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Calle Rogelio Luque

Alfonso Alba

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"Córdoba, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas tiene trescientas tabernas y una sola librería". Canción popular.

La Córdoba previa a la Guerra Civil fue apasionante. En la ciudad convivían hasta cinco periódicos diarios (desde 1936 y hasta los años ochenta solo hubo uno), movimientos intelectuales y culturales de todas las ideologías (otro día hablaremos de la Casa del Pueblo, sus talleres y su lucha contra la analfabetización), artistas que se admiraban y odiaban (Romero de Torres e Inurria cruzándose insultos de taberna en taberna) y empresarios humanistas, emprendedores que quisieron ganar dinero (que no forrarse) fomentando la cultura en la ciudad. Todo desapareció el 18 de julio de 1936. En Córdoba capital la Guerra Civil duró horas. Después llegó la represión y se fusiló en pocos meses a no menos de 4.000 personas. A toda esa Córdoba previa, que era diferente, que estaba convirtiendo la ciudad en otra cosa diferente a la oscuridad en la que había vivido durante tantos años.

La culpa de que eso pasara la tuvo José Cruz Conde. No lo digo yo. Lo dice él. Cruz Conde publicó sus memorias, que no son otra cosa que las cartas que enviaba o tenía preparadas para mandar a su familia durante los años de la Guerra Civil en que estuvo refugiado en embajadas en un Madrid que resistía a la invasión franquista. JY lo dicen también los historiadores.

Cito por aquí a uno nada sospechoso, que además de historiador es subdelegado del Gobierno en Córdoba, Juan José Primo Jurado, que estudió bien a la familia Cruz Conde. José Cruz Conde fue íntimo del general Cavalcanti durante su estancia en Marruecos: “prueba de esa confianza, es que se le eligiera como enlace entre el Gobernador Militar de Zaragoza, el general Sanjurjo, y Primo de Rivera, en Barcelona para preparar el golpe de Estado”, afirma Primo Jurado en su estudio, en el que recuerda que este ex alcalde de Córdoba (e hijo predilecto de la ciudad) “colaboró activamente”, aunque “el estallido de la Guerra Civil le sorprendió en Madrid”. Tan activamente colaboró que acogió en su casa una reunión clave para preparar el golpe de estado, la de Ciriaco Cascajo (el brazo militar), Eduardo Quero y Salvador Muñoz Pérez. Cascajo, Quero y Muñoz Pérez son los que ejecutaron desde el mismo 18 de julio de 1936 la feroz represión en una ciudad donde apenas se habían disparado tres cañonazos y 20 disparos de fusil durante la Guerra Civil.

José Cruz Conde tiene hoy una calle. Precisamente por su colaboración, por su preparación de golpe pero claro está que no fue él quien apretó el gatillo, murió fusilado Rogelio Luque. Es quizás este hombre el que se merece tener una calle y un homenaje en esta ciudad. Rogelio Luque fue fusilado sin piedad por este argumento: “propietario de la librería de la calle Gondomar por tener libros 'marxistas en su establecimiento 'o ser 'activo propagandista”. Murió en agosto de 1936. A Córdoba aún no había llegado el terrible Don Bruno, que ordenó la quema en la plaza de las Tendillas de más de 4.000 libros al más puro estilo nazi (bueno, como el nazi que era).

El pecado de Rogelio Luque, como el de la inmensa mayoría de los más de 4.000 fusilados en Córdoba, fue el de desear una Córdoba diferente. No empuñó jamás un arma y siempre creyó en la libertad de prensa y de imprenta. Impulsó una revista, Popular, en la que escribía Juan Rejano o Vázquez Ocaña era redactor jefe. Aprendió esperanto junto a Rafael Castejón y otros intelectuales cordobeses. Y escribió la primera guía turística de Córdoba. Su muerte, horrible como todos los fusilamientos, dejó a su familia sin nada. Pero su mujer, Pilar Sarasola, culta y amante de los libros, mantuvo vivo su sueño. La librería permaneció como Viuda de Rogelio Luque hasta nuestros días. Su busto sigue presidiendo la librería que hoy sigue atendiendo amablemente a los cordobeses en la calle Jesús y María. ¿Quién se merece más una calle, José Cruz Conde o Rogelio Luque?

La represión cultural en Córdoba fue terrible. La ciudad tenía un periódico que había fundado precisamente la familia Cruz Conde pero que durante la II República pasó a manos del partido de Rafael Castejón (republicanos digamos que muy moderados). El mismo 18 de julio, los militares entraron a sangre y fuego en la redacción de ese periódico. Fusilaron a su director, Pablo Troyano, que era presidente de la Diputación, y a todos sus periodistas. Solo sobrevivió la cabecera (unos meses), la imprenta y las oficinas. Luego el periódico fue cambiando de nombre hasta que en 1941 se refundó con el de Diario Córdoba, perteneciente al Movimiento.

El poeta Alvariño formaba parte de esa redacción. Era amigo de Lorca y muy joven. Fue fusilado por orden de Don Bruno. Al igual que Pablo Troyano, a pesar de que por él intercedieran las monjas de la Merced. No hubo piedad. Alvariño tiene una calle en el Tablero. Pablo Troyano, no. Su figura, como recoge la Cordobapedia (fuente de inspiración de gran parte de esta columna) fue silenciada. Ni calles ni retrato ni homenajes de la prensa cordobesa. Nada. Silencio.

Ahora, ese silencio comienza a romperse al generarse un curioso debate: ¿Deben permanecer las calles franquistas en la ciudad? En Alemania imagino que no lo tendrían. Casi seguro que en Italia tampoco. En Francia ni mucho menos. Aquí sí.

En la comisión municipal para decidir estos asuntos se leyó el expediente militar de Antonio Cañero, rejoneador y militar. Su participación en la Guerra Civil y el golpe militar fue muy activa. Él mismo lo dejó escrito. En los años noventa, el barrio decidió que tenía que ponerle una calle. Lo hicieron sus líderes vecinales, todos comunistas. Y un alcalde, también comunista, como Herminio Trigo. Lo hicieron mal. O no sabían quién era Cañero o simplemente se equivocaron. No voy a juzgarlos.

Pero la Historia está ahí. Y en el callejero no debe permanecer ni un minuto más responsables de hechos vergonzosos y oscuros para esta ciudad. Y nosotros, como ciudadanos, debemos conocerlos y debatirlos. Pero con rigor y sin esa pasión tan bravía que nos hace amar más las tabernas que las librerías. Esta noche brindaré por esa Córdoba que pudo ser, pero que unos militares y la peor aristocracia de Europa no permitieron. Aunque para ello hubiese que fusilar a medio país. Lo dijo Franco y se lo aplaudieron muchos de los que hoy siguen teniendo calles en Córdoba.

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