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Patricia Simón: “El periodismo me da el espejismo de sentir que estoy haciendo algo, de combatir la impotencia”

Entrevista N&B a Patricia Simón, periodista

Marta Jiménez

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Patricia Simón también es una mujer en tránsito. La diferencia con las migrantes a las que tanto ha escuchado y cuyas voces sigue ayudando a difundir, es que a ella, como seguramente a usted y a mí, le tocó la lotería de nacer en este lado del mundo. Por eso sus viajes no buscan derechos y oportunidades, si no, tal y como apunta en el titular de esta charla, darle patadas a tanta impotencia.

Reportera especializada en derechos humanos y escritora, tras dos décadas recorriendo el mundo y contando historias con nombres propios y causas globales, la periodista malagueña publicó obras como Miedo.Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio (Debate, 2022) y Lo que la guerra transforma (Flash, 2022). Transitando también por la libertad y la precariedad del periodismo independiente, se le puede seguir el rastro en medios como La Marea, 5W, Cadena Ser, Carne Cruda, Univision y El País.

Entre un viaje a Asturias y otro a Sudán, Patricia pasó por Córdoba invitada por la Fundación EMET para participar en una charla sobre migraciones dentro del ciclo de cine, Otras realidades sociales, y tras la proyección de 14 kilómetros, de Gerardo Olivares. El eco de su discurso poderoso, reflexivo y bien hilado en la sala principal de la Filmoteca tiene a continuación una elocuente réplica.

⁠Quienes trabajamos en derechos humanos nos hemos regodeado mucho en el testimonio del dolor

PREGUNTA (P). Olivares fue el primer director español en ganar la Espiga de Oro en Valladolid, en el año 2007, con una historia sobre personas migrantes que mezclaba ficción con personajes reales. La película despertó muchas conciencias entonces ¿Siguen teniendo el mismo poder las historias individuales de quienes intentan llegar a nuestras costas buscando una vida mejor?

RESPUESTA (R). Yo creo que tanto como entonces no, porque han pasado 17 años, porque hemos contado millones de historias, porque hay una saturación de las historias individuales y porque las migraciones las hemos contado mucho desde el padecimiento, no las hemos contado desde la cotidianeidad, en cómo sobrevivir una vez que llegas. Entonces, hay un agotamiento también de la etiqueta inmigración. Y creo que hay otro problema y es que el significado que se le ha dado a inmigración depende de qué hayas consumido durante los últimos años. Entonces, cuando yo pienso en inmigración como concepto pienso en personas con muchísimo arrojo, que son capaces de asumir riesgos para mejorar sus vidas. Hay personas que han consumido otro tipo de productos informativos, que cuando piensan en el concepto inmigración piensan en un chaval que es un delincuente, que viene a robar y que probablemente pueda violar a su hija. Es muy difícil que bajo esa etiqueta de inmigración podamos establecer un diálogo y que pueda interesarle algo que yo cuente y que es una historia de inmigración. Por eso ha llegado el momento de contar historias comunitarias. Cómo es la vida en los barrios donde hay gente de muchísimos orígenes que, en muchos casos, luchan por las mismas necesidades y dificultades y que no todas tienen que ser extranjeras ni todas tienen que estar en la peor de las condiciones. Y cómo hay unas dinámicas de supervivencia. Creo que ahí mucha gente se sentiría mucho más interpelada. 

También, porque creo que hay mucha gente que se siente herida porque no ha tenido la oportunidad de contar su historia y siente que su dolor no es suficientemente traumático o interesante para atraer la atención de los periodistas. Es decir, si tú eres Francisca, que tienes una pensión mínima y tienes un nieto a tu cargo porque tu hija es familia monomarental y no le da para el recurso, esa historia no va a tener supuestamente cabida en los medios de comunicación porque no es la peor de las situaciones, pero esa mujer está pasando por muchísimas cosas. Creo que poder contar tanto lo bueno como lo malo sana porque te hace sentirte reconocida socialmente y por eso me parece que es mucho más importante empezar a cruzar las historias de la convivencia y creo que ahí sí podemos llegar a gente que no son los convencidos.

P. Por tanto, todavía somos capaces de empatizar.

R. Yo creo que sí, creo que cuesta más porque estamos repitiendo los mismos patrones, pero eso también nos pasa a las periodistas y a los periodistas. Es decir, hay historias que eran muy importantes que contásemos, que las hemos contado mil veces y que si tuviéramos que contarlas ahora quienes llevamos muchos años trabajando en estos temas, nos daría pereza porque sentimos que ya lo hemos contado, que ya sabemos cuál es el patrón de conducta. Y ya cuando a ti no te interpela o no te atraviesa, a veces vuelven a contarlo y se vuelven a indignar con la pobreza energética o con un desembarco o un naufragio. Pero, más allá de esos temas que hemos repetido mucho y que a veces decimos, qué aburridos son los medios de comunicación o por qué no se leen. Yo creo que muchas veces repetimos la misma historia, que nos falta imaginación para contar desde otro sitio, que no creo que la pena y el dolor sean la única fórmula de contar lo que nos pasa. Creo que a veces le da más reputación al periodista solamente contar el dolor que contar la lucha o contar los avances o contar las conquistas. Y creo que ahí, quienes trabajamos en derechos humanos nos hemos regodeado mucho en el testimonio del dolor y creo que a la gente le llegamos ya por otro tipo de historia. 

