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La patria es transparente

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Antonio Agredano

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En el año 2000, Francisco Umbral publicó un artículo titulado ´Raza y voz´ en El Mundo con el que rebatía el concepto de nación de Arzalluz. El político vasco hablaba de raza y lengua para definir su nacionalismo y el periodista proponía una lectura más flexible de lo que somos fronteras adentro. “Una nación no es necesariamente el adunamiento monótono de los mismos, sino la capacidad social y política de asimilar y molturar todo lo que va llegando por vía guerrera o comercial o puramente vivencial”, dejó escrito.

Andalucía, según Pedro Sánchez, no merece el trato de nación. No sé si lo suyo fue estrategia, torpeza o pura ignorancia. Ahorraré a los que me leen un alegato elevadísimo y gritón acerca de lo que amo este palmo de terreno. También evitaré el victimismo embarrado, los golpes en el pecho y los excesos vocingleros y folkies. En ningún caso discutiré con alguien por definir como nación a lo que yo siento mi tierra, como no llamo bien inmueble a lo que siento como hogar. Cuando las palabras son una jaula hay que romper los barrotes cuanto antes. Cuestión de prioridades. O despreocupación. Quizá Sánchez y este nuevo socialismo aburguesado y desbravado entienden la nación más como una urna donde meter autenticidad y menos como una calle transitada. Yo soy de los segundos, como dice Umbral, “esto suele ser lo que nos reprochan por ahí para negar hasta la palabra «España», sin reconocer la capacidad de absorción de esta tierra”. Esa “nación de naciones” como una acongojada y esperpéntica explicación de lo que no sabe explicarse.

Ayer en Cataluña se votó, en sonrojante intimidad, el oprobio. Hoy, como un paranoico, encuentro sospechosos en cualquier parte. Culpables, cooperadores necesarios, cómplices de la ignominia. Irresponsabilidad independentista, sí. Pero también hermetismo gubernamental. Ceguera, sordera, insensibilidad, Rajoy como un tentetieso, un circo social a ambos lados de la frontera y un trincherismo tragicómico en la antigua y en la nueva prensa. Banderas robadas, himnos y amenazas en todas las direcciones. No puedo negar el nacionalismo catalán, pero si cuestionaré sus maniobras. Esto, por lo visto, me convierte en un fascista. Porque vivimos tiempos en los que cuestionar lo que somos es más importante que fijarlo. Ya nada vale. Ni las instituciones, ni las leyes, ni los tribunales, ni del que vende pan puedes fiarte ya. España se ha convertido en un Cluedo viviente, donde el silencio es recibido con aplausos y las opiniones con abucheos. Un país viejo, gruñón y perezoso. Un país incapaz de sortear las curvas, que avanza recto llevándose señales y quitamiedos por delante.

Cuando leí eso tan bonito de Ley de Transitoriedad pensé en la poética protección jurídica del derecho a sentirnos pasajeros. Livianos. Perecederos. Ser transitorio es pisar sin levantar polvo y anclarnos en cosas mundanas. “Hay cosas más importantes en las que pensar” dicen los que no tienen nada importante que decir acerca de las cosas que nos preocupan.

El nacionalismo no me quita el sueño pero sí la fractura, el odio macerado, eso tan escalofriante a lo que llamamos “bandos”. Ser transitorio me obliga, por pura supervivencia, a no perder el tiempo con quien no quiere escuchar y sólo repite proclamas prestadas. Los bandos me acercan a esa idea, pesada, espesa, del choque. La de dos enormes bloques de hormigón que se miran sin derrumbarse. Sin un pestañeo de persianas. Sin un mínimo temblor que cuestione la fiabilidad de sus pilares.

Odiar une. Hay en los enemigos una idea de lo que somos. España siempre ha sido un sitio estupendo para pegar pedradas a los aviones. Aquí desconfiamos de lo que vuela. El fútbol es un trasunto minúsculo de todos nuestros temores. El rival. Las expresiones bélicas. Tormentas en el vaso, batallas en un rectángulo de 75 por 110.

Mi nacionalismo es sutil. Doméstico. Blandamente político. Más rural que urbano, más piel que huesos. Mi nacionalismo es mi abuelo cavando el Pozo Mohíno y mi abuela yendo al mercado de la Corredera. Un puñado de poetas. Aes en todas partes. Una Córdoba cercenada por el tiempo, una Málaga invadida con dulzura, una Sevilla laberíntica y autárquica. Temo a los bandos porque son dos ciegos a garrotazos. Propaganda y no libros, banderas en los balcones en lugar de manteles sobre los que compartir vino y sobremesa.

No está siendo fácil para quien no se siente orgulloso por la casualidad de un nacimiento. Son las mujeres y los hombres los que hacen la cultura y no la cultura la que moldea soldados de barro. No está siendo fácil para el que respeta sin haber sido respetado. Como andaluz me asomo a la terraza porque he oído un ruido en la calle. Un ruido ensordecedor y molesto. Peor que un camión de basura, peor que una pelea de borrachos. Turbamulta bananera.

Ayer, mientras España se enfrentaba a sus fantasmas, el Córdoba vestía de rosa en un partido de Copa del Rey. Jugaba contra el Lorca. Ganamos. No jugamos bien pero ganamos. Niego que el fútbol sea opio para el pueblo pero ayer dudé. Evité informativos y periódicos. Me zambullí en cada gol como un niño que se enfrenta a las olas por vez primera. Estoy cansado de que cada palabra entierre mis botas en una de las trincheras que ahora cicatrizan este inesperado campo de batalla.

El Córdoba viste de blanco y verde. Como la bandera de Andalucía. Quiero creer que no es casual. Blanca y verde dice el himno de Blas Infante. De las banderas sólo sé que tapan el desnudo de una población famélica. De los himnos sólo sé que siempre suenan más alto que las ideas. No creo en un referéndum escuálido. No creo en un nacionalismo impostado. Creo en una patria humana y trashumante. Que dinamite las fronteras. Una patria transparente. Ser andaluz no tiene nada que ver con nacer en Andalucía. España es una quimera y Cataluña es la quimera de la quimera.

Los hay que pegan más voces que yo pero aquí he querido decirlo todo. Estoy asistiendo a un teatro siniestro. Tengo miedo a que el debate se encone y se pudra. También estoy cansado. “Estoy cansado de las casas, prontamente en ruinas sin un gesto; estoy cansado de las cosas, con un latir de seda vueltas luego de espaldas”, escribió Cernuda. Tengo miedo a que el panfleto sustituya al argumento. Las ideas son compartidas o no son. La política es acuerdo o asesinato. Dios me libre de las hipotecas, de las palmadas en el hombro y de los desconocidos que te piden un favorcillo porque a ti qué te cuesta. Dios me libre de las banderas, de la autenticidad, de las búsquedas salvajes. Dios me libre de los gurús, de los portavoces que maquillan con dignidad su servidumbre. Dios me libre de Dios mismo. Ayer veía el fútbol ajeno al mundo y paseaba entre las trincheras como una bailarina que de puntillas intenta no mancharse las medias de barro.

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