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Querido Alejandro

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Antonio Agredano

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Querido Alejandro:

Cuando un cordobesista dice “mi Córdoba” lo dice con la convicción, pueril, de que es suyo. Ya sé que las leyes dicen otra cosa. Faltaría más. Pero esa sensación de propiedad y pertenencia no es algo que pueda borrarse sacudiendo unos papeles delante de nuestras narices. Cuando decimos “mi Córdoba” lo hacemos con una pasión caníbal, excesiva y disparatada. Que no entiende de activos patrimoniales. Que sólo chapotea en sus colores con el espíritu de un niño que salta por primera vez en los charcos.

La grada es un bosque macabro. No tienes que convencerme. Lo sé. Vivo ahí. Entre los árboles y sus fantasmas. En la espesura. Somos muchos pero estamos solos. Cuando llega el gol rival, la vida se nos deshace entre los dedos. No es la vida que uno desea para sus hijos, pero no seré yo quien cambie de rumbo. Este dolor que uno decide a cambio de nada. Esta entrega sin ojos. El fútbol es una picadora de almas. Envilece y devora. Sepulta la bondad. Nos arruga la piel, agosta la frente, agarrota los dedos. Cuando marcan los otros, el silencio lo envuelve todo. Y luego llegan la rabia, la culpa y una vergüenza viscosa, infantil, implacable.

El dinero es importante, pero el fútbol es más importante que el dinero. Suena ingenuo, pero créeme, no lo es. Con el dinero puedes comprarte una casa enorme, con piscina y barbacoa de obra. Neveras de dos puertas. Un todoterreno negro. Puedes viajar a Nueva York una vez el año. Puedes comprarte corbatas suaves y zapatos brillantes, televisores gigantescos, el iPhone y la Play 4. Puedes comprarte hasta un club de fútbol. Pero hay algo que jamás podrás comprar con dinero: la fe en un equipo. La afición. El ritual de los domingos.

El Córdoba CF es una sociedad anónima. Es un nombre vulgar, pero tiene un apellido nobiliario: deportiva. Hay pasta, pero hay césped. Hay dividendos, pero hay goles. Somos clientes. No voy a debatirlo. Somos clientes: pagamos por un espectáculo. Pagamos por los goles y por el circo en los despachos, por esos números acrobáticos a espaldas del público. Pagamos por lo que vemos y por lo que no vemos. Por los domadores y por los payasos. Por lo pornográfico y por lo sutil. Por lo extraordinario y lo chabacano. Por el fútbol y por la ópera bufa.

Pero no olvides que en cada función a nosotros nos va la vida. Somos clientes, lo acepto, pero que no se note. No tires del telón para enseñarnos el culo de los actores. No te cueles en el final de Lo Que El Viento Se Llevó para explicarnos que todo es una película, porque ya estamos llorando. No vayas a confundir la clientela con el servilismo. Y lo que es más importante, guárdate de confundir nuestra presencia en el estadio con nuestro consentimiento para vuestros tejemanejes. Llevamos muchos años poblando las gradas y estamos curados de espanto. Somos abonados del Córdoba, no del negocio de la Familia González.

No vayas diciendo por ahí que somos lo que pagamos porque yo al Córdoba no le pago con dinero, sino con trocitos de mi existencia. Con mi corazón. Con mi fuerza, mi tiempo y mis ilusiones. Sólo tengo una vida, Alejandro. Algún día palmaré y no habrá luces al final del túnel, ni recuerdos encendidos, ni historias arrebatadas. Moriré y me quemarán y a otra cosa. El hoyo y el bollo. Por eso estoy eligiendo muy bien a qué dedico lo que soy: a mis padres, a los que le debo todo, a mis hermanas, que son parte de mí, a María, a la que beso cada mañana antes de enfrentarme a la hostilidad del mundo, a Fidel, mi hijo, que aún no ha nacido, pero que será cordobesista, porque así deben ser las cosas; y a mi equipo de fútbol. El que circunstancialmente presides. Del que te lucras. Porque si yo soy tu cliente, si así son las empresas por más que nos duela, no me negarás que le pegas un pellizquito a la telera todos los meses. SAD. Las siglas del escarnio.