⁠Las mujeres migrantes siguen creyendo más en la Unión Europea que muchas de nosotras

P. El programa Ödos es una iniciativa innovadora en España desde Córdoba dirigida a proteger los derechos de las mujeres, niños y niñas en movilidad ¿Cómo trabaja y qué ha conseguido?

R. El programa, puesto en marcha por la Fundación EMET en Córdoba, fue un piloto muy innovador que crearon mujeres que venían de diferentes ámbitos y que identificaron un problema: que había peques que llegaban en las pateras con las mujeres, que no se les hacía prueba de ADN y no se sabía si eran hijos o sobrinos o lo que sea de ellas. Entonces, necesitaban un tiempo donde reconstituirse y recuperarse física y psicológicamente.

Es un centro para acompañar y acoger a las mujeres que llegan a las costas españolas con menores a su cargo, para que en el tránsito que hacen desde que desembarcan hasta que se les documenta, hasta que esté todo en regla, estén en un espacio seguro donde se puedan informar sobre cuáles son las necesidades con las que se van a encontrar en el futuro. Como dicen siempre en Ödos, las mujeres migrantes para sobrevivir en el viaje necesitan ser invisibles para ser menos agredidas, para ser menos explotadas, para sufrir menos riesgos y cuando llegan aquí lo que les salvaría es hacerse visibles, empadronarse, documentarse, para que la gente sepa dónde están, que los niños tengan la documentación, que estén escolarizados. Y como lo que les ha hecho sobrevivir es ser invisibles, tienes que explicárselo muy bien. Por qué las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado en otros países son los agresores, por qué los gobiernos son los que las extorsionan, por qué vienen huyendo de falta de derechos en muchos casos y ellas vienen buscando derechos y esos derechos los van a encontrar si saben adonde ir.

Otra cosa fundamental es que normalmente esas mujeres no han tenido a nadie en quien confiar, que las tratase de igual a igual, porque las administraciones, porque los proyectos de ONGs o proyectos de acogida son prestadoras de servicios y entonces, por lo tanto, es como si fueses un ser pedigüeño que llega ahí, que necesita una cama, una comida y tal, pero no eres un ser humano integral que tienes derecho a información, a que te expliquen qué va a ser de ti y no te van a preguntar, que tú puedas tomar tus decisiones y no seas juzgada. Y un espacio donde además siempre reconocen que sea mayor o menor su margen de decisión, ellas son conscientes de las decisiones que han tomado y así se las reconocen. Eso devuelve la dignidad humana a personas que se les trata muchas veces como que están al albur de las circunstancias, entonces en la práctica eso significa que, como la mayoría de las mujeres no se quedan en España porque su objetivo es llegar a Francia donde tienen más red o a otros países de Europa, sepan que cuando lleguen allí tienen que ir a un sitio, registrarse, registrar sus niños y que tienen un teléfono que, si quieren volver, si necesitan consulta, pueden llamar y por eso mantienen la relación con las mujeres durante tanto tiempo.

Lo más interesante es que la mayoría de las mujeres, frente al imaginario que tenemos, que es que van buscando salir de la miseria o conflictos, la mayoría de las mujeres vienen buscando derechos. Son mujeres que han sufrido en muchos casos mutilación genital femenina o, sobre todo, que no quieren que la sufran sus hijas. Mujeres que vienen de violencias de género, tanto de sus parejas, como de padres o padrastros y que saben que hay un espacio, que yo creo que siguen creyendo más en la Unión Europea que muchas de nosotras, donde pueden gozar de esos derechos ellas o sus hijos e hijas. Entonces, esa era la idea, que se les diera todo ese tipo de herramientas y sobre todo un apoyo psicológico muy importante.

P. ¿Cómo explicas que hayamos aprendido a convivir con tanta naturalidad con unas fronteras que matan?

R. Porque tenemos que sobrevivir y nos tenemos que contar relatos que hagan llevadera la vida, entonces, no podríamos hacer llevadera la vida si nos sintiéramos corresponsables con lo que se ha hecho políticamente desde la Unión Europea y nuestros gobiernos con el Mediterráneo como una fuerza común, o lo que se hace en nuestras fronteras como Ceuta y Melilla, que son espacios de muchísima violencia contra las personas migrantes, que se paga con nuestros impuestos y que se hace bajo las órdenes de nuestros líderes políticos a los que elegimos democráticamente, no es que sean dictadores.Para hacer llevadera toda esa violencia y esa crueldad debemos creernos que pueden ser una desestabilización para nuestro país, que son una amenaza económica, que son amenazas para la cultura que es lo que siempre se ha proyectado sobre las personas migrantes y también, es verdad que es lo que se ha contado mayoritariamente desde algunas televisiones.

Si a ti diariamente te dicen que el culpable de que cobremos menos que hace 20 años es un chico que tiene que subirse en una patera procedente del Rif, con 15 años y que no trae nada, si acaso el móvil, y que ese es el responsable de que estemos peor económicamente que hace 20 años suena risa, pero si tienes una maquinaria que te lo repite continuamente con imágenes en bucle y tú tienes un malestar, porque yo creo que esa es otra de las cosas que tenemos que reconocer, es decir, quienes están siendo seducidos por ese miedo al otro, realmente tienen muchos malestares, tienen mucha decepción con lo que proyectaban para ellos y sobre todo para sus hijos o hijas. El reproducirnos a veces nos convierte en muy egoístas y en nombre del pan de mis hijos a veces se justifican cosas terroríficas. Entonces, es verdad que en España hay mucha gente que siente que sus hijos o hijas no están teniendo el bienestar al que deberían de tener derecho y contra quienes vuelcan esa frustración. Es muy difícil reconocer que la culpa es de alguien que tiene más poder que tú y que realmente tenemos tan poca capacidad de decidir sobre nuestras vidas y nos hace sentir mejor que estamos por encima del otro que es el responsable de nuestro malestar, como que te da más entidad.

