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Enrique Aguilar: “Billy el Niño era un psicópata torturador y un gran policía franquista”

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Manuel J. Albert

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Enrique Aguilar Benítez de Lugo (Madrid, 1946) llega con puntualidad a la cita. Cuatro y media de la tarde, calle Cairuán, en Córdoba. Frente a la puerta del hotel que se abre en la muralla no encuentra a nadie. Pero Aguilar esperará estoicamente unos minutos hasta que aparezca el equipo de CORDÓPOLIS para hacerle la entrevista.

Mientras el reloj corre, este catedrático de Fisiología de la Universidad de Córdoba (UCO) cae en que, por primera vez en muchos años, no va a responder a preguntas acerca de su actividad docente o investigadora como vicerrector -ya retirado- de Política Científica y Campus de Excelencia de la UCO. No. Aguilar va a recordar uno de los aspectos más duros de su vida. Los días de tortura física y psicológica que padeció hace cuatro décadas a manos de Antonio González Pacheco, conocido por Billy el Niño, miembro destacado y reconocido verdugo de la policía política del franquismo.

Los apellidos González y Pacheco han vuelto a resonar en la memoria colectiva del país, desde que hace dos semanas la jueza argentina María Servini ordenase la busca y captura del expolicía de la Brigada Político Social para interrogarle por los delitos de la dictadura franquista. En 1973, Enrique Aguilar Benítez de Lugo ya logró llevar a juicio a Billy el Niño por las torturas que sufrió bajo su custodia. Al policía le impusieron una multa.

Hace 40 años, Enrique Aguilar apenas habría esperado unos minutos para irse, al comprobar la tardanza de su cita. Pero los tiempos de las precauciones extremas, derivadas de su militancia en la clandestinidad en el cuadro dirigente del Partido Comunista de España Marxista Leninista -donde fue el máximo responsable de su propaganda en el centro de España- quedan atrás.

Así que aguanta siete minutos y estrecha la mano al primer redactor de este periódico que se le presenta. Disculpa el retraso, entra en el hotel, se sienta a una mesa del patio, pide una tónica con hielo y limón; y mira fijamente al reportero.

Espera la primera pregunta.

PREGUNTA. El personaje de Billy el Niño ha sonado recurrentemente en los años de democracia siempre que se hablaba de las torturas durante el franquismo. Pero parecía haber caído en el olvido hasta que la jueza argentina Servini ha dado orden de captura internacional. ¿Qué se le pasó por la cabeza cuando escuchó la noticia?

RESPUESTA. Me recordó a lo que hizo Garzón con Pinochet. Un juez de otro país que entraba en delitos cometidos aquíí, en este caso, en tierra española.

P. ¿Y eso que dice de un país como España?

R. Que se hizo una transición limitada. No hubo fuerza para imponerla de manera más definitiva y con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado se hizo tabla rasa. Con la judicatura prácticamente también. Con altos funcionarios sucedió lo mismo. Es decir, se mantuvo una equidistancia entre el antiguo sistema de la dictadura y los nuevos personajes de la democracia. Pero hay que tener en cuenta que parte de los artífices de la democracia venían del franquismo.

Con la amnistía se borraron o suspendieron todos los procesos que había en marcha contra las torturas y los malos tratos del franquismo

P. El mismo presidente del Gobierno.

R. Suárez, pero también Manuel Fraga, Álvarez Osorio. La mayoría de los ministros de Suárez estaban un poco contaminados por la dictadura.

P. ¿Cuándo se dio cuenta de que se iban a obviar crímenes que usted había visto y sufrido?

R. Con la primera amnistía ya se borraba prácticamente todo lo que había en los juzgados para delitos de asociación ilícita, que nos afectaba a los resistentes al franquismo. Pero también se borraron o suspendieron todos los procesos que había en marcha contra las torturas y los malos tratos.

P. ¿Qué sintió en ese momento?

R. Bueno, fundamentalmente, lo que sentí yo y todo el mundo, creo, fue alegría porque, a pesar de todo, pasábamos de un sistema absolutamente dictatorial a un sistema que, con imperfecciones, permitía unas libertades aún incipientes. Yo no salí de la cárcel con la primera amnistía; salí a los cinco o seis meses de morir Franco y tuve que exiliarme un cierto tiempo porque mi mujer ya estaba exiliada. Mi mujer había sido juzgada en rebeldía y cuando volvimos, al pasar la frontera nos detuvieron unas horas pero nos dejaron pasar sin problemas. En ese momento, la posibilidad de poder pasar la frontera de vuelta a tu país sin problemas obviaba, o hacía minusvalorar, otras de las cuestiones que estaban pasando.