Me animo a escribirte esta carta porque sé que la leerás. Si estáis pendientes de los tuits, doy por sentado que también andaréis leyendo lo que los medios de la ciudad tienen a bien decir de vosotros. No es vanidad, lo juro. Nunca fui de brindis al sol. Tengo mi público, no lo niego, pero estas palabras son exclusivamente para ti. Con el respeto debido: creo que te equivocas. Un padre es un padre. Mataría por el mío y entiendo que en la defensa del tuyo a veces te toque defender con uñas lo que en otras circunstancias tratarías con caricias. Pero si estáis decididos a continuar con el proyecto, si, desoyendo a buena parte de vuestros clientes, entre los que me incluyo, seguís sirviendo ensaladilla amarillenta, gambas resecas, cañas sin gas y pan duro, quizá deberíais apuntar estos humildes consejos.

El Córdoba somos nosotros. Vosotros sois gestores de un sentimiento. Los sentimientos, sobra decirlo, son anárquicos, mudables y únicos. Eso deberían habértelo advertido antes de coger las riendas de este obtuso e impulsivo club. No vamos a callarnos porque no podemos callarnos. Porque hablamos del Córdoba como algo propio. No decimos “el club de Alejandro del que soy cliente”, sino “mi Córdoba”. Parece una obviedad, pero dale una pensada. ¿Qué límite podemos marcarnos si tenemos la sensación, jurídicamente falsa, lo sé, de que el Arcángel es nuestra casa, los futbolistas nuestros compañeros y la grada nuestro corazón? ¿Qué mesura puede tener un cordobesista que teme a la derrota, que jalea y grita y llora y sufre y embarga sus domingos, y arrastra a sus hijos al campo, y busca el partido en el bar y pide por favor al camarero que le ponga el partido ya esté en Fátima, en Cañero, en Huelin, en Cáceres o en Triana? ¿Cómo puedes, Alejandro, valiente y torero, decirle al cordobesismo a qué debe aspirar o con qué puede soñar? ¿Qué sabe un Excel de escudos, congojas, fracasos, derrotas que no se olvidan, victorias tatuadas, playoffs, centroschut, invasiones de campo, futbolistas celebrando en el fondo abrazado a unos pocos, Koki rodando por el suelo, una cabalgada de Florin, un testarazo de Javi Moreno, una entrada limpia de Navarro en el último minuto?

El otro día, en la televisión, te vi perdido. A veces enfadado, otras cansado, casi siempre ajeno a la mecánica celestial de este deporte maldito. No debe ser fácil. No es plato de buen gusto. Yo daría todo por estar en tu lugar, por llevar las riendas de mi club. Pero la pasta no me alcanza. A ti tu padre te legó un equipo de fútbol, yo a mi hijo le legaré, si no arde antes, una nutrida biblioteca. Ojalá el Córdoba y no un puñado de libros. He aprendido más en El Arcángel que leyendo. La literatura está bien si no hay partido. Si el balón rueda, las letras huyen despavoridas. No somos fáciles. Cada uno, de nuestra madre y de nuestro padre. A veces, ni siquiera nos llevamos bien entre nosotros. Una vez me riñeron por comer pipas y cuando hay gente que aplaude en el himno, otros les silban. Unos reprochan el madridismo a otros, hay movidas todas las semanas: por los viajes, por los futbolistas, por las peñas… Quiero creer que es parte de nuestro encanto. Somos ingobernables, como galos de andar por casa.

Por eso digo, Alejandro, de corazón: yo prefiero que te vayas y venga otro que sepa hacerlo mejor. Pero si te quedas: piensa lo que haces. No nos tomes el pelo. Sé tú. Toma conciencia de lo que tienes entre manos. El otro día escuchándote noté que a veces dudabas, como si de repente recordaras Vietnam. No te soliviantes. Trata de entendernos. Estamos todos en el mismo barco. Pero, o remamos en la misma dirección, o no tendremos cojones de salir del puerto.