Entonces, yo creo que todo eso nos permite convivir con la crueldad como en otra dimensión, como convivir con un genocidio como el que se está produciendo en la Franja de Gaza o como lo que plantea la película La zona de interés [de Jonathan Glazer, reciente Oscar a Mejor Película Internacional] ¿Cómo se puede convivir con el holocausto? pues en realidad es muy fácil porque nada más que tenemos que preguntar lo que estamos haciendo nosotros con Gaza.

No somos capaces de diseñar un modelo socialdemócrata pero del siglo XXI

P. Cosas que no hablan nada bien de la sociedad a la que pertenecemos, más empática con el 1% de la población multimillonaria que con los millones de pobres…

R. Es que yo creo que somos lo peor y lo mejor cada uno de nosotros y como sociedad, también. Podemos tener tratos muy humanos y muy solidarios y muy justos con personas en nuestro trato cotidiano que, de hecho, es lo mayoritario. En nuestro día a día no somos desalmados. Y al mismo tiempo, estructuralmente, ser sociedades absolutamente despiadadas y lo somos. Esa convivencia de las dos almas yo creo que tiene que ver con el malestar en el que vivimos, por qué somos una sociedad tan entristecida, por qué hay tantos problemas de salud mental, por qué hay tanta falta de alegría aquí en Andalucía. Somos una sociedad profundamente triste y gran parte de la alegría que hay en Europa viene de las personas migrantes, que son las que tienen el empuje de cuando llegan, que se los ve en los parques, compartiendo y celebrando los cumpleaños con los pequeños, porque tienen ese empuje de estar viendo un horizonte de mejora que nosotros dejamos atrás y que tiene mucho que ver con la alegría que tenían nuestros padres y madres que sí vivieron ese horizonte de mejora. Por tanto, hay que buscar otras fuentes de alegría y de compartir.

P. Cualquier persona medianamente bien informada sabe que el que tenemos no es un problema de escasez. La escasez es evitable, es algo demostrado. Se trata de un problema de distribución de los recursos, pero aún así, nadie lo soluciona. Patricia, si fueras una experta que asesora al Ministerio del Interior ¿Recomendarías la apertura de las fronteras?

R. Recomendaría una desescalada de la crueldad con los países empobrecidos primero. La mayoría de la gente no solo tiene derecho a emigrar, sino tiene derecho a quedarse en sus países porque quiere vivir en sus países con su gente. Sería mucho más fácil si, por ejemplo, nuestra industria pesquera no hubiese acabado con el pescado de Senegal. La migración senegalesa llegó aquí porque la mayoría era pescadora y se quedó sin pescado porque los acuerdos de la Unión Europea con los países del occidente de África, con el Sahara Occidental, ha pasado exactamente lo mismo. Creo que hay un entramado empresarial de expolio de los países que están empobrecidos que es lo primero que tendríamos que empezar a desmontar. Uno, porque es insostenible, no podemos seguir con este sistema en términos ni climático ni económico. Dos, porque la gente tendría posibilidad de desarrollar vidas más dignas en sus países, yo defiendo mucho el derecho a quedarse. Y tres, porque las élites de esos países, que también son corruptas, son las aliadas de nuestras propias élites. Por ejemplo, Gaddafi financió la campaña de Sarkozy y está estrechamente conectado. Lo que significó Gaddafi, Sarkozy o Berlusconi, con los acuerdos, algunos públicos, con la ruta Libia, la más mortífera del mundo. No es abrir las fronteras, es dejar de generarles violencia y expolio. 

Una vez que eso se haya solventado habría que ver cuánta gente quiere venir. Hay una cosa que está clarísima, que Europa está envejecida y esto lo dicen todos los estudios, y que necesita flujo para mantener el ritmo de estabilidad que tiene ahora, no de crecimiento, porque hay que decrecer. Mientras no queramos asumir eso, lo que pasa es que, en realidad, cuando se habla de la política de cero fronteras, si fuéramos realistas, sabemos que llevan 20 años con esa política, la del Frontex, la otra lleva 30 años, y que cada vez que se multiplican sus presupuestos, la política siempre ha sido fallida porque la gente sigue llegando. Porque es una política hecha porosa, para que la gente siga llegando porque si no sería inviable todo el modelo económico. 

¿Para qué se hace todo este discurso y que tengan que llegar en condiciones tan lamentables? Para que los que lleguen estén convencidos de que están de prestado, que tengan que aceptar cualquier condición laboral y de explotación y que sientan que en cualquier momento son deportables, es decir, tú estás aquí de prestado. La ley de extranjería es absurda ¿por qué tienes que forzar a una persona a estar tres años en la clandestinidad? Eso es gestión de funciones del estado democrático porque tu primera función es documentar a la gente para saber dónde está, en términos de seguridad, como represivo, que es el aparato del estado. Sin embargo, hace esta falacia de que tienes que estar tres años en la clandestinidad, que tiene que ver con terrorismo mental, tú vas a estar aterrorizado a que puedes volver a la casilla de salida para que cuando te ofrezcan 300 ó 400 euros por trabajar en una cocina en un restaurante, lo aceptes y cuanto más invisible, mejor, porque pasa ese tiempo más rápido, entonces, a mí lo de abrir la frontera me parece como de los últimos pasos de todas las cosas que habrían que darse. Además, es la falacia por la que cuando defendemos los derechos humanos siempre se nos responde, o los metes en tu casa o abres la frontera. Primero, que no tengan que venir y cuando quieran venir, que puedan venir porque realmente en Europa, como sabemos, nos estamos autoextinguiendo, que me parece fantástico, porque somos demasiado en el planeta.

