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La empatía

Alfonso Alba

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El jueves, poco antes del cerco al ministro de Justicia en el Colegio de Abogados, estábamos hablando del futuro de la profesión por la ¿amenaza? de las nuevas tecnologías. En la conversación hablamos de Watson, el superordenador creado por IBM llamado a revolucionar la justicia mundial. Basado en la inteligencia artificial, Watson es capaz de analizar un caso y hasta llegar a plantear una sentencia. Con una base de datos inmensa, una capacidad de memorizar toda la jurisprudencia, de actualizar las sentencias que cada día se firman y hasta de ir aprendiendo de sus propios errores, Watson está llamado a ser el asistente de jueces y abogados que revolucione un sector que, como estamos viendo, sigue anclado en el siglo XIX.

La Justicia, en España, sigue funcionando con unos ritmos muy diferentes a los de la sociedad. Y hasta esta semana era de los pocos estamentos, de los pocos sectores, que aún no estaban afectados por la enorme crisis de credibilidad que sacude al país entero. Bueno, que se lo pregunten a los independentistas catalanes.

La Ciudad de la Justicia es un gigantesco edificio ultramoderno donde todavía se acumulan casos en toneladas de papel, donde se sigue trabajando con ordenadores como si fueran máquinas de escribir (solo hay que ver los despachos, cómo se acumulan papeles y toneladas de papeles). Es como si la última gran revolución de la justicia fuese la invención de la imprenta, que jubiló a los amanuenses y los sustituyó por copistas a máquina de escribir. Pero mucho después de que se inventase la imprenta...

Watson lo cambiará todo. Tarde. Pero sobre todo dejará tiempo libre a jueces y abogados para que desarrollen dos de las capacidades más humanas que jamás nos podrán arrebatar las máquinas: la creatividad y la empatía. Y eso es lo que ha faltado en el fallo en la sentencia de La Manada.

Sí, creo que soy de los pocos que se ha leído los más de 200 folios de la sentencia. Y hasta el asqueroso voto particular que señalaba que la víctima hasta llegó a gozar de lo que fue una violación de libro. Y creo que si esos tres jueces (uno de ellos mujer) hubiese tenido tiempo para levantar el hocico de esos gruesos manuales, hubiese tenido la ayuda de una máquina que le hubiese expuesto a las claras en todas las jurisdicciones del mundo, pero sobre todo la española, qué es la intimidación de cinco tipos que te rodean en un portal de madrugada contra una pared, podría haber desarrollado algo tan humano como es la empatía.

Los jueces están obligados a ponerse en el lugar de las víctimas y de sus agresores para dictar la sentencia más justa posible. Y a dejarse la puerta cerrada a futuros recursos que tumben sus sentencias (de ahí tanta morralla jurídica). Pero también a ser creativos, a detectar con el Código Penal actual en la mano por dónde respira la sociedad, el impacto que van a tener sus sentencias y la barbaridad que estaban firmando.

La Justicia parece no querer salir de su zona de confort del siglo XIX, esa que llena las cárceles de roba gallinas, de gente de escasos recursos para pagarse un buen abogado, de pequeños traficantes de droga o ladrones que dieron un tirón de un bolso y provocaron una lesión. Esos son los que pagarán con sus huesos en la cárcel durante años. Y no los violadores en grupo, los depredadores sexuales, que no solo han puesto contra las cuerdas a una joven indefensa, sino a toda la Justicia española. Sin querer, le han hecho una enmienda a la totalidad. Y los jueces han caído en la trampa.

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