bien pareciera que se apaga el color. Y sin embargo se mantiene, del mismo modo que la vida en cada calle. Cuando la luna toca las alas de San Rafael, ya sea en el Puente Romano o en el Triunfo, suenan las últimas marchas. Es ya de madrugada y no pocos tienen la sensación de que todo es demasiado corto. A la vez brota otro pensamiento: nada tiene final. Pero las puertas se cierran y dejan tras de sí otra intensa jornada de una Semana Santa histórica. La música de capilla abre el paso al sonido de la devoción, de lo instrumental al estremecimiento. La tarde se torna en un veloz viaje por los sentimientos. Late el corazón de la Córdoba cofrade. Es el pulso de las emociones.

El sol vigila impetuoso. La temperatura de nuevo es elevada pero en su justa medida. El calor es soportable a la hora indicada. Una multitud se da cita en Capitulares a la espera del inicio. Son las seis y veinticinco y el manto es azul claro, como no suele acostumbrar en el instante en el que una nube de incienso recorre el Compás de San Pablo para acariciar el aire de su exterior. De repente, el silencio vence al murmullo. El Santísimo Cristo de la Expiración, con María Santísima del Silencio al pie de la Cruz, comienza a transitar una ciudad dispuesta a fundir en su totalidad la cera del cirio de su Pasión en estos días que casi se van. Arranca el Viernes Santo, que es solemne y por momentos estremecedor. Minutos después cruza la puerta Nuestra Señora del Rosario bajo un palio signo de sobriedad y elegancia. Una música suave acompaña el paso de la Virgen que tallara Luis Álvarez Duarte.

Un imaginero. Un nombre y dos apellidos. Unas gubias. Y Córdoba. Desde Santiago Apóstol parte María Santísima de la Soledad, rostro sereno en el dolor. La Cruz está vacía y Ella sujeta la corona. Esa espinada con la que fuera burlado el Hijo el Lunes Santo con la mirada al cielo en el Zumbacón. La hermosa talla del escultor sevillano también recorre la ciudad. Y del mismo modo llama al recogimiento y la oración, así como a la reflexión. La Madre continúa firme a pesar de la Muerte. Quienes son sus pies caminan de manera pausada, con la delicadeza que merece la Virgen. Los pasos guían a la Mezquita Catedral, este viernes con un rostro más serio. Es la jornada de la imponente solemnidad de Córdoba, comprobable a la salida de la titular de la cofradía franciscana por la Puerta de Santa Catalina. Estampa, otra más, para la colección de una Semana Santa memorable y abierta a una mejora constante.

Domina el silencio. O debiera hacerlo. Pero en esta ciudad parece imposible la mudez durante unos minutos. O unos segundos, esos que dura el alejamiento de un cortejo que lo requiere. Al igual que los titulares, los nazarenos merecen el respeto de quienes siguen sus estaciones. También los penitentes que marchan tras los titulares. Incluso las tallas avanzan entre los diálogos impacientes del gentío. Silencio que se rompe en San Pablo con la primera levantá de Nuestra Señora del Rosario tras una complicada salida con aplausos inconvenientes. Queda trayecto para Córdoba. Un silencio que no tiene lugar, aunque también, en la plaza de Capuchinos, donde la devoción desborda en marchas procesionales y miradas que hablan, en voces leves que observan. Inicia su recorrido Nuestra Señora de los Dolores.

Imagen que es fiel reflejo del sentimiento imperecedero popular de la ciudad. Son las siete menos cuarto y el sol resplandece tras cada esquina. Junto a Conde de Torres Cabrera y en la confluencia con Ramírez de las Casas Deza. Tirar una fotografía es una aventura cuando en primer lugar aparece sobre su sobrio paso el Santísimo Cristo de la Clemencia. El Crucificado avanza con paso firme y elegante, con paso medido y ajustado. La Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención pone el ritmo adecuado, al igual que hace la Banda Musical Nuestra Señora de la Estrella tras la Señora de Córdoba. En su rostro se reflejan los ojos de los centenares de personas que en Ella buscan luz en la noche aun cuando es de día. La servita corporación deja su sello una vez más, con un itinerario sencillo y sobrio en el que, sin embargo, incluye un punto para el recuerdo. La Virgen recorre la plaza del Potro. Y los presentes vibran. Alguna mejilla muestra una lágrima. Late el corazón al compás de las emociones.

También lo hace en el Campo de la Verdad, donde el sol empieza a tener una tímida presencia. Parece esconderse, pero sigue ahí. El día es claro y otro gentío se reúne en torno a la parroquia de San José y Espíritu Santo. De manera muy diferente a años anteriores, la elevadísima afluencia de público de jornadas anteriores también se da en un Viernes Santo que es de túnica y capa blanca y cubre rostro rojo. Ya caminan las filas de nazarenos hacia la Mezquita Catedral. Preceden al Santísimo Cristo del Descendimiento en un Misterio que cada vez tiene mejor andar. También a Nuestra Señora del Buen Fin, imagen dulce que ilumina el Puente Romano cuando la noche comienza a aparecer. La música cobra intensidad de nuevo, otra vez con inconfundible sello cordobés -con la Banda de Cornetas y Tambores Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora de la Fuensanta y la Banda de Música María Santísima de la Esperanza-.

Pero el Viernes Santo es sobre todo día de recogimiento. El pulso de las emociones es intenso nuevamente en una plaza abarrotada. Otra que apenas sabe guardar silencio cuando es debido. Ante la parroquia del Salvador y Santo Domingo de Silos aguarda un incalculable gentío en una escena gratificante. Todos los presentes esperan la salida de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro. El Hijo yacente marcha en su imponente paso, ése que es capaz de impresionar una y otra vez, a cada instante, con cada paso. La majestuosidad se entrelaza con el estremecimiento. También cuando es Nuestra Señora del Desconsuelo en su Soledad, en el rico palio compartido con San Juan y María Magdalena, la imagen que cruza la puerta de La Compañía. Un nombre y dos apellidos, Luis Álvarez Duarte. El día se escapa. Llega la noche. Pero el latido no cesa.

Y mientras, lejos del casco urbano de la ciudad, la devoción tiene nombre de viernes. En las calles de Alcolea son centenares también las personas que se reúnen. Es a las ocho de la tarde, en la pugna entre el día y la noche, cuando comienza la estación de penitencia de la hermandad de los Dolores. La barriada se lanza al encuentro de María Santísima de los Dolores, que camina bajo su palio durante cuatro intensas horas. Los sentimientos sobrevuelan esta zona de Córdoba, en la que, por supuesto, es fuerte el pulso de las emociones.

Etiquetas
stats