Es muy difícil reconocer que la culpa es de alguien que tiene más poder que tú

P. Y tanta gente preocupadisima porque no nacen niños, pero por otro lado, también muy preocupada porque vienen muchos migrantes.

R. Sí, o intentando justificar el negocio de los vientres de alquiler.

P. Volviendo al escenario de que fueras experta asesora del ministerio, tengo la impresión de que no te harían mucho caso.

R. No, porque el miedo al migrante da muchísimo rédito electoral. Es decir, mientras estamos enredados en todos estos acuerdos de repatriación, de cierre de fronteras, del peligro de la patera, de todo este entramado que hay de acogida a las personas refugiadas que no haría falta si pudieran venir en un avión o sea, ¿por qué las mujeres que llegan a Ödos llegan destrozadas física y psicológicamente? Porque no pueden subirse a un avión en Gambia. Si pudieran subirse a un avión, llegarían aquí, al día siguiente se registrarían, estarían trabajando y se acabó. Pero toda esa industria que ha generado, por ejemplo, la industria de la trata con fines de explotación sexual que no existía hasta que la Unión Europea decidió que las personas migrantes no podían cruzar, entonces sí, se genera toda esa red mafiosa, pero es un negocio provocado por esa decisión política. Entonces, no les importa tanto la víctima de trata.

P. En cuanto al rédito electoral del miedo al migrante ¿también los es para la izquierda?

R.También para la izquierda, sí, porque la izquierda no tiene un modelo propio de sociedad, que creo que es el problema por el que ha dejado de ser creíble. Es decir, la socialdemocracia se desmontó a partir de los años 80 y se ha convertido en una derecha cool, menos cruel en algunos casos, pero con las migraciones es exactamente igual. Es decir, la política migratoria del Partido Socialista nunca se ha diferenciado del Partido Popular, entre otras cosas porque viene marcada por Bruselas. Pero también porque lo han convertido en el chivo expiatorio por una parte, lo que decía, tenemos ahí puesta la atención en una cuestión de defensa y seguridad que es muy lucrativa para muchas empresas del IBEX35 que están desarrollando toda esa tecnología del control social y que además tienen un espacio prioritario en la Unión Europea, que reciben fondos de investigación y desarrollo en vez de estar destinados, por ejemplo, para temas de salud. Ese es como el polo económico que se quiere desarrollar, el de las armas y la seguridad. 

Creo que la izquierda tiene mucho miedo al rechazo de parte de la clase trabajadora que ahora mismo necesitaría muchísima pedagogía para entender toda la transformación que necesitamos. Es decir, es que el modelo necesita una transición enorme y va a ser o por la parte de la crisis climática o va a ser por el tema de la desigualdad, pero es necesario porque cuanto más empobrecimiento haya, por ejemplo, en el continente africano, que demográficamente está creciendo muchísimo, cada vez van a haber más migraciones y se puede hacer de una manera más violenta, es decir, desde la represión y cada vez que haya más muertes. Si vamos a ser más crueles con las personas migrantes esto tiene un coste. Pero la izquierda tiene que entender que tiene que desarrollar un modelo integral. Y se acabó la imaginación, yo eso lo noto mucho en los análisis políticos. No somos capaces, es como el fin de la historia, de diseñar un modelo socialdemócrata pero del siglo XXI, que no sea como aspirar a recuperar el estado del bienestar, es que no existe.

Gran parte de la alegría que hay en Europa viene de las personas migrantes

P. ¿Y esto ocurre por incompetencia o por falta de voluntad en la izquierda?

R. Yo creo que es por ambas cosas, pero, sobre todo, porque al final la política se ha convertido también en una empresa de ocupación, de puesto laboral. Creo que muchas veces están más ocupados, uno, en lucirse públicamente, y, otro, porque son puestos de trabajo. Es que lo hemos visto muchísimo en el desmoronamiento de la izquierda, gran parte de toda la lucha no ha sido porque estuvieran en desacuerdo en cuáles eran los modelos de sociedad que estaban proponiendo, que no los conocemos, si no en lucha de egos y lucha de espacios de poder que son puestos de trabajo e ingresos.

P. ¿Qué has aprendido en tu exploración y análisis del miedo?

R. Que somos muy atrevidos a la hora de juzgar a quien no entendemos y que muchas veces les atribuimos razones espúreas o que es el malo, o que es el racista, que es el homófobo, que es el machista, cuando muchas veces lo que tienen son personas que están muy desconcertadas porque el mundo nunca ha ido tan rápido y es muy fácil que te expulse y que ya no entiendas por qué el mundo no te toma en consideración porque no tienes un espacio en él y porque no lo entiendes, y con ese miedo lo que hace es rechazar. Entonces es muy fácil ponerle etiquetas, pero realmente lo que están rechazando es un mundo en el que no se sienten reconocidos o que no tienen un espacio. Creo que somos más compasivos cuando aplicamos la mirada de cómo está operando el miedo en el otro y en nosotros también, porque nosotros estamos llenos de miedos también, entonces a mí lo que más me ha servido es para ser más precavida y para querer entender sobre todo a la gente que me produce rechazo.

