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Voto, pero…

David Val

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Mientras no exista un cambio radical en los valores de esta sociedad, podremos votar millones, que solo ayudaremos a sustentar el statu quo del capitalismo dominante

Desde hace días, las redes sociales me golpean con el 25 de mayo. PP y PSOE, aunque parece que odian Twitter y solo piensan en regularizarlo y censurarlo, se aprovechan de sus ventajas y patrocinan twetts para llegar al joven electorado. Izquierda Unida, más comedida, hace lo propio en Facebook. Los partidos minoritarios como Podemos o Primavera Europea se ayudan de sus fieles seguidores para difundir al máximo su mensaje. Parece que hay dos líneas muy marcadas: PP y PSOE piden el voto para ellos con el fin de mantener el ‘orden establecido’, mientras que el resto –desde Podemos a VOX- reclama que se apoye a las opciones minoritarias para acabar con el poder del bipartidismo. Y, en añadido, estos partidos repiten una y otra vez la importancia de votar: Si no votas, beneficias al #PPSOE. Si votas en blanco, también. Vota porque nuestros antepasados derramaron mucha sangre para conseguir ese derecho… Soflamas que se repiten siempre que hay elecciones. Y sí, digo bien, soflamas, peroratas, porque, aunque puedan tener parte de razón, ¿de verdad alguien piensa que quienes lucharon por conseguir el derecho al voto estarían orgullosos de ver de qué manera hemos devaluado aquellas sufridas victorias?

Y es que, con el paso de los años, la democracia formal se ha convertido en el medio más eficaz que tienen los poderosos para legitimar su explotación. Los ricos están en el poder porque los pobres les avalan con su voto. Antaño, las clases más pudientes se lo tenían que currar un poco más, y conseguían su hegemonía por la fuerza de las armas, entrampando las elecciones, haciendo votar a los muertos o comprando a los electores con artimañas y promesas concretas. Hoy, esas técnicas siguen existiendo, el caciquismo está a la orden del día, pero ya no es lo esencial. Los poderosos –aun siendo una sarta de energúmenos como están demostrando estos días- no tienen que actuar así y si lo hacen es porque están tan sumamente convencidos de su supremacía que hasta se pueden permitir el lujo de ser unos impresentables. Insultan a las mujeres, a los migrantes, a las familias desahuciadas, a los jubilados estafados, a los desempleados y a los manifestantes. Sin decoro, sin respeto.  Están tan crecidos –y tan protegidos por la Policía y las leyes que ellos mismos han diseñado- que se vanaglorian de ser la minoría rica que controla a la mayoría pobre y, además, con una supuesta legitimidad democrática que emana de las urnas.

Este verticalismo reinante, esta ruptura entre el político y el votante se ha convertido en la más burda cotidianeidad. Los políticos miran desde arriba, el pueblo, los votantes, desde abajo. El nuevo paradigma de las sociedades de consumo es “una persona-un voto”, y el poder para los mismos de siempre. E intentar romper este esquema, además de ser casi imposible, te convierte en perroflauta o en antisistema. Pero si hemos llegado a esta situación es por nuestra culpa. Porque hemos protagonizado un largo proceso de claudicaciones, fracasos y derrotas. Porque quienes de verdad lucharon por tener derecho al voto hoy estarían escandalizados al ver cómo la propia ciudadanía ha corrompido ese derecho.

Y todo porque el ciudadano actual ha renunciado a la solidaridad con su entorno y ha asimilado como propia –y única- la cultura basura que le brinda el sistema.

En la actualidad, tras dos siglos de capitalismo, la tónica se repite una y otra vez. A pesar de que las mayorías están empobrecidas, siguen entregando una y otra vez el poder a los ricos. Los pobres, imbuidos de esa mentalidad de nuevos ricos virtuales, votan a los poderosos aportando de paso plena legitimidad a su explotación y a sus políticas neoliberales. Porque, el neocapitalismo del siglo XXI sigue con paso firme, eliminando todos los obstáculos que impiden su pleno desarrollo, entre ellos, el Estado del Bienestar. La educación, la sanidad o la justicia tienen que pasar a manos privadas para poder así hacer negocio hasta de los derechos más fundamentales. Porque el monstruo del capitalismo nunca se sacia.

Y, al margen de todo esto, están los abstencionistas. Ese núcleo ingente de población que no vota y que este domingo decidirá, una vez más, no acudir a las urnas. Unos lo harán por convicción política –aunque hay que reconocer que en nuestro sistema electoral la abstención activa tiene poco fundamento, pues la tienen tan poco en cuenta como la abstención pasiva-, otros lo harán simplemente por dejadez, por aburrimiento, por desidia. La democracia se ha convertido en un ritual de votación cada X años, pero sin participación real en la esfera pública, pues cuando esta existe, se erradica con violencia sistémica: véase 15M, #stopdesahucios, asambleas de barrio… La democracia actual no es más que una mutación de la democracia verdadera, que se corresponde a la acción directa de una ciudadanía responsable. La democracia se ha convertido en una ceremonia litúrgica, en una especie de coreografía vacía donde las víctimas elevan a los altares del poder a sus verdugos.

La culpa, también de la izquierda

La culpa, también de la izquierda

Pero la culpa no es solo de los ciudadanos alienados, sino de los partidos políticos de izquierda y de las organizaciones sindicales, que solo atienden a crecer como estructura de poder, alejándose de sus verdaderos principios y valores originales. Estas organizaciones han sido engullidas por el propio sistema, han perdido sus valores, han renunciado a una cultura propia y, al final, no han hecho más que retroalimentar el sistema competitivo y destructivo que fomenta el capitalismo.

Por todo ello, sumido en estas divagaciones, me planteo qué hacer el próximo domingo. Porque no creo que la solución vaya a ser cuantitativa (por el número de votos), si no existe antes un cambio radical en los valores, una verdadera revolución cualitativa (por la calidad de los votantes). Mientras esto no ocurra, esa ‘votación masiva’ que defienden los partidos pequeños solo servirá para consolidar el statu quo que ha levantado el bipartidismo. La única revolución es la evolución continua, porque solo los valores que se asumen como propios, que se adhieren como cultura vital durante generaciones, producen auténticas sociedades nuevas. Mientras no cultivemos unos valores nuevos y trabajemos constantemente por cambiar esos paradigmas que sustentan el sistema capitalista, no cambiaremos nada. El domingo podremos ir a votar muchos millones de personas pero, sin trabajar concienzudamente la psicología de las masas, su filosofía y escala de valores, seguiremos obteniendo los mismos resultados que benefician exclusivamente a esa minoría poderosa que tanto nos oprime.

P.S. En Francia, ejemplo político para muchos, votan. Y votan mucho. Y este domingo va a ganar el ultraderechista Frente Nacional de la saga de los Le Pen. Los que dicen que “el Ébola puede solucionar los problemas de la inmigración”. Pero hay más, ayer el alcalde de Sestao dijo que él eliminaba la mierda a base de hostias -en referencia a la inmigración-. Pues bien, no solo no ha dimitido, sino que además está siendo vitoreado y aplaudido por sus propios ciudadanos.

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