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Las elecciones que nadie quiere

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Alfonso Alba

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Los acontecimientos se han precipitado. En una semana tenemos a un partido a punto de quedarse sin líderes o de mantenerlos de forma muy cuestionada (caso chalet), a otro contra las cuerdas acorralado por la sentencia de corrupción más dura de la democracia, a otro que sigue partido en dos y hasta con opciones de llegar a La Moncloa, y a un cuarto que no deja de mirar encuestas, hacer cálculos y tirar de big data para saber qué decir en cada momento.

Tras una semana de locos (otra más) para la democracia española, a ningún partido le interesan unas elecciones anticipadas. Ni siquiera a Ciudadanos. Y todos mueven sus cartas como en una partida de póker, diseñando supuestas estrategias maestras (esto se escucha mucho en Cataluña cada vez que Puigdemont hace algo) que no arreglan nada. Ni siquiera los problemas de los partidos. Vayamos por partes.

El PP no quiere elecciones. Tampoco moción de censura. Es obvio. La estrategia de Rajoy es aguantar, aunque esté carbonizando al partido entero. En clave cordobesa, José María Bellido, el candidato del PP a la Alcaldía, teme que cada semana que pase pierda más apoyos. Hace un año las encuestas, aún en un contexto difícil, le eran favorables. Han dejado de serlo. Y mientras más se alargue la agonía de Rajoy y de la marca PP más difícil lo tendrá.

Rajoy parece empeñado en repetir el histórico error de Zapatero: freír a los alcaldes y presidentes de comunidades autónomas de su propio partido. Unas elecciones generales después de las municipales probablemente acabe costándole muchísimos gobiernos. Y muchas posibilidades de gobernar. Córdoba podría ser uno de esos lugares.

El PSOE tampoco las quiere. Las encuestas no son favorables y encima en Andalucía están previstos los primeros comicios del supuesto nuevo ciclo electoral. Los socialistas prefieren llegar a La Moncloa y desde allí ofrecer una imagen de estado. Después, convocar unas elecciones andaluzas con un objetivo: que el PP obtenga su peor resultado electoral. Solo así habría posibilidades de que Susana Díaz se garantizase un nuevo pacto con Ciudadanos, sin depender ya de la confluencia de Podemos e IU.

En Córdoba, más de lo mismo. Los socialistas prefieren tener a un aliado en La Moncloa, que, por ejemplo, un Pedro Sánchez presidente del Gobierno visite la ciudad y prometa cosas. Junto a la alcaldesa, a quien contra todo pronóstico las encuestas no le van mal, de momento, sino todo lo contrario.

A Podemos tampoco le interesa un adelanto electoral. Sus líderes están cuestionados por comprarse un casoplón en Galapagar y despegarse de esa manera de la gente, su gente, los que viven de alquiler, a los que desahucian, etcétera. Pablo Iglesias parece estar deseando, en el fondo, dejarlo todo y largarse con Irene Montero a cuidar a sus futuros mellizos. Y Teresa Rodríguez y Kichi aprietan para heredar lo que quede de Podemos.

En Córdoba, la confluencia anda desconcertada. Sin candidato y sin saber muy bien qué va a salir de ahí, los partidos se siguen arrimando y despegando, con una guerra entre Ganemos e IU que se ha recrudecido en la última semana.

Y a Ciudadanos tampoco. A la formación naranja le interesa que el PP se siga cociendo en su salsa un poco más, no quiere que los populares ofrezcan una imagen de víctima sino de verdugos, y encima no paran de mirar encuestas. Con su estrategia de márketing en la mano, insisten en que mientras más tiempo pase, porque la situación política nacional no se va a arreglar sino que va a ir a peor, mejor les irá en unas futuras elecciones.

En Córdoba siguen expectantes. Sin un candidato decidido aún, las encuestas también le son favorables. Y en ascenso. Prefieren esperar por si le roban más al PP y empiezan a hacerlo también con el PSOE. Hay quien incluso aspira a tener un alcalde naranja en la ciudad.

Aunque parezca mentira, queda un año justo para las elecciones municipales de 2019. Una eternidad, en este país de sustos políticos a cada hora.

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