P. ¿Y  lo has conseguido?

R.  En algunos casos sí, en otros me siguen produciendo rechazo y en otros me genera muchísima desesperanza.

P. Hace nueve años el fotoperiodista Gervasio Sánchez dijo en una entrevista para este periódico que el miedo “es el mejor antídoto contra la estupidez” y que “hay que tener miedo”.

R. Yo no estoy de acuerdo (risas), lo que pasa es que no creo que tengamos que tenerlo como algo aspiracional, sino que el miedo es real y hay miedos que sí son necesarios. Yo, por ejemplo, en el libro hablo de que en el transcurso de escribirlo, cuando muere mi padre, cambia mi relación con el miedo a la muerte, que yo siempre lo había banalizado y de repente entendí que era una señal de querer estar vivo. Entonces, hay miedos que son muy sanos, los otros que podamos tener pueden ser sanos o no, pero lo importante es identificar quiénes los están generando, para qué, por qué están azuzando esos miedos, qué están buscando y qué hace con nosotros ese miedo. Si el miedo lo que me está robando es la capacidad de pensar, de confiar en el otro o de disfrutar, porque también hay que reivindicar muchísimo la alegría y el disfrute, entonces el miedo es un incapacitante y no lo quiero. Pero hay miedos que son necesarios, sobre todo, insisto, el miedo de saber que la vida es finita para intentar aprovecharla y sobre todo, para entender que para mí la forma más disfrutona de aprovecharla es compartiéndola con gente e intentando hacer de nuestro mundo un lugar un poquito mejor.

Si hay una parte de la sociedad que cree que ser buena persona es de tontos, o que es de feminazis, es imposible que dialoguemos

P. ¿Cuánto es de rentable ese miedo para el capitalismo?

R. Todo, todo, de hecho, el gran motor de la ultraderecha que hemos vivido en los últimos años clarísimamente es el miedo, lo hemos visto con Bolsonaro, además, tienen una agenda compartida todos los líderes de ultraderecha y tienen como marcados unos hitos y uno de ellos es generar el miedo, el miedo a las migraciones que es universal, el miedo a quedarte desempleado, el miedo a que se acabe con tu cultura, que tiene mucho que ver con lo que ellos llaman posmodernidad, que son los avances sociales y el miedo a la diversidad, a tener miedo a que no seamos todos identificables. Y eso lo comparten todos los líderes de ultraderecha y algunos también supuestamente de izquierda, que han hecho grandes daños en los últimos años.

P. ¿Tienes miedo a un mundo con Trump de nuevo en la política? 

R. Me parece aterrador, me parece lo más peligroso que nos ha pasado en las últimas décadas, es que ya Trump sabe cómo funciona la administración, en la primera legislatura probó, le gustó el poder, nos mostró la patita de lo que era capaz de hacer, pero ahora además viene con ánimo de revancha por estos cuatro años en los que ha estado teniendo que ir a los tribunales, apareciendo en los medios y me parece que estamos en un momento muy volátil con lo que está pasando con Rusia, con Putin, que también es peligrosísimo, con la vuelta a un escenario de bombas nucleares, del armamento nuclear, con el armamento autónomo letal que está muy integrado en los conflictos y sobre todo con las consecuencias que va a tener para el mundo el genocidio de Gaza. Que llegue en este momento Trump, donde además tenemos absolutamente perdido el control sobre lo que hacen con nosotros las plataformas tecnológicas, los algoritmos de las redes sociales, que están modulando nuestro propio pensamiento con esos contenidos diseñados para cada uno de sus destinatarios, personalizados, me parece un escenario para tener mucho miedo.

P. ¿Hubieras creído cinco años atrás que íbamos a tener dos conflictos bélicos tan cerca de Europa, Ucrania y Gaza?

R. Lo de Gaza sí, porque lo único que está haciendo Israel es ser más brutal, pero el genocidio lo lleva cometiendo desde que comenzó la ocupación en el 48, lo que pasa es que hasta ahora lo hacía en operaciones cada 3 ó 4 años de masacres, diezmaba a la población, los aterrorizaba, les recordaba quién era el poderoso y hacía una cosa que para mí era siempre lo más difícil de explicar, que era cómo convertir la vida diaria en un horror de control, de humillaciones, de violencia, de asesinatos, de encarcelamiento de los menores y tal; entonces lo que está haciendo ahora es como la solución final. Ya es la expresión absoluta de ese genocidio que lleva cometiendo a cuentagotas.

De lo de Ucrania, creo que teníamos muchísimas señales desde 2014, pero no habíamos querido verlas, pero me parece también sano que no hubiésemos querido verlas en el sentido de que llevamos sometidos a la doctrina del shock muchísimo tiempo y especialmente a raíz, digo en Europa Occidental, de la crisis de 2008, Hemos vivido la crisis de 2008 con sus grandes consecuencias hasta mediados de 2015, a partir de ahí empezamos a tener ese supuesto crecimiento, recuperación que en el sur de Europa nunca llegó, empezó a crecer la ultraderecha y cuando parecía que estábamos viendo un poco la luz, la pandemia, que creo que no somos todavía conscientes del cambio de ciclo que eso supuso, todos esos gobiernos de ultraderecha y después tenemos estas dos guerras, la guerra de Ucrania y el genocidio. Entonces no quisimos ver las señales porque realmente los últimos años han sido muy duros, de decepción y es que la democracia no funciona si no tienes horizonte de mejora, o sea, si tú no tienes ilusión por el mañana, yo lo pienso mucho en la gente que tiene ahora veintitantos treinta años, desde que han sido adolescentes todo el mensaje que han recibido ha sido de que todo va peor cada día y es muy difícil creer en nada e involucrarte en nada y tener ilusión por nada si siempre está todo supuestamente peor. Por eso decía que no es cierto que los medios hemos dado mucho músculo a ese discurso, pero es verdad que han sido años atroces para cualquier tipo de confianza en nada.