Existían informes sobre mí en la presidencia del Gobierno, que dirigía Carrero Blanco, y por eso no renovaron mi contrato universitario

P. ¿Consideró en ese momento, al cruzar la frontera, que había cerrado una etapa?

R. Sí. Al menos, pensé que se estaba cerrando una etapa. Podía haber riesgo de involución, como luego, evidentemente se puso de manifiesto en el golpe de Tejero pero, en lo fundamental, se había cerrado una etapa.

P. ¿Pensó también que se había cerrado una etapa personal para usted?

R. Sí, porque pude volver a la Universidad Complutense como profesor. Cuando me detuvieron en 1973 era titular. En el año 70, en una renovación de contratos de profesores denegaron el mío. Cuando fui a ver al rector de la Universidad y le pregunté las razones, me respondió que existían informes sobre mí de la presidencia del Gobierno, que dirigía Carrero Blanco, y que por eso mi contrato no se había renovado. Lo que quiero decir es que el hecho de pasar de aquella situación, en la que los contratos de profesores eran controlados por los servicios de presidencia de Gobierno, a una situación en la que yo me presenté en el departamento que me correspondía y en 72 horas tuve resuelta mi reincorporación, era un cambio tremendamente notable. Había dejado una Universidad en la que la policía llenaba completamente las facultades a una facultad donde aquello había desparecido.

P. ¿Cómo empezó su actividad política?

R. Empezó en la Universidad. Cuando entré había una organización de estudiantes inspirada por el Partido Comunista de España, la FUDE [Federación Universitaria Democrática Española] y luego creamos otra organización, la Unión de Estudiantes Demócratas, la UED. Era una organización que estaba integrada por personas que luego montaron Cuadernos para el Diálogo [revista cultural impulsada por Joaquín Ruiz-Giménez, exministro franquista], con tintes democristianos o socialdemócratas. Pero poco a poco nos fuimos incorporando a la FUDE y luego nos unimos a una escisión del Partido Comunista de España que se llamó el Partido Comunista de España Marxista Leninista. Con los años, este partido daría origen al FRAP [Frente Revolucionario Antifascista y Patriota].

P. La vida en la actividad política estaba llena de miedo, precaución.

R. Más que con miedo, vivíamos con total precaución el día a día. De aquella vida me ha quedado como secuela la puntualidad. En aquellos años, si habías quedado con alguien a las dos y media y no aparecía, te tenías que ir porque podía haber pasado algo. Muchas veces no te atrevías a dormir en casa. Durante mucho tiempo yo llevaba un cepillo de dientes y otras cosas en mi bolso de estudiante. Era una época de mucha precaución. Pero en fin, a mí me detuvieron en total cuatro veces.

Nos unimos a una escisión del Partido Comunista de España que se llamó el Partido Comunista de España Marxista Leninista. Con los años, este partido daría origen al FRAP

P. ¿Cuándo fue la primera vez?

R. En 1968.

P. Coincidiendo con las manifestaciones de estudiantes.

R. Sí, con las que hicimos siguiendo más o menos al Mayo de París. Pero sólo me tuvieron unas horas en el coche policial. Ya luego me detuvieron otra vez y me procesaron. Entonces, me defendió Gregorio Peces-Barba. Hubo una tercera detención, pero sin que me procesaran. Y ya, la detención gorda fue el 14 de mayo de 1973. Entonces, me retuvieron seis días en comisaría, interrogándome bajo la dirección del policía González Pacheco, Billy el Niño. Y pasados los seis días, me llevaron a la prisión de Carabanchel. Allí, el director dijo que no me admitía en aquellas condiciones. Pero la policía secreta que me llevaba le respondió que me tenía que acoger por narices. Al final, negociaron y en vez de llevarme a un hospital -que era lo que el director de la cárcel quería- me dejaron interno en la enfermería de la prisión. Allí estuve 82 días de baja.

En la clandestinidad, más que con miedo, vivíamos con total precaución el día a día. De aquella época me ha quedado como secuela la puntualidad

P. Cuando le detuvo la Brigada Político Social, ¿ya sonaba el apodo de Billy el Niño?

R. Sí, lo escuchábamos desde hacía mucho tiempo.

P. ¿Él le hizo saber que estaba bajo su custodia?

R. No, pero por la descripción física de compañeros que habían pasado por sus manos, sabíamos nada más verle quién era.

P. ¿Cómo le detuvieron?

R. Habían caído camaradas míos. Yo estaba apunto de salir fuera de España porque sabía que estaban torturando mucho a la gente. Poco antes, un viejo militante me dijo que me escondiese y huyera porque cuando hay muchas torturas, a alguien se le puede escapar algún comentario o alguna cita para detenerte. Y cuando fui a recoger mi pasaporte en casa de mi suegro, la calle estaba acordonada. Yo no me di cuenta y allí mismo me detuvieron.