No descapitalices al club, como trató de hacer tu padre. Confía en los que saben. Si Carrión sigue, genial. A mí, particularmente, me gusta. Toreó en una portátil pero con tiempo y una buena plantilla, confío en su capacidad. Yo soy esclavo de mi silencio y dueño de mis palabras. Por eso digo lo que digo mientras otros callan. Nos guste o no, estaremos con Carrión cuando empiece la temporada, así es el fútbol. Hay menos rencor del que parece. Si el nuevo Director Deportivo tiene un plan, hazle caso. No le negocies. No le regatees. Sé generoso. Piensa en el club, piensa en nosotros, piensa en la grada, piensa en tu gente. Piensa en la ciudad, en esa procesión funesta camino del estadio, las venas blanquiverdes del Arenal. Piensa que tu empresa es una empresa de fútbol y que sin fútbol, no hay empresa. Podemos subir esta temporada. Soñar es parte del escudo. Mira al Huesca, o al Girona, o al Leganés, que ahí sigue. Y mira al Elche o el Mallorca. Yo no sé si te gusta el fútbol, pero si te gusta, mírate en el espejo y piensa: este año será mágico. Repítelo: este año será mágico. Sacúdete la sombra de tu padre, lo nuestro con él ya es irreconducible. Pero ahora estás tú y haremos un esfuerzo. Todo el mundo merece una oportunidad. El verano es muy largo. Cuando llega agosto el abono nos zumba en el bolsillo. Queremos goles, queremos a los nuestros. Como empecemos bien, aquí paz y después gloria.

Si no te vas a ir, si nos espera otra temporada juntos, de corazón: vamos allá. Tiende la mano, escucha, habla, siente, comparte, verbaliza tu plan. Deja que los medios entrevisten a los futbolistas, aprieta a Kappa para que hagan camisetas bonitas, inventa historias en los colegios con los niños. No esa chapuza de la India, por favor. Algo más puro, que cree identidad. Que miremos las noticias y sintamos orgullo de pertenecer al club que pertenecemos. Pónselo fácil a Incondicionales. Monta algo bonito con los veteranos. Somos patrimonio del club. No tenemos dineros, pero nuestro corazón extiende cheques irrechazables.

Estoy cansado, de verdad. Sé que tú también. Somos dos viejas esperando en el ambulatorio. Alejandro, el otro día en la televisión no estuviste bien. Nos hiciste creer a muchos cordobesistas que nuestro club, nuestros colores, eran un negocio vulgar. Y no es eso. Y tú sabes que no es eso. Que tú estás aquí de paso, igual que yo, pero antes que nosotros estuvieron otros y dentro de muchos años vendrán otros a sustituirnos. Quizá mi hijo, con su bufanda y sus amigos. Arrastrando los pies por la resaca. Ocupará su asiento. Quizá yo ya no esté, pero al pasar el torno recordará la primera vez que lo llevé al Arcángel. Mirará atrás y escocerán los ojos, porque la nostalgia está llena de cristales y por ella siempre caminamos descalzos. No sé si en Primera o en Segunda. En realidad da igual. De verdad. No es una cuestión de éxitos, sino de honradez. La honradez es parte de nuestro capital. La comprensión. Y el respeto. Respeto a los que vamos a renovar el abono, al precio que lo pongas. Respeto a nuestros rituales, nuestros talismanes, nuestros planes improvisados. Nuestras tradiciones. Camino del Arcángel. A ver a un club del que somos parte, como lo es su escudo, como lo es el despacho donde te sientas ahora, leyendo esta carta, que sólo pretende ser una mano abierta, un apretón de futuro. Hemos mirado al abismo y el abismo nos ha querido abrazar concupiscente.

No es paternalismo, no me leas así. Tampoco nos llevamos tantos años. Tampoco pretendo ser didáctico. Sólo es un paso para construir. También un poco de miedo. La Segunda B me despierta de madrugada. No quiero ir allí. No quiero ir allí y que luego ya sea tarde. En la entrevista del otro día empezaste fatal. Estabas dolido. Pero debes entender que esto no es nada personal, somos muchos los que pensamos así. Sólo queremos lo mejor para nuestro club y a veces nos ponemos muy fartuscos. Por eso, vamos a echar la pelota al suelo y vamos a mirar hacia delante con convicción. Esto es fútbol. Nadie te obliga a estar aquí. Pero si te quedas, si la próxima temporada seguirás siendo nuestro presidente, tómate un café con Campanero y confiésate. Y luego otro con Perico Campos. Hay gente que te daría ideas gratis, porque sí, porque les duele lo suyo. Con Paco, Toni, José María, Carlos, Alberto o Rafa. Y si estás harto de café, un helado en el David Rico. Pero reconduzcamos esta situación. Por eso, Alejandro, perdona las confianzas, pero si te quedas aquí, sólo te pido respeto. Respeto al Córdoba y al cordobesismo. Respeto a la grada y a los futbolistas. Respeto a la ciudad y sus instituciones. Respeto al pasado y, sobre todo: respeto al futuro.

Siempre tuyo.

A. Agredano

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