La ley de extranjería es absurda ¿por qué tienes que forzar a una persona a estar tres años en la clandestinidad?

P. Y aún más, si lees tu reportaje en La Marea cobre cómo Cisjordania está funcionando como campo de entrenamiento y simulación para la industria armamentística israelí.

R. Pero porque siempre hay gente en los espacios más difíciles que te llenan de esperanza porque son las que realmente están sufriendo las peores dificultades y las que, por una parte gozan más de la vida, las que son más generosas, las que celebran más la oportunidad de estar aquí y las que hacen grandes cambios en su entorno.  A mí eso, por una parte, me hace sentir muy afortunada porque yo no debería estar haciendo todo esto, no me tocaba por mi entorno y eso te da muchísima energía y luego porque veo que es posible, entonces sí que me parece cada vez más grande la maquinaria de deshumanización y que tenemos menos herramientas para hacerle frente, pero me da igual porque siempre me voy a encontrar en mi edificio a alguien con quien puede tomar café y que me cuente que ha sido capaz de ser solidario con su compañero de trabajo.

P. ¿Qué son los robots asesinos?

R. Son las llamadas armas autónomas letales, que son armamento movidos, articulados por la inteligencia artificial que son capaces de tomar decisiones de asesinar a un ser humano en base a la información que han recopilado y que con eso toman sus propias decisiones y esto ya se está utilizando en la guerra de Ucrania, se está utilizando en Gaza y no son robots con aspecto de humano, sino que es un dron, que es un navío, que puede ser una tanqueta y esto lo que va a hacer es escalar muchísimo la violencia porque todo lo que había de diplomacia y de reflexión de cómo responde a un ataque o a una amenaza desaparece. Aparte de muchísimas otras complicaciones. 

De quién es la responsabilidad si me mata un dron, quién ha tomado esa decisión, el ejército que lo ha comprado, la empresa que lo ha diseñado, quien ha hecho el software, el desarrollador, el ejército que lo ha desarrollado para sus propios intereses… Pero, el problema sobre todo es que al final las decisiones van a ser muchísimo más rápidas y eso puede terminar un conflicto global porque China las ha desarrollado y las sigue desarrollando, India ha dicho que ellos no van a parar porque tienen la amenaza China. O sea,  cada uno se escuda en su cuestión de seguridad nacional. España también está comprometida con ese desarrollo y es uno de los temas que te preocupa, el hecho de que no hayamos conseguido desde los medios que estén en el debate público porque además lo más peligroso no es que se apliquen en los conflictos, sino que toda esa tecnología siempre termina siendo aplicada en el control social y la vigilancia, entonces va a aplicarse en la frontera, en la vigilancia de las estaciones de tren donde llegan personas supuestamente indocumentadas y los regímenes autoritarios pues, de repente, ahora vigilan las manifestaciones, por ejemplo en Rusia,. Pues a lo mejor ese dron ya no solamente te va a grabar, sino que te puede atacar supuestamente como dicen ellos con gran eficacia, porque son muy eficaces.

El miedo me ha servido para querer entender a la gente que me produce rechazo

P. ¿Cómo te convertiste en corresponsal de guerra e informadora en zonas de especial conflicto social?

R. Yo hago muchas cosas, eso es como un ápice, pero bueno, todo nace de la misma vocación. Me genera muchísima curiosidad el ser humano. Disfruto mucho en cualquiera de sus facetas, sea en una entrevista a un artista o contando lo que está pasando en Sudán, ahora que me voy allí. Entonces, tiene que ver con documentar lo que creo que es importante, siempre también teniendo presente que esa persona a la que le está ocurriendo lo que se supone que nunca jamás debería de ocurrir a ningún ser humano, tiene derecho a que eso quede registrado y que no haya silencio ni olvido. Creo que en la mayoría de los contextos donde trabajamos periodistas que hacemos este tipo de historias, donde hay tanta impunidad, el prestar testimonio, que haya un periodista que se acerque y quiera escuchar para muchas personas va a ser la única forma de reparación y de reconocimiento de su dolor. Y eso para muchísima gente da gran consuelo porque se sienten reconocidos en que no son animales. Como te dicen, mi hijo no era un perro, no tenía por qué morir así o a mí no me tenían por qué violar de esa manera porque yo no soy un animal. Cuando te lo cuentan, de repente, esta persona que te está mirando representa una sociedad donde eso supuestamente se tiene claro que nunca habría de ocurrir.

