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SOFÁ, SANDÍA Y MUNDIAL: 1. Aquel gol de Puyol

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Antonio Agredano

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Si no hay movidas, no es España. 3-2 es un marcador terrible. Con ese marcador nos ganó Nigeria. Con ese marcador nos derrotó Chipre en el definitivo adiós de Clemente. 1998 no fue un buen año. Me saqué el carnet de conducir y me dejó Beatriz. Empecé Derecho. Me dejé el pelo largo. Me emborrachaba con jarras de tinto con limón en el Velouria. La Yayo tiene una carta de chupitos por horóscopos. Mi preferido era el Cáncer. Amaretto, Lima y Granadina. Con una bolita de chicle en el fondo. Mis resacas eran dulces.

Hierro estuvo en ambas derrotas. Ahora le ha tocado entrenar a España en un Mundial. En Francia´98 viví una experiencia única: una goleada triste. 6-1 ganamos a Bulgaria en un adiós florido. Fernando abrió el marcador de penalti en ese partido, en ese cuento gótico. El resto es crónica melancólica, manchas de tinta y espectros. Lo que pudo ser y no fue. Nada que no sea importante se celebra cada cuatro años, esa es la única verdad. Hoy empieza Rusia´2018. Mi décimo Mundial. Sin Lopetegui, pero conmigo en el sofá. De mi sandía y mi tele no hay quien me cese.

Rusia-Arabia Saudí es el partido inaugural. No suena especialmente divertido. En la planta de arriba del Centro Comercial El Arcángel, artista antes conocido como ´El Eroski´, había una tienda llamada Trece. Había ropa moderna y molona. Me compré una chaqueta rojísima con el CCCP en el pecho y una hoz y un martillo en la manga. Ni tan mal. Me la llevé puesta. No había aún salido del edificio cuando un señor me dijo: “¿No te da vergüenza?”. Le miré con extrañeza juvenil. “Esta gente mató a muchos inocentes”, dijo, señalándome las siglas de mi sudadera. Ese hombre, sin saberlo, estaba inventando Twitter.

Rusia es una selección nostálgica y desubicada. Es uno de esos partidos en los que a uno le apetece ir con el árbitro, pero es argentino. Así que obligado a elegir, iré con Rusia. Es propio de periodos mundialistas lo de hacerse hooligan efímero de alguna selección centroamericana o africana. O ex-soviética, claro; que el bolcheviquismo también es un forma de exotismo. Una cosa interesante del partido de hoy es que el árbitro se llama Néstor Pitana. El que pita se llama Pitana. Es como un bombero llamado Luis Manguerazo o un médico llamado César Bisturini. Todo está en Mortadelo y Filemón, mi educación sentimental de lagartijas atropelladas y entradas secretas.

No tengo nada contra Argentina, aclaro, salvo que sea tiempo de Mundial. De hecho soy una de las dos personas de nacionalidad española que de vez en cuando se aprietan un fernetcola. Los argentinos son un enemigo a batir. Tienen un delantero con sobrepeso, motivo más que suficiente para respetarlos. Son muy suyos, eso sí. Argentina es como la Cañero de Sudamérica. Hay selecciones peores. Bélgica, por ejemplo, que son unos suavones. O Alemania, que es como ese alumno que siempre levanta la mano y dice “yo, yo” para responder el primero.

Creo que el “por cojones” es como la sexta marcha de España. Cuando ya el coche no tira más, metes en la palanca el “por cojones” y aceleras un poquito más, aunque el destino sea incierto y el vértigo te revuelva el estómago. En este país se han hecho muchas cosas por cojones. Tantos años de dictadura, por ejemplo, no se basaron en la tertulia y el té de sobremesa sino en ese noble oficio de poner los huevos encima de la mesa para evitar más preguntas. Hablando de cojones, me acuerdo de mi amigo David que se los rasuró por estética pornográfica. Quedamos en La Habichuela de botellón y se los sacó allí para enseñárnoslos como quien se hace un tatuaje y muestra el plástico con orgullo. Todo en 1998. Qué año más extraño. Compré mi primera botella de whisky en un Más y Más. La mezclamos con Casera Cola, que era más barata. Tengo el estómago más duro que la rodilla de un camello.

