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¿Azúcar? ¿Sí o no?

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Vanesa Cortés

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"El azúcar es el combustible de nuestras células".

"El cerebro necesita azúcar".

Frasecitas martilleantes que hemos defendido a capa y espada porque en su día hubo un anuncio televisivo que en mala hora llegó a nuestras pantallas que decía: “Que no te amarguen la vida: ponle azúcar”. En este anuncio sólo se fijaban en las calorías, recalcaban que tenía solamente 16 ical. por terrón y con ello justificaban su inclusión en el café. ¿Lo recordáis? Yo a diario, porque “un poquito no hace daño” y “no tiene tantas calorías” caló tanto que a día de hoy todavía cuesta cambiar ese eslogan.

Es cierto que el organismo necesita combustible, pero no en forma de azúcar, sino en forma de glucosa, proteínas, grasas y demás nutrientes. El cuerpo es un todo que funciona en sincronía y está perfectamente diseñado. Nosotros somos los que voluntaria e involuntariamente lo estropeamos.

A través de la fruta, verduras, legumbres, carne, pescado, huevos y cereales integrales el organismo ingiere el combustible necesario para su funcionamiento. Es realmente listo y está tan bien diseñado que se encarga de fraccionar las moléculas, enviarlas donde son necesarias y almacenarlas para su uso posterior. Este sería el paradigma ideal, el consumo de alimentos de verdad sin añadidos y creaciones sustitutas y con falsa apariencia.

En la actualidad, los azúcares añadidos son los responsables de una gran variedad de patologías o de futuras dolencias. Están incluidos en todos los productos procesados y ultraprocesados como galletas, bollería, algunos cereales y panes, refrescos, salsas, embutidos, refrescos, etc. Y producen desequilibrios físicos y mentales en el organismo.

Ante esto, la industria, que es realmente lista y sabe de la dependencia que este tipo de productos tiene en nuestra alimentación, y de la mala campaña que está empezando a tener el azúcar blanca (sacarosa), ha reaccionado elaborando sustitutos y recuperando otros, que son promocionados como más sanos, tienen el sello ECO o natural y “no refinado” y de esta forma siguen potenciando nuestra apetencia por el dulce y la gran palatabilidad que generan estos productos. Me refiero a:

- Miel: a la que se le atribuyen propiedades milagrosas y que está compuesta de glucosa, fructosa y no hay evidencia científica que demuestre sus magníficas propiedades curativas y nutricionales.

- Sirope de ágave, de arce, de maíz. Son el mismo perro con distinto collar.

- Azúcar moreno, que no es otra cosa que azúcar blanca “coloreada” con sirope.

- Azúcar integral “natural” o “panela”, que te la venden como la panacea de la salubridad porque al no estar refinada guarda algunas vitaminas y minerales en su composición. Siento decir que la cantidad es tan mínima que tendríamos que tomarnos una gran cantidad para que se produjeran esos beneficios y que no es otra cosa que azúcar, ya sea ecológica o hecha a mano como los roscos que hace mi madre en Semana Santa.

En consecuencia, y después de todo esto, soy muy consciente de la gran adicción que genera el azúcar, y para ello os animo a ir acostumbrando el paladar poco a poco. No lo hagáis de golpe. Si estáis acostumbrados a echarle dos cucharillas al café, pasar a una y media, y a la semana a una. Es todo cuestión de educación. Evitar la bollería industrial y productos procesados que tengan entre sus ingredientes el azúcar camuflado de diferentes formas.

Tomar la fruta madura para percibir el sabor real de la misma y mejor entera que en zumos, ya que al abandonar la fibra ingerimos una gran cantidad de fructosa que provoca un pico rápido de glucosa en nuestro cuerpo.

Y recordad, por mucho que se camufle bajo la etiqueta de “sano”, “ecológico”, “bajo índice glucémico”, “apto para diabéticos”, “sin refinar” y “de producción local” sigue siendo azúcar, con diferentes nombres, mismo perro con distinto collar.

Y evitad premiar a los niños con chucherías, magdalenas, bollitos, berlinas, crema de cacao, avellanas y azúcar, porque aunque lo hagáis con buena voluntad, en el fondo no los beneficiáis.

“La sociedad está dividida en dos grandes clases: la de los que tienen más comida que apetito y la de los que tienen más apetito que comida”. Chamfort.

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