P. ¿Cuál es el plan del viaje a Sudán y cómo te preparas física y psicológicamente para esa cobertura? 

R. Pues el plan es que en Darfur, que es donde voy a ir y a Khartoum, en la zona de Sudán del Norte, no se puede entrar si no tienes un permiso que haya gestionado una organización humanitaria que trabaja ahí,  porque lo que pasa es que el gobierno tiene muy poco control sobre el territorio y es un ejército que se ha levantado en contra del gobierno, entonces,  ese permiso no lo podemos gestionar los periodistas porque no nos lo dan. A través de organizaciones como Médicos Sin Fronteras o como Emergency, que son las con las que estamos en contacto, ellos gestionan ese paso para que te den acceso y a partir de ahí la idea es documentar los espacios controlados donde se puede llegar, donde están  los hospitales atendiendo a los heridos por los combates y donde están también los campos de refugiados donde llega la gente huyendo de la zona atacada. Ese va a ser el objetivo durante tres semanas para también recordar que, aunque no hay nada comparable a lo que está pasando en Gaza, ya que en Gaza no nos dejan entrar, pues sigue habiendo muchísimos otros conflictos olvidados donde ocurren también todo este tipo de barbaridades.

Lo más peligroso que nos ha pasado en las últimas décadas es que Trump ya sabe cómo funciona la administración

P. ¿Cómo te proteges emocionalmente, dónde pones las barreras para que el drama no afecte a tu trabajo? 

R. Un poco lo apunté antes, el periodismo me da el espejismo de sentir que estoy haciendo algo, de combatir la impotencia. Porque es verdad que quienes me formaron en el periodismo o quienes me inspiraron para hacer este tipo de periodismo son sobre todo activistas, defensores y defensoras de derechos humanos, misioneros… Entonces, son gente que tiene muy claro que esa es su forma de estar en el mundo. Me formé con periodistas colombianos en un momento en el que se asesinaron a muchísimos periodistas allí y que ellos sabían que en cualquier momento los podían asesinar y por eso se habían hecho periodistas, porque había que contar eso. Entonces, para mí ir a estos sitios lo vivo como un privilegio absoluto porque la mayoría de mis compañeros y compañeras tuvieron que dejar el periodismo, los más talentosos no tuvieron la oportunidad, en muchos casos por la precariedad, de seguir en la profesión. Por una parte, siento esa suerte que he tenido, ese privilegio también porque mi familia yo sabía que si caía, habría un colchón, porque no es lo mismo los riesgos que asumes cuando sabes que puedes fallar, que cuando sabes que no puedes fallar, eso por una parte. Y por otra, yo cuando estoy en esos sitios,  al contrario de lo que me ha pasado con el genocidio de Gaza que sí que me ha afectado mucho psicológicamente, sientes que estás formando parte de algo y siento eso que decía antes de recoger el testimonio, cuando lo recojo es verdad que yo creo que te tiene que atravesar, si no, no es eficaz, pero cuando sale y lo plasmo en la crónica o lo cuento, de alguna manera es como que el recorrido está limpio, sale.

Es un tema complejo, por ejemplo, en términos de ciudadanía ¿para qué se van a informar de lo que pasa en Sudán? ¿para qué van a leer mi crónica? Si no pueden hacer nada con esa información, si se les va a quedar dentro, es decir, si no hay canales para que ese informarse supuestamente que es el ejercicio responsable siendo ciudadano o ciudadana tenga una aplicación práctica, se lo puedan exigir a sus representantes políticos y que tomen medidas. Cuando eso se queda dentro, te amarga y por eso entiendo que cada vez más personas evitan informarse porque sienten que solamente les hace sentirse mal, frustrados e impotentes y creo que eso desde el periodismo nunca los podemos culpar, porque nosotros en realidad estamos haciendo cosas con esa información, a nosotros no se nos está quedando dentro.

P. Pero esta profesión hace muy poca autocrítica en torno a eso.

R. Totalmente. Creo que uno de los grandes fallos que hemos cometido, más allá de criticar que los medios durante mucho tiempo, yo creo que ahora han vuelto un poco a la senda en muchos casos, pero dieron la espalda a la función de este oficio. Pero más allá de eso, que yo creo que ya todo el ejercicio crítico se sabe y los intereses a los que responden y la censura que había y que sigue habiendo en muchos casos, creo que lo peor que podemos hacer es culpar a la ciudadanía de no consumir la información que le damos porque tienen muchos problemas propios que no están encontrando salida, que no están encontrando tampoco el reflejo que esperarían y yo entiendo perfectamente que cuando tienes una jornada de doce horas por una mierda de salario y llegas a tu casa a las ocho de la tarde lo último que te pueda apetecer y que tiene sentido que hagas es que encima, como si fueras un mártir, te leas una crónica de veinte minutos sobre lo que está pasando en Sudán. Eso lo podemos exigir a la gente que tiene ciertas comodidades, bienestar y que además se entiende que pueda hacer algo con esa información.

P. ¿Crees que el periodismo, sobre todo el periodismo en España, ocupa hoy el lugar que le corresponde?

R. Claro, es que yo tengo una imagen muy distorsionada porque como en mi vida ocupa el periodismo todo, consumo mucho, que estoy en las redes, no sé hasta qué punto ocurre en el resto de la sociedad. Ahora, si es verdad que, por ejemplo, la radio yo creo que está presente en muchísimos hogares, sigue estando muy presente y creo que tenemos radios de muchísima calidad y que hacen un trabajo de acompañamiento y de ternura en muchos casos. Hay que reconocer a La Ventana [Cadena SER], que me parece un programa que es muy sano, que creo que hace un trabajo muy sano en la forma en que aborda los temas y cómo los trata, entonces yo sí creo que está muy presente. A lo mejor lo que no está presente es el otro periodismo del que yo puedo hacer más, pero que tiene causas por lo que no está tan presente. La de los años 80 era una sociedad en la que había ansia de ser una sociedad europea, de consumir, una ciudadanía que se había formado, que tenía ganas de seguir formándose, pero no tiene nada que ver ese contexto y donde la información internacional tenía que ver con que había una conexión cosmopolita que no existe ahora porque somos ya sociedades transnacionales. Yo sí creo que el periodismo está muy presente para bien y para mal, porque también lo está el periodismo tóxico 