Mi detención dura fue el 14 de mayo de 1973. Entonces, me retuvieron seis días en comisaría, interrogándome bajo la dirección del policía González Pacheco, Billy el Niño

P. ¿Alguien sabía que iba a ir usted allí?

R. Nadie. La policía estaba vigilando, creo, las casas de todos mis familiares más cercanos.

P. ¿Qué cargo ocupaba usted dentro del grupo político?

R. Alto.

P. ¿Todavía no lo puede decir?

R. Sí puedo. Era el responsable de propaganda de toda la zona centro de España. Era una especie de director de comunicación y de las tipografías clandestinas que disponíamos. Editábamos revistas, pasquines, libros prohibidos de Mao y de Lenin.

P. ¿Qué querían saber en la Dirección General de la Policía, en la Puerta del Sol?

R. Ellos tenían mucha información de mí. Cuando me estaban trasladando a la Puerta del Sol desde el barrio de Vallecas me dieron un dato por el que supe de forma incontestable que alguien había hablado. Y es que un mes antes, había habido un congreso en la frontera entre Italia y Suiza al que yo fui. En el viaje, había parado en Montpellier a dormir con unos camaradas y cuando me detuvieron y me llevaban a la Dirección General de Seguridad me preguntaron: “¿Qué tal en Montpellier? Al menos aprovecharías e irías a ver El último tango en París”. Y me dí cuenta de que alguien se lo había contado.

Cuando me estaban trasladando a la DGS de la Puerta del Sol supe de forma incontestable que alguien había me había delatado

P. La violencia que sufrió, ¿empezó desde el primer momento?

R. Sí. nada más llegar. Nada más llegar.

P. No le dejan ni...

R. Nada. Primero te dan una buena tunda. Al menos a mí. Casi sin hacer ninguna pregunta. Entonces, me bajaron a los calabozos y a la media hora me subieron, ya con preguntas. Y yo lo negaba todo, todo, todo. Y así estuvimos desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente.

P. ¿Cómo conservaba usted la conciencia del tiempo en esas circunstancias?

R. Básicamente por el reloj de la sala de interrogatorios.

P. El tiempo se hace interminable.

R. Se hace interminable. Y lo único que haces es tratar de usarlo para cargar las pilas y decirte que esos son tus enemigos y que no hay que facilitarles nada. Ni siquiera tu propia pertenencia a la Organización. Esa era una de las instrucciones que teníamos para evitar condenas.

P. ¿Se puede resistir respondiendo solo no, no y no?

R. Tengo mis dudas.

Tengo mis dudas de que se pueda resistir a la tortura

P. Se dice que una estrategia, cuando se está siendo interrogado bajo esas circunstancias, es ganar tiempo y mantenerse casi mudo para permitir huir a los compañeros que estuviesen fuera.

R. Esa era una técnica de los comandos de ETA que tenían la orden de aguantar 12 horas sin hablar. Y, a partir de entonces, para evitar torturas mayores, soltar todo lo que quisieran. Entendían que con ese tiempo, en círculos más rurales donde todos se conocen, se sabía perfectamente quién podía haber sido detenido. Y en esas 12 horas sería un plazo suficiente para ponerse a salvo.

P. En su caso, ¿cuáles eran las instrucciones?

R. Por descontado, no delatar a nadie y no reconocer la pertenencia a la Organización.

P. ¿Consiguió mantener esa directriz hasta el final?

R. No pude mantener que no pertenecía a la Organización. Se lo conté. Pero cometieron un error y fue escribir una declaración basándose en lo que yo les dije, que era miembro del Partido Comunista de España Marxista Leninista y que era un cuadro dirigente. La escribieron a mano, me la pusieron delante para que la firmara y la firmé. Pero estaba en tales condiciones que era imposible que yo la hubiese podido escribir. Estaba claro que la había escrito uno de los policías que me torturaron. La Universidad Complutense, cuando llegó el momento, llevó un perito calígrafo que demostró que mi letra no era la de la declaración. Lo cual me ayudó en el momento del juicio.

Nuestras directrices al ser detenidos era no delatar a nadie y no reconocer la pertenencia a la Organización

P. ¿Cómo quebraban la voluntad de la gente en la Puerta del Sol?

R. Torturándola. Físicamente, lo que creo que es más duro. Pero también psicológicamente. Mientras te torturaban podían decirte que tu mujer estaba ahí al lado con tus hijos. En otros casos, la tortura era meterte en un cubículo que daba, a través de un espejo, a otra habitación. Tú podías verles pero ellos a ti no. A través del cristal veías a alguna persona detenida que te conocía, que tal vez te hubiera delatado. Y estaba allí, en francachela, hablando relajadamente con los policías. Se esforzaban en que todo pareciera muy relajado y así te quebraban la moral. “Ese compañero es mucho más listo que tú, mírale qué bien está, incluso le hemos dado una copa, un café, lo que nos ha pedido. No seas tonto, si no vas a aguantar”, te decían. El maltrato psicológico es duro, pero sin duda alguna, el peor es el físico.

P. Palizas.

R. Sobre todo, palizas. Y corriente eléctrica en algún caso. Pero sobre todo, palizas. En zonas muy específicas del cuerpo. En mi caso, en las manos, la espalda y los pies.

P. ¿Cómo era Billy el Niño?

R. Era un psicópata. Pero era también un gran policía de una dictadura. Cumplía su propósito de no dejar títere con cabeza sin importarle horarios ni jornadas de vacaciones ni dormir o no dormir. Era un experto y con dedicación exclusiva.

Tras seis días en la DGS, en vez de llevarme a un hospital, me dejaron interno en la enfermería de la prisión de Carabanchel. Allí estuve 82 días de baja

P. En términos policiales, ¿era capaz de analizar las respuestas, crear conexiones, repreguntar, sacar conclusiones?

R. No, no, él era mucho más rudo. Él te empezaba a pegar a ver por dónde salías.

P. No era un analista.

R. No, los analistas estaban por encima de él. Era un experto en su función.

P. ¿Quién es peor, el que golpea o el que espera sentado en otra habitación a que alguien se quiebre bajo la tortura para estudiar su confesión?

R. El que golpea. Creo que es peor el asesino que quien lo ordena.

P. Todo el mundo coincide en que Billy el Niño, más allá de su profesionalidad como policía franquista, parecía disfrutar con lo que hacía.

R. Sí, era un psicópata al que además le encantaba cobrarse una pieza y conseguir que alguien declarase lo que fuera.

P. Una vez que supo que Billy el Niño era el que le estaba torturando, ¿era un refuerzo para usted no darle información justo a él?

R. Evidentemente. Cuanto más vas aguantando, te vas sintiendo más fuerte. Lo que pasa es que el cuerpo... Aunque mentalmente te sientes más fuerte, el cuerpo tiene un límite para el dolor.

Billy el Niño era un psicópata al que además le encantaba cobrarse una pieza y conseguir que alguien declarase lo que fuera

P. ¿Tuvo contacto con otros compañeros en la comisaría?

R. No. Ninguno. Aislamiento total.

P. En la enfermería de la prisión, ¿cómo pudo superar mentalmente lo que había pasado?

R. Primero, con la alegría de haber salido de aquella cueva de torturadores. Y también por saber que allí sí podía encontrarme con camaradas presos, hablar y contarnos las experiencias.

Billy el Niño cumplía su propósito de no dejar títere con cabeza sin importarle horarios ni jornadas de vacaciones ni dormir o no dormir. Era un experto y con dedicación exclusiva

P. ¿Tuvo miedo de que se lo volviesen a llevar?

R. No, pero hubo personas que se los volvieron a llevar y pasaron pánico. A mí no me ocurrió, pero hubo algún compañero que lo sacaron de la cárcel para llevarlo a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Y cuando nos enteramos, los camaradas nos declaramos en huelga de hambre y nos llevaron a celdas de castigo. Pero a nuestro compañero ya no le tocaron en la Puerta del Sol.

P. ¿En la cárcel no sufrió tortura?

R. Los periodos de celdas de castigo eran muy duros porque entrabas en una habitación de dos por dos, cerrada y sin luz las 24 horas del día, con dos comidas asquerosas al día y un cubo de agua para tus necesidades. No podías ni lavarte ni nada.