Yo no digo que Rubiales echara a Lopetegui por sus cojones, pero desde luego muchos de los que le aplauden admiran su plúmbea testicularidad. Yo no suelo aplaudir las decisiones irreflexivas y dignas, porque siempre sospecho. Creo que Rubiales le ha pegado en la mejilla de la Selección Española una hostia al Real Madrid. Y me parece bien. Allá cada cual. A mí ninguno de estos me va a quitar las ganas de ver a España, lo entrene Hierro, Pedro Mari Zabalza, Manolo el del Bombo o el Dioni dando instrucciones desde la banda con un traje de lino blanco. Un Mundial no es algo que deba estar sometido a la intriga palaciega.

Yo no hubiera destituido a Lopetegui. Sus formas fueron chapuceras y Florentino se ha comportado como siempre, ladino y receloso. Pero creo en la profesionalidad de ese señor que dejó a Italia en la cuneta y nos ha traído con brillantez hasta aquí. Despedirlo en el felpudo no es un acto de dignidad, sino de indignidad. Y esos valores que esgrime Rubiales habría que fijarlos en negro sobre blanco, porque esto puede acabar con un “es que en mi casa se juega así” que no llevará a nada bueno. Como dice mi amigo Cortina, “lo guay del fútbol es que luego entra la pelota y qué más da”.

En cualquier caso, no podemos obviar que el antimadridismo cimenta España. Como en su día Verano Azul o Gran Hermano I. Contra eso no puede uno luchar, ni debe. Sólo observar desde un costado, comiendo pipas, mirando el campo con desapego. Con forzado distraimiento.

Mañana debuta España contra Portugal. Derbi ibérico. Ibéricas: buenas penínsulas, mejores paletillas. Espero que Hierro se limite a llamar esta noche a Lopetegui. “Hola, Julen. ¿A quién saco?”. “Tú sabrás”, dirá Lopetegui. “No te pongas así, hombre. Que ya sabes que a mí esto me duele más que a ti. Si tengo un mal cuerpo que no veas con los nervios”. “A ver, ¿tienes papel y boli a mano? Te voy dictando…”. Espero que a Hierro no le dé por ser entrenador. Que no haga probaturas. Fernando, esto es un Mundial, no El Hormiguero. De Hierro hay que recordar su célebre frase: “Salvo los tres goles, no hemos concedido mucho” tras un Almería 3-Oviedo 0. Con que motive a la plantilla me vale. Hierro, una cosa más. Gasta cuidado: ya es tarde para ser Arrigo Sacchi, pero siempre hay tiempo para convertirse en el nuevo Iñaki Sáez.

Cuando los jueves tardo en publicar me escribe Santi al correo. “Tío, no seas holgazán, que quiero leerte”. Me hace ilusión. Que me lea y que me escriba. Conservar a los amigos me está resultando muy complicado. Más que de niño mantener con vida a los gusanos de seda. He perdido a más amigos que dignidades saliendo por la puerta del Automático.

Le tengo que decir a Santi que uno de los más bonitos recuerdos que tengo de un Mundial fue en la terraza de su casa. La semifinal de Sudáfrica´2010 entre España y Alemania. El gol de Puyol. En ese justo instante fui feliz sin matices. No por el gol, sino por quienes estábamos allí. Un puñado de parejas felices juntándose para beber, comer y reír. Celebrando muchas cosas, algunas victorias íntimas, remontadas en el último segundo. Me sentía como volviendo a pisar el césped tras una rotura de ligamentos. Tras una peregrinación oscura. El fútbol es una metáfora de nuestra existencia. El fútbol es una suerte de reencuentros. El fútbol es lo que somos. La pantalla esmeralda es, en realidad, un espejo.

Ese día ganamos y nos abrazamos y volvimos a casa ella y yo, borrachos y plenos, caracoleando con el futuro, abrazados y únicos. Luego el bombardeo y las ruinas. Luego las mudanzas, las despedidas, la supervivencia. Guardar el poco dinero en un libro. Observar un salón vacío. Sus cajas en la puerta. Un ruptura amorosa es peor que un empate sin goles cuando sólo valía ganar. La tele apagada. Dormir en el sofá por no soportar el glaciar de la que fue nuestra cama. La camiseta de la selección española arrugada en un armario.

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