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Pozanco, 21: la calleja de la antigua 'casa de la sal'

Patio de la Calle Pozanco, 21 | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Esta casa fue parte accesoria, destinada a aperos, a la vivienda de una marquesa hasta 1919 | El inmueble acogió años después un depósito salino | Un estrecho pasillo conduce al patio

Un estrecho callejón conduce al patio. Hoy, de unos años a esta parte, desprende vida de manera especial. Su aspecto es diferente al que tuviera originariamente. Porque donde ahora se sienta Elisa Pérez Laguna, la propietaria del inmueble, junto a sus sobrinos y vecinas, estaba destinado tiempo atrás a guardar carruajes. Era lugar de apero de una vivienda mayor, de la que ésta, situada en uno de esos puntos exactos en los que se confunden dos barrios, era sólo parte accesoria. Entre San Lorenzo y San Agustín, en uno de los rincones más singulares de la ciudad, se encuentra el inmueble que otrora perteneciera, en aspecto auxiliar, a una marquesa. Es Pozanco, 21, el hogar que antaño fuera también depósito salino. Entonces, ya era propiedad de la familia Laguna de la Cuesta.

La historia no escrita de esta vivienda invita a conocerla a comienzos del siglo XX. Aunque con anterioridad ya estuviera presente. A modo de convento, que dejó de serlo tras una de las desamortizaciones de la centuria del XIX. “Hasta 1919 era el accesorio de una casa en la que vivía una marquesa situada en San Rafael (a la plaza se llega a través de la calle Custodio y tras cruzar la pequeña plazuela de Don Arias). Aquí es donde ella tenía sus carruajes, sus aperos… Mi abuelo la compró ese año e hizo en aquella parte pisos y ésta la habilitó para viviendas con cocinas y servicios comunes a cargo de una casera”, explica Elisa Pérez Laguna, que apunta que aquella noble era de Villaviuda, palentina. Las herencias, que jugaron un papel importante en la posterior historia de la casa.

En 1943, la madre de la actual propietaria vendió la parte del inmueble que miraba a la plaza de San Rafael y “se hizo una vivienda” en la que lo hacía a Pozanco. “Pero las cosas no fueron bien y tuvo que vender ésta también y se quedó como inquilina. Yo tenía entonces cinco años”, señala Pérez, quien rememora con una sonrisa tiempos antiguos. “Aquí han vivido hasta diez familias. Era todo patio común y los niños por ese callejón hemos corrido muchísimo, porque sólo había un rosal de pitiminí”, indica. El callejón... En la actualidad la casa pertenece a la propia Elisa, que ocupa cuatro de los antiguos hogares, y convive con dos sobrinos. Viven tres personas donde años atrás lo hicieron más de una treintena. Donde Laguna de la Cuesta, el abuelo de la actual dueña, tuviera antes la conocida como casa de la sal.

Elisa Pérez, profesora que lo fuera de profesión durante más de cuatro décadas e impulsora de la Asociación Claveles y Gitanillas -que presidió entre 1998 y 2004-, es nieta de Ildefonso Laguna de la Cuesta. Su ascendente perteneció a una importante familia de Fernán Núñez. Él, su abuelo, a través de su emprendimiento y con la suma de sus herencias, echó raíces en Córdoba. “Leyó un día que se necesitaba una persona que se hiciera cargo de la pólvora que iban a utilizar en el pantano de Guadalmellato, cuando se empezó su construcción, y compró una casa en San Agustín. Hizo una habitación especial y ofreció el que fue primer depósito de pólvora que hubo en Córdoba”, expone. Después llegó, entre otras muchas iniciativas, el almacén salino. En la casa en la que ahora vive ella. “Aquí puso un depósito de sal. Entrabas y estaban también las bestias, como les decían entonces a los mulos. Los patios eran las cuadras”, apunta.

De cochera de carruajes y aperos a rincón especial, pasando por aquella casa de la sal y otras muchas vivencias. El inmueble de Pozanco, 21 acogió también el sueño de la designación de los patios como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Fue Elisa quien lo defendió años atrás, cuando la ciudad aspiraba a ser Ciudad Europea de la Cultura en el presente año. Un espacio que participa en el Festival que cada mayo florece desde 1993 y que recogió diversas menciones y también varios accésit. Un lugar fácilmente reconocible por un estrecho camino lleno de plantas. “Durante años nadie ha apreciado el pasillo, que así le llaman. Para mí es el callejón. No se paraban a mirarlo. Ahora parece que sí”, comenta en referencia a la ausencia de premios como tales. Es el callejón. Ése que permite un viaje a un rincón especial, así como a su propia historia.

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