La democracia no funciona si no tienes horizonte de mejora

P. ¿Y el periodismo local? ¿Empieza a estar más en el centro y menos en la periferia? 

R. Pues espero que sí, porque además yo siempre digo que no entiendo por qué en este país no se reconoce más el periodismo local que es el que genera ciudadanía porque es el que te hace conocer a tus vecinos y vecinas, es el que te hace identificar, yo que he vivido en varias ciudades siempre lo he experimentado, el que te hace conectar con quiénes son los actores importantes, cuáles son los hechos también importantes, pues la cultura de esa ciudad y luego lo más fundamental es que el periodismo local es el que realmente cuando haces un trabajo tiene consecuencias. Cuando yo vengo de Palestina, a mí me van a dar palmaditas las autoridades locales e incluso me pueden dar financiación para hacer un proyecto sobre Colombia y la guerra. Cuando, por ejemplo, en Asturias he contado la violencia que había en los centros de menores, que luego lo afirmó las Naciones Unidas y demás, las mismas personas que me daban palmaditas en la espalda cuando contaba la violencia en Palestina, me dieron la espalda y me vieron como traidora. A mí no me afectaba porque yo no tenía familia en Asturias. Pero si yo hubiese sido, por ejemplo, de las cuencas mineras y mi padre hubiese sido despedido de un empleo para mayores de 50 años o algún familiar, claramente sí vivirían las consecuencias y esto tenemos que decirlo todo el tiempo. O sea, los grandes castigos son para el periodismo local sobre todo cuando se hace periodismo de denuncia y de investigación. El que sobrevive realmente es el periodismo local en términos de visitas y de que siga arraigado porque es con el que la gente conecta, por eso decía antes lo importante es que el periodismo internacional tiene que hacerse desde lo local, pues el periodismo local por eso está arraigado y por eso la gente lo sigue consumiendo.

P. Cada vez se levantan piedras más grandes tras las que se ven los gusanos del abuso y de la violencia machista. La última se ha levantado en el mundo del cine ¿Crees que acabaremos viendo esos gusanos también en otras instituciones como la periodística o la universitaria o la empresarial? 

R. Yo sí creo que los MeToo tienen que atravesarlo todo. La universidad muchísimo pero vamos, también te diría que los institutos de secundaria. Yo he sufrido acoso por parte de profesores en la primaria, en la secundaria y en la universidad y no creo que sea una excepción, quiero decir que la cultura machista, pero también pedófila atraviesa toda nuestra sociedad y es un monstruo que no queremos mirar de frente porque nos da miedo de lo depredadora que es nuestra especie, entonces claro que sí, yo estoy segura de que van a salir muchísimos MeToo en la universidad primero, porque los que más cuesta admitir es cuando eres menor de edad, ¿no? por muchísimas razones, entonces va a salir. En el periodismo yo creo que también por una razón muy triste y es que como cada vez hay más freelance ya no van a tener miedo a que le despidan del medio de comunicación, desgraciadamente. Entonces van a salir muchos, me imagino, dinosaurios señalados por eso. También creo que es importante reconocer que noto mucho ahora la presencia de compañeros periodistas que hacen un enfoque feminista en sus informaciones, que visibilizan y citan a las mujeres periodistas y que ese compromiso y ese avance que tiene que ver mucho con que las mujeres periodistas hemos trabajado mucho en feminismo y, claro, han tenido que ponerse las pilas. Bueno, no tenemos que aplaudirles, pero me parece importante resaltarlo porque tiene que pasar en otros gremios también.

P. La última. En este decadente occidente ¿aún nos quedan cartas importantes por jugar para cambiar las cosas? 

R. Creo que sí, porque nunca en este decadente occidente ha habido tanta gente formada, con educación superior, que se interese por viajar y comprometida tanto en voluntariados como en su vida diaria con los derechos humanos. Entonces, claro que sí, el problema es que a la vez que está eso, hay cada vez más gente que ha sido abducida por el odio. El problema es que no hay un espacio intermedio quiero decir, creo que nunca ha habido tanta gente intentando hacer el bien, el problema es que estas personas no tenemos capacidad de diálogo con quienes consideran que esto es una amenaza. Es decir, por qué hay tanto silencio en las reuniones familiares o en los grupos de amigos, porque decir que ser racista está mal o ser machista está mal, se ve como una provocación y parece que tienes que estar tú justificándote y como todo se vive como un ataque personal, nos silenciamos, porque para qué vamos a ser siempre las provocadoras, las molestas, las que nos señalan, como si fuésemos las alborotadoras. Pues claro, creo que el gran desafío, que no sé cómo vamos a hacerlo, pero que si tuviéramos medios un poquito más competentes sería más fácil reconstruir ese espacio compartido de unos mínimos valores que sea, ser buena persona no es de tontos. Si en eso estamos de acuerdo, podemos hablar del resto, pero si hay una parte de la sociedad que cree que ser buena persona es de tontos o que es de feminazis es imposible que dialoguemos y a mí esta falta de espacios de convivencia y de diálogo es lo que más me preocupa.

Lo peor que podemos hacer es culpar a la ciudadanía de no consumir la información que le damos

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