P. Estando en la cárcel presentó usted su denuncia contra Billy el Niño.

R. Sí, fue en la cárcel. Yo más o menos formaba parte del consejo de redacción de Cuadernos para el Diálogo y tras defenderme aquella primera vez Peces-Barba, en esta ocasión, el primer abogado que vino a verme, porque me conocía de la revista, fue Joaquín Ruiz-Giménez [primer director de la publicación]. Pero rechacé su ofrecimiento porque tenía otra idea de cómo llevar la defensa.

No confesar bajo tortura hace que mentalmente te sientes más fuerte, pero el cuerpo tiene un límite para el dolor

P. Era un demócrata-cristiano.

R. Sí, pero también había sido ministro con Franco. El caso es que volvió a verme Peces-Barba y le dije que la idea que yo tenía era enfocar el juicio como una denuncia de las torturas. Así que me mandaron a un penalista, Manuel Cobo del Rosal. A los tres meses, le dije que quería poner una querella por torturas y que eso era un aspecto ineludible para mí en el proceso. Me pidió una semana a ver si conseguía antes la libertad condicional y, al no conseguirla, cambié de abogado. A partir de entonces, me defendió Cristina Almeida. A ella le planteé la misma exigencia: denunciar las torturas, avalada por el informe médico de la prisión. Ella sí se prestó a tramitar la denuncia.

P. Denunciar torturas durante el franquismo...

R. Era complicado, pero en este caso había pruebas muy evidentes: estaban los informes de los peritos calígrafos que demostraron que no escribí mi confesión. Además, yo no era un simple estudiante, yo era un doctor y un profesor titular de la Universidad Complutense... Había razones que hicieron que esta vez, Billy el Niño no se escapara. Volví a verle de nuevo durante un careo en el tribunal de Orden Público, al que vino él y otros policías. Aquello fue muy tenso. Le dije al juez que me habían torturado, empecé a darles datos y el magistrado se veía en una situación muy violenta. No quería conocer los detalles...

P. ¿Reconoció en aquel careo a los policías que le maltrataron?

R. Sí, a los cuatro o cinco que me torturaron les reconocí.

Me defendió Cristina Almeida. A ella le planteé denunciar las torturas. Ella sí se prestó a tramitar la denuncia

P. Estamos hablando de los años 1974, 1975. Estando usted encerrado en Carabanchel, ocurre el asesinato de Carrero Blanco, el proceso 1001, los últimos fusilamientos...

R. Nuestro juicio se celebró diez días antes de los fusilamientos de los tres miembros del FRAP y dos de ETA de septiembre del 75. A los miembros del FRAP no les conocí personalmente, pero alguna vez sí coincidí con ellos en las visitas de los abogados.

P. ¿Y cómo se vive todo eso dentro de la cárcel?

R. Pues curiosamente, con la tranquilidad de que ya no te pueden coger y que estás a gusto al no tener que esconderte. Estás con personas de tu misma ideología. No tenías conciencia de haber cometido un delito, no existían regañinas ni problemas entre nosotros. Nuestra única interrogante abierta era cuánto tardaríamos en salir y si sería posible reanudar la vida profesional.

Le dije al juez que me habían torturado, empecé a darles datos y el magistrado se veía en una situación muy violenta. No quería conocer los detalles...

P. Y fue posible.

R. Fue posible de tal forma que he llegado a ser vicerrector de esta Universidad [la UCO] durante 10 años.

P. Y a lo largo de sus últimos 40, ¿le han asaltado los recuerdos, las imágenes?

R. Alguna pesadilla regresa de vez en cuando.

P. ¿Cómo le afectó a su carácter y a su vida diaria pasar por todo aquello?

R. Yo creo que a mí no me afectó especialmente. Para mal, no. Y para bien... De aquello me quedó una cierta coherencia y compromiso con los valores de la izquierda: la igualdad y la solidaridad. Eso ha permanecido y espero que permanezca toda mi vida.

P. Cuando abre los periódicos, ve los telediarios y comprueba la situación del país. ¿Qué piensa de la clase política? Lo pregunto, pensando en lo que vivió usted y sus compañeros.

R. Afortunadamente ahora, al menos, tenemos la posibilidad de cambiar enteramente a la clase política -que es lo que se merece- por otra nueva. En aquellos época, si querías cambiar a a la clase política o al régimen, debías esperar a que se muriese el dictador. O sacarlo con las armas, como se intentó ilusamente por el FRAP.

P. Si Billy el Niño llega a sentarse ante un tribunal argentino...

R. Iré.

P. Eso sí sería cerrar una etapa.

R. Eso será cerrar un recuerdo, la etapa se cerró mucho antes.

Alguna pesadilla regresa de vez